| Treinta y tres |

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Despierto porque la luz del sol me da directo a la cara. Lo segundo que encuentro extraño mientras divago entre los recuerdos, es el hecho de que estoy algo incomoda, como si no me hubiera podido mover con libertad durante la noche. Tampoco siento el peso habitual de Sasha sobre mis piernas. Y además, algo está presionando mi pecho.

Me cubro los ojos con el brazo antes de arriesgarme a abrirlos, porque sé que la luz del sol va a quemarme. Parpadeo un par de veces mientras me adecuo a la luminosidad y siento los recuerdos volver a medida que registro mi alrededor. El peso que siento en el pecho, son los pies de Sea, quien se ha cruzado en la cama para terminar abrazada al pecho de su padre, quien duerme boca arriba aun con el sol en su cara. Tiene el brazo derecho doblado por sobre su cabeza y el otro alrededor de la cintura de la niña.

La situación me da risa, pero no intento apartarme. Ambos parecen estar muy cómodos. Quizá están acostumbrados a dormir así.

Vuelvo a echarle un vistazo a la habitación ahora con la luz del día. La reconozco como la de Sea. Esa parte la recuerdo, sé que nos quedamos dormidos aquí viendo una película, pero no recuerdo cómo es que en definitiva llegamos. Hay trozos de la discusión que tuve con Daxwell, la parte exacta en la que le dije que lo corté, y luego cuando toqué la puerta de Hutsh. Recuerdo que me confesé ante él, que le expuse hasta el más profundo de mis sentimientos y luego él me besó. Pero no recuerdo sus palabras.

Siento un bajón de rabia inundarme por ello. ¿Por qué, justo de todo lo que sucedió ayer, tenia que olvidarlo a él?

—Por eso casi nunca dejo que duerma conmigo— escucho. Volteo la cabeza un poco asustada para mirar a Hutsh. Él aun no abre los ojos, continua con la barbilla en alto apuntando hacia el techo, pero se le ha formado una sonrisa en los labios. —Creo que me equivoque contigo. Puede que al final termines mal acostumbrando a mi hija mucho más de lo que lo hago yo.

—Esa no era mi intención.

La sonrisa de Hutsh se agranda mucho más. Esta vez abre los ojos y despega la mano del cuerpo de Sea para buscar la mía. —Pero me gusta— dice sin embargo. —Así que te doy permiso de que sigas haciéndolo si eso la hace feliz. Y no la vuelve una malcriada, por supuesto.

—Tu hija es demasiado madura para poder ser malcriada.

Pese a la cantidad de cosas que comenzaron a pasar por mi mente desde que desperté, cuando detengo la mirada en el brillo de los ojos de colores de Hutsh a la luz del sol, se desvanece todo.

—Te quedaste dormida primero que ella.

—¿Qué? No es cierto.

Hutsh comienza a reírse. —Claro que sí. De hecho, yo también me quedé dormido primero que ella. Me despertó cuando se acabó la película.

—No puede ser.

—Creo que se me olvido advertirte que cuando se trata de películas, Sea no da descanso.

Esta vez quien comienza a reír soy yo.

—Dios, y se quedó despierta hasta tan tarde. Creo que deberías reconsiderar esto que esta pasando entre nosotros. No estoy segura de ser la indicada para ayudarte a criar a tu hija.

Hutsh parece a punto de responder, pero entonces, sentimos un quejido de parte de Sea. Comienza a restregarse los ojos mientras se mueve. Saca los pies de mi pecho y los incrusta en mis costillas para ayudarse a hincarse en la cama.

Cuando su vista da con su padre justo frene a ella, la sonrisa que se le forma es casi demasiado grande para su pequeña cara. Tiene el cabello ruloso revuelto y enredado. Seguramente se dio vueltas por toda la cama antes de llegar a la posición final.

La velocidad del vacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora