| Treinta |

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El sonido de mi teléfono interrumpe mi día y me corta justo en medio de un capítulo cuando estoy escribiendo. Hoy no he ido a los estudios porque solo tengo trabajo de libreto que tengo opción de hacer desde mi casa. Y he decidido quedarme aquí porque hay muchas menos interrupciones. Batallo entre la opción de dejarlo sonar, o revisar si la llamada es importante y silenciarlo luego. Generalmente lo hago, porque mi concentración al escribir es muy mala. Puedo estar en la mitad de algo muy intenso, y de pronto dejarlo porque una mosca vuela cerca mío y yo tengo que seguirla en su camino por mi habitación, o matarla. Lo que sea más rápido.

Finalmente, ahora que me ha desconcentrado y que me he instalado la idea de que alguien puede realmente estar necesitándome tras la línea, no puedo simplemente ignorarlo. Dejo todo en su sitio con un suspiro de resignación. Me levanto del escritorio y busco mi teléfono en medio de la cama, donde cayo cuando lo tire.

En la pantalla aparece el nombre de Hutsh, lo que se me hace solo más extraño.

Han pasado al menos unas dos semanas desde que lo llamé para decirle que dejaría la investigación de lado. Aún cuando al principio parecía tomárselo bien, no fue lo que me mostro su actitud. La lejanía entre nosotros se comenzó a sentir casi palpable.

Lo que le siguió por la semana fue incluso peor.

Nadie nos impedía nada, pero lo parecía.

Las palabras salían forzadas, los silencios se volvían incomodos. Las miradas nos avergonzaban. Y de pronto, todo lo que teníamos, lo que naturalmente nos unía, comenzó a alejarnos.

Así, lentamente.

Y me gustaría decir que la idea de que estaba haciendo lo correcto me tranquilizaba. Porque además de forzarme a alejarme de él, no había hecho nada malo. Pero no se sentía así. Cada día que pasaba lo único que crecía en mí, era un tipo extraño de ansiedad. Algo que solo pude identificar como necesidad, cuando vi su nombre en la pantalla y entendí que esto era lo que había estado esperando.

Contesto antes de que vaya a cortarse.

—¿Hola?—pregunto. Tras la línea se escucha un suspiro de alivio y luego Hutsh carraspea.

Hey— suena nervioso.

—Hutsh, ¿Qué tal?

Bien— es lo primero que dice, —bueno no tan bien.

—¿No? ¿Qué sucede?

Se toma un segundo para responder. —Es... sé que estás trabajando desde casa, y quizá esto parezca demasiado— se le cortan las palabras, como si no pudiera decidir en qué orden dejarlas salir. —Es-es solo que no sabía a quién más llamar, ¿sabes?

—Hey, está bien— le interrumpo. —No te preocupes. ¿Qué sucede? ¿Que necesitas? Estas preocupándome.

Es Almeley— responde entonces con tono más directo. —Su esposo en realidad. Tuvo un accidente y estoy con ella en el hospital.

—Demonios— me llevo la mano a la boca de la sorpresa. —Esta... quiero decir...

Está vivo, pero está mal—responde antes de que alcance a formular la pregunta, lo que le agradezco. —Realmente mal.

Mi nerviosismo se vuelve incluso peor. —Dios...

Son... amigos realmente cercanos de la familia— dice. —Y ella no tiene a nadie más que él en el mundo. No quiero dejarla sola, pero se acerca la hora de recoger a Sea de la guardería...

La velocidad del vacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora