Prólogo

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Si tuviese que describir mi vida con una palabra está claro que sería rutina. Cada día me levantaba a las siete y media de la mañana y aprovechaba que tan solo mis padres y mi abuelo estaban despiertos para meterme rápidamente en la ducha sin que ninguno de mis hermanos me quitara el puesto. Regresaba a mi habitación, con cuidado de no despertar a la más pequeña de toda la casa y me vestía en silencio justo después de dejar un beso en su frente y quedarme durante unos segundos viendo lo bonita que era. Volvía a salir a la cocina para ayudar a mi madre a preparar los desayunos de todos y llevarlos hasta el salón y empezábamos a despertar a los demás para que no llegaran tarde. 

Mi padre era el encargado de acercar a Manolín y Marisol al instituto, mientras que yo llevaba a los más pequeños al colegio, ya de camino a la universidad donde estaba ya con mi último año del doble grado de Periodismo y Comunicación Audiovisual.

Regresaba justo a tiempo para la hora de comer, hablábamos sobre cómo nos había ido el día y cada uno regresaba a su habitación para descansar un poco, mis hermanos antes de empezar con sus tareas de la tarde y yo para dedicarle mi tiempo a aquella pequeña de cabello rubio y ojos verdes que cambió mi vida hacia ya cuatro años. Jugábamos en el suelo de la que siempre había sido mi habitación y que ahora compartía con ella, la ayudaba con alguna de las fichas que le mandaban hacer en el que ella ya llamaba el "cole de mayores" o incluso nos escapábamos al parque o al cine las dos juntas, aprovechando los días en los que yo no tenía que trabajar en el King's, el bar del que era dueña mi hermana mayor. 

Sin lugar a duda, Ariadna había transformado mi mundo hacía cuatro años y, aunque ahora todo parecía una mera rutina, no lo cambiaría para nada, porque solo con ver su carita cada mañana sabía por qué estaba haciendo todo aquello. 

Más de lo que ves - LuimeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora