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- Buenos días – saludó mi padre entrando en el salón – qué madrugadoras os veo – se acercó a Ari, que enseguida se colgó del cuello de su abuelo y dejó un beso en mi mejilla antes de colmar de mimos a la pequeña

- Es que tengo médico por haber sido mi cumple hace poco, abu, que no te enteras – le soltó Ari como si fuese lo más obvio del mundo

- Es verdad, perdone usted señorita – respondió empezando a hacerle cosquillas en uno de sus costados – se me había olvidado ya lo mayor que te estabas haciendo – yo me reí, disfrutando de las conversaciones que tenían abuelo y nieta y de la complicidad que habían demostrado ambos desde que Ari nació, y senté a la pequeña en mi regazo en cuanto me la dejó mi padre tras dejar un beso en su frente - ¿has desayunado? – me preguntó a mí

- No, luego cuando terminemos nos pasamos las dos por el Asturiano a desayunar en condiciones

- Le diré a tu abuelo entonces que os reserve una merecida ración de churros para las dos

- Gracias – dije viendo cómo desaparecía de nuevo en dirección a la cocina – venga, vamos a ponernos la cazadora – dejé a mi hija en el suelo, una vez terminé de recoger su pelo rubio en dos trenzas, y me siguió hasta la entrada donde teníamos los abrigos de todos colgados

- El gorro no, mami – me miró haciendo un puchero para ver si caía rendida ante aquella carita de niña buena que tan enamorada me tenía

- El gorro sí, mi amor, aunque sea hasta llegar al médico, luego lo quitamos

- Vale... - agachó la cabeza y me dejó que se lo pusiera - ¿quieres llevarte el osito? – le pregunté pasándole su peluche favorito

- Sí, por fi – lo abrazó con fuerza con uno de sus manos y me dio rápidamente la otra para no separarse de mí durante el trayecto hasta el centro de salud

Cruzamos la plaza, saludando a mi abuelo, que había sido incluso más madrugador que nosotras y Ari se entretuvo por el camino intentando no pisar ninguna de las rayas que unían las baldosas. La enfermera nos indicó la sala de espera, avisándonos de que nos quedaban todavía unos minutos para pasar y nos sentamos en una de las sillas que había sin ocupar. Cogí a Ari, la rodeé fuerte con mis brazos y dejé un par de besos en su mejilla achuchándola aún más contra mi cuerpo.

- Mami, ¿hoy no vas a clase? –preguntó girando su cabecita para mirarme bien

- No, hoy me quedo contigo- negué con la cabeza y ella sonrió automáticamente

Ariadna Gómez Sanabria. 

Los altavoces nos avisaron de que le tocaba a la pequeña entrar a la sala de extracción de sangre. La ayudé a quitarse todas las capas de abrigo que le había puesto y me senté yo en el taburete que había enfrente de la enfermera por si se escapaba al ver la aguja.

- Hola Ariadna – saludó la mujer que iba a sacarle sangre - ¿cuántos añitos tienes? – le preguntó intentando distraerla mientras le colocaba la goma en la parte superior del brazo para que se le notara un poco más la vena

- Acabo de cumplir cuatro – respondió un poco tímida sin dejar de mirar cada cosa que hacía la enfermera

- ¿Y ese peluche tan bonito? – se encogió de hombros simplemente, un poco tímida al no conocer a la mujer, y siguió observando cómo le palpaban el brazo y le pinchaban la vena para sacarle sangre.

Sentí cómo emitía un pequeño suspiro y pude ver cómo una lagrimita se deslizaba por su mejilla, fruto del momento o del dolor que pudiese haber sentido

- Has sido muy valiente – comentó la enfermera una vez le sacó la aguja. Ari se dio la vuelta y se aferró a mi cuerpo un poco compungida por la situación – mira, tengo una cosa para las niñas tan valientes como tú

Más de lo que ves - LuimeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora