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- Entonces... ¿has quedado esta tarde con ella? – me preguntó Anna mientras nos tomábamos algo en la cafetería de la facultad

- Sí, pesada, sí – respondí

- ¿En su casa? – volvió a insistir mirándome a través de su vaso

- ¿Por qué tanta pregunta? Sí, he quedado con ella esta tarde, en su casa para hacer el trabajo y nada más que el trabajo, a ver si te queda claro de una vez

- Sí, solo el trabajo – susurró sabiendo que la escuchaba perfectamente – y si puedes para comerle la boca también

- Eres insoportable, de verdad – me levanté y salí hacia la puerta dejándola allí sentada

- ¡Pero no te enfades! – gritó entre risas, dándole un último sorbo a su bebida y corriendo detrás de mí, consiguiendo alcanzarme enseguida – solo te digo que si surge la oportunidad... pues deberías aprovecharla

- Ya, pero es que no va a surgir ninguna oportunidad, Anna – me giré hacia ella antes de entrar en clase – Amelia es inalcanzable para mí y cuanto antes lo asuma, mejor

Me di media vuelta y entré en el aula donde teníamos clase a la siguiente hora. Miré mi teléfono por si tenía algún mensaje y suspiré al ver que la morena había vuelto a sentarse justo a mi lado y que me miraba sonriente.

- Hola – me saludó levantándose para dejarme pasar hasta mi sitio – no te importa que me siente a tu lado, ¿no? – negué con la cabeza y saqué mi portátil para tenerlo todo listo antes de que llegara el profesor - ¿qué tal? – se interesó tocándome suavemente el brazo con su mano - ¿has pensado algo para el trabajo?

- Bien – sonreí sin que notara lo nerviosa que estaba solo de tener aquel mínimo roce con ella – no he podido, pero bueno, hoy organizaremos y pensaremos algo, ¿no?

- Sí, claro – asintió – ¿te parece bien a las cinco?

- Perfecto, solo espero no perderme de camino

- Si quieres puedo esperarte en la parada de metro, no me importa

- No, no te preocupes – respondí enseguida – si veo que estoy perdida te aviso

- Genial – me guiñó un ojo y se volvió a colocar bien en la silla viendo que acababa de entrar el profesor en el aula.

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- ¡Mami! – Ari vino corriendo a saludarme en cuanto escuchó el sonido de mis llaves entrar en la cerradura de la puerta. Se colgó de mis piernas como un koala y la cogí para tener mejor alcance a sus mejillas y poder comérmela a besos como hacía cada día

- ¿Qué tal el día, amor?, ¿has comido ya? – le pregunté con ella en mis brazos

- Todavía no, la abuela ha dicho que te esperáramos para comer todos juntos

- Pues venga, vamos a lavarnos las manos y ayudamos a poner la mesa – Ari asintió, sin querer despegarse de mí, aferrándose aún más a mi cuerpo para que la llevara cogida hasta el cuarto de baño

Cata se unió también a nosotras, me abrazó y después se colocó justo al lado de la pequeña para ayudarla también y yo sonreí viendo cómo había ido cambiando mi hermana pequeña en ese aspecto. Pusimos la mesa entre todos y mi padre comenzó a repartir los platos de sopa, feliz de ver lo bien que comía Ari en comparación a cómo habían sido mis hermanos pequeños.

Recogimos la mesa y me llevé a la enana a la habitación para ver si conseguía que se echara un rato la siesta y así no estuviera muy cargante con sus tíos durante la tarde. Nos tumbamos las dos y Ari enseguida rodeo mi cuerpo con sus bracitos, relajándose con el contacto de mis dedos con su cabello y sonriendo cada vez que dejaba un beso en su cabeza.

Más de lo que ves - LuimeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora