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Apenas había podido dormir aquella noche. A los característicos movimientos de Ari en la cama, aferrándose de vez en cuando a mi cuerpo, se había sumado todo lo que había pasado la tarde anterior. Cada vez que cerraba los ojos a mi mente se venían las imágenes de Amelia y yo en el pequeño salón de su casa, ella tocando la guitarra mientras yo la miraba embobada o el casi beso que nos dimos antes de que yo desapareciera de allí sin casi explicaciones.

Me daba miedo tener que hacer frente a todo eso a la mañana siguiente, que la morena se acercara a mí y quisiera pedirme explicaciones porque, sinceramente, creo que ni yo sabía por qué me había ido así y no había hecho caso a los consejos de Anna diciéndome que por una vez me olvidara del miedo y me dejara llevar. Y es que Amelia me atraía, me atraía muchísimo, pero el temor jugaba siempre en mi contra y la enana rubia que tenía en aquel momento prácticamente encima de mi cuerpo era mi principal preocupación siempre. Me daba miedo pensar en qué pensaría la de rizos al saber que tenía una niña pequeña y también me lo daba el hecho de que Ari se encariñase de ella si la llegara a conocer y después la dejara de ver de la noche a la mañana.

Suspiré, llevando la mano sobre mi pelo, un poco agobiada. Abracé a Ari para ganar yo también un poco de comodidad e intenté cerrar los ojos, sabiendo que, si no descansaba nada, al día siguiente iba a estar demasiado cansada como para afrontar todo lo que debía hacer. La pequeña se acurrucó un poco más, encontrando su refugio en el hueco de mi cuello y sentí cómo iba quedándome dormida.

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- ¡Mami!, ¡Mami! – las manitas de Ari intentaban tambalear mi cuerpo y el sonido de aquella canción que tenía en el móvil como tono de alarma cada vez iba sonando más alto

Abrí los ojos algo sobresaltada, encontrándome de lleno con los verdes de la pequeña y giré mi brazo como instinto para apagar la alarma antes de que despertara a toda la casa, si no lo había hecho ya.

- Perdón, mi amor – levanté a Ari como pude y la senté en mi regazo después de incorporarme un poco – a mami se le han pegado las sábanas hoy – mi hija se echó a reír casi por instinto y yo decidí empezar una guerra de cosquillas con ella

- ¡No! – chilló sin dejar de reír – para mami, porfi – seguí un poco más, sabiendo que aquellas carcajadas me daban vida, hasta que mi madre entró en el interior para ver qué estaba pasando y nos encontró a Ari y a mí poniéndole nuestra mejor cara de niña buena que, según ella, no podía ser más igual

- Venga, ratona, que hay que desayunar – la cogí para salir de la cama y la llevé hasta el salón donde ya estaban la mayoría de mis hermanos desayunando entre risas y alguna que otra pelea por ver quién comía más

La dejé allí y regresé a la habitación para poder darme una ducha rápida y tenerlo todo organizado antes de irnos al colegio. Ayudé a Ari a vestirse y le hice dos trenzas en el pelo para que lo tuviera recogido y no llegara todo revuelto a la hora de la comida. Salí rápidamente con ella y con mis dos hermanos pequeños y, en cuanto los dejé en la puerta del centro, me fui corriendo a por un café bien cargado que me acompañara en el trayecto hasta la facultad.

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- Qué carita me traes hoy, cualquier día ni te reconozco ya – soltó Anna nada más verme aparecer por la puerta - ¿qué te ha pasado?

- ¿A mí?, nada, Ari que se mueve mucho por las noches, ya sabes – respondí sin querer dar más explicaciones

- Qué mal mientes amiga – me miró fijamente provocando que me pusiera algo nerviosa - ¿me vas a contar qué tal la cita de ayer?

- ¿Cuántas veces voy a tener que repetirte que no era una cita? – solté de mala gana – estuvimos organizando el trabajo, elegimos la serie y me volví a mi casa, ya está

Más de lo que ves - LuimeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora