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Apenas pude dormir aquella noche. En mi cabeza se repetía todo el rato la pequeña conversación que había tenido con mi madre y que me había hecho acostarme de mal humor. Añadiéndole a eso los recuerdos del día anterior con Amelia, nuestra conversación antes de dormir y las pesadillas de Ari que la habían hecho estar más pegada a mí que de costumbre.

Así que después de dar vueltas y vueltas, aproveché que no se había levantado nadie todavía para darme una ducha y organizar todo lo del colegio de la pequeña y mi bolso para clase. Ayudé a mi hija a prepararse, le di el desayuno y la llevé al colegio, teniendo en cuenta que mis hermanos pequeños entraban más tarde por una excursión. 

- ¿Ya os vais? – preguntó mi madre entrando en el salón, viendo que le estaba poniendo ya el abrigo a Ari

- Sí, no siendo que me vuelvas a reñir por incumplir los horarios de mi hija – respondí poniéndole el gorro a la pequeña que nos miraba un poco contrariada.

- Luisita... - dijo ella mirándome – Sabes que lo dije por el bien de las dos. Ari solo tiene cuatro años y necesita una estabilidad que ya de normal no tiene – aquello no me sentó nada bien y estaba dispuesta a contestarla cuando vi la carita de mi hija casi a punto de echarse a llorar al ver que me empezaba a poner nerviosa. 

- No tengo ganas de discutir, mamá – cogí a la pequeña en brazos – voy a llevar a Ari al colegio y me voy a clase. Solo espero que pienses eso de que Ari no se está criando con la estabilidad que necesita, porque que yo sepa tiene una madre que la quiere más que a sí misma, que hace todo lo que puede por darle un futuro y que dedica hasta las horas que no tiene para estar con ella y no creo que el estar un día en casa con su tía y su madre le haga mal, la verdad, al contrario

No dejé ni que me respondiera, cogí mis llaves y salí de allí intentando serenarme al tener a la pequeña entre mis brazos. Ari se mantuvo en silencio hasta llegar al colegio, con su cabeza escondida en el hueco de mi cuello y aferrándose con sus bracitos todo lo que podía a mí. La bajé al llegar a la puerta por la que entraban los más pequeños y retiré las lágrimas silenciosas que habían salido de sus ojitos.

- Mami – me llamó antes de que la llevara hasta su fila - ¿ya no quieres a la abuela?

- No, cariño, claro que la quiero – respondí acariciando su mejilla y abrazándola contra mi cuerpo

- Pero os hablabais enfadadas – volvió a decir mirándome con aquella carita tan bonita que tenía, incluso cuando estaba triste

- Porque a veces las personas mayores discutimos por tonterías y nos enfadamos, pero eso no tiene nada que ver con que no la quiera – le intenté contar con calma - ¿a que tú también te enfadas con los tatos? – ella asintió – pero eso no significa que no los quieras

- ¿Y la abuela me quiere?

- Claro que te quiere, mi amor – Ari volvió a asentir, aunque no muy convencida y se refugió de nuevo en mis brazos

- Te quiero mucho, mi vida – dije llenando su mejilla de besos – Y no te preocupes por nada, ¿vale? Ya verás que en cuanto salgas del colegio la abuela y yo estamos ya contentas

- ¿Me lo pometes?

- Te lo prometo – la pequeña dejó un beso en mi mejilla y salió corriendo para reencontrarse con Cristina, su profesora, que la esperaba ya sonriente

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- Tienes cara de necesitar un café – soltó Anna nada más verme aparecer en la entrada de la facultad donde le había indicado que me esperase

Más de lo que ves - LuimeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora