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- Toma hija — me dijo mi padre entregándome las llaves del coche y dándome un beso — ten cuidado y pasadlo muy bien.

- Adiós abuelo — le dijo Ari mientras alzaba sus bracitos para que la cogiera y, cuando la alzó, llenó su carita de besos.

- Pórtate bien ¿eh? Que en nada son los Reyes y ya sabes lo que eso significa...

- Sí, abuelo, me voy a portar muy bien y voy a ver animalitos. Luego te mando fotos con el móvil de mamá.

- Eres una listilla tú — le dijo mi padre mientras le daba un último beso y la dejaba de nuevo en el suelo — conduce con cuidado.

- Que sí, papá. Ni que fuera la primera vez y además vamos aquí al lado prácticamente.

- Ya, pero es que hay mucho descerebrado por ahí fuera.

- Bueno eso sí, pero no lo podemos controlar. Nos vamos ya, que Amelia estará esperándonos. Da un beso a los enanos de mi parte cuando se despierten — me despedí mientras íbamos a buscar el coche que lo tenía aparcado casi en la misma puerta.

Hacía bastante que no conducía ya que por el centro de la ciudad lo más cómodo era utilizar el transporte público. Era lo que usaba en el día a día, aunque al final, conducir era de esas cosas que nunca se olvidaban o eso decían. Mi padre no solía ponerme pegas para dejarme el coche si ellos no lo iban a utilizar, pero tenía ganas de poder comprarme yo uno. Principalmente, por la independencia que eso aporta, por la comodidad también con Ari y por todos los planes nuevos que podríamos hacer.

Coloqué a la peque correctamente en su sillita, le abroché el cinturón y nos pusimos de camino a casa de Amelia. Ella no sabía nada de este viaje, lo único que le había dicho esta mañana era que preparara una maleta con ropa de abrigo y que pasaba a buscarla en una hora. Amelia se había portado tan bien con nosotras todo este tiempo que me apetecía darle esta sorpresa. Era una manera de agradecerle y, aunque tampoco iba a ser la gran cosa, después del accidente y de todo el estrés de la uni, yo creo nos merecíamos una escapada juntas.

Cuando llegué hasta la puerta de su casa, la vi afuera esperando tan guapa como siempre. Justo había un sitio libre, así que decidí aparcar para poder guardar la maleta y saludarle con mayor tranquilidad. Bajé del coche y fui directa hacia ella.

- Hola — me dijo con una sonrisa de oreja a oreja y yo cogí su cara con mis manos y le dejé un dulce beso en los labios.

- Hola, qué guapa estás — le dije mirándole de arriba abajo.

- Pues anda que tú. No me esperaba esos buenos días que me has dado. Me has pillado tan de improviso y con tan poco tiempo que no sabía ni que echar en la maleta — me contestó mientras yo trataba de subirla en el maletero.

- No desde luego, aquí has metido todo el armario... — le respondí yo mientras se quitaba la guitarra que llevaba colgada en la espalda y la metía también en el maletero.

- No es para tanto, floja — me dijo sacándome la lengua — ¿A dónde vamos? Dame una pistita.

- No te voy a dar nada ni te lo voy a decir. Bueno, un beso si que te doy — le dije mientras me acercaba a su boca para cumplir con mis palabras — y luego espero poder darte muchos más, pero ahora sube al coche que quiero llegar cuanto antes.

- Hola, Melia — le saludó Ari en cuanto entramos en el vehículo.

- Hola, peque.

- Vamos a un sitio muy guay — soltó la pequeña emocionada.

- ¿Ah sí? ¿tú sabes dónde vamos? — le preguntó Amelia a Ari y la vi asentir con una sonrisa adorable en su cara desde el espejo retrovisor— Dímelo, porfi.

Más de lo que ves - LuimeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora