Eva lloraba desconsolada mirando hacia el frente, perdiendo su vista y sus pensamientos en aquella imagen que tenía por delante de Madrid.
No llegaba a comprender como Hugo había sido capaz de hacerle eso, no lo entendía.
Abrió el sobre donde se encontraban todas las cartas que le había escrito al chico y las leyó para sí, sin dejar de llorar.
Envuelta en enfado y tristeza, hizo el intento de tirar a una papelera cercana todos esos papeles, pero una voz tras de sí se lo impidió.
***
Hugo llegó al comienzo de aquella ladera que Eva le había comentado meses atrás.
Subió rezando por que la chica estuviera allí, y una vez en el mirador, la descubrió de espaldas intentando tirar unos papeles que suponía que serían sus cartas.
- No las tires, por favor - le suplicó haciendo que ella se girara sorprendida.
- ¿Qué haces aquí? - preguntó ella enfadada - Vete, quiero estar sola.
- Necesito que hablemos - dijo Hugo con la voz rota.
Eva nunca le había hablado con ese tono tan reprochante y eso, a él, le mataba.
- No quiero explicaciones - contestó la morena - Sé lo que vi, y sé que me has mentido.
La chica volvió sus pasos y se sentó donde estaba antes esperando que el chico se diera por aludido y se marchara.
Pero él no desistió en su intento y reunió el coraje necesario para sentarse junto a ella, que para su sopresa no hizo el amago de levantarse.
- Déjame explicarme, por favor - le suplicó.
Ante su tono, Eva no tuvo más remedio que escucharle.
- En la vida te engañaría, Eva. Nunca se me pasaría por la cabeza hacerte algo así - dijo sincero - Mírame, por favor - suplicó.
A la chica le costó, porque sabía que si le miraba, todo su mundo se vendría abajo. Pero lo hizo, y se topó de frente con unos ojos verdes inundados en lágrimas que le suplicaban que le escuchara.
- Si no te dije que volvía es simplemente porque, junto a Sam, estaba preparando una sopresa. Te iba a invitar a cenar esta noche, yo aparecería por sorpresa y entonces tú me verías.
La chica le escuchaba atentamente mientras todas sus ideas de que el chico la engañaba se desvanecían, y toda su ira se convertía en culpa.
- Esta tarde, mientras hacía la compra, me encontré a Aurora y me ofrecí a acercarla a un sitio porque no sabía llegar.
El rubio había comenzado a llorar.
- Tienes que creerme, Eva - le pedía entre lágrimas - Nunca te haría eso, te quiero más que a mi vida.
La chica le miraba en silencio. Llorando y sintiéndose culpable por haber montado un numerito innecesario y no haber dejado que nadie le explicara lo que realmente pasaba.
El joven malinterpretó el silencio de la castaña y mientras no paraba de llorar, se levantó del sitio, le dejó sus cartas a un lado y se dispuso a marcharse con la cabeza agachada.
En ese momento, Eva reaccionó y se levantó rápidamente en su busca.
- Hugo, espera - le paró.
Y al girarse el chico, pudo ver en sus ojos cierta esperanza.
- Ven - le pidió.
Y el cordobés volvió sus pasos hacia aquel banco que había abandonado segundos antes.
La morena le tendió el sobre con sus cartas y con la mirada le invitó a sentarse junto a ella y leerlas todas.
Aquellos papeles emocionaron a ambos, descubriendo así que lo que sentían era recíproco, que se habían echado mucho de menos y que no había habido ni un solo día en el que no hubieran pensado en el otro.
Y se sintieron afortunados. Afortunados y agradecidos a la vida por haber cruzado sus caminos y haberles permitido amar de aquella manera tan preciosa y a la vez vertiginosa, como nunca antes habían hecho.
Hugo terminó de leer sus cartas antes, y la miró sin dejar de llorar pero con una enorme sonrisa dibujada en su rostro.
Eva terminó poco después, y al levantar la visión se topó con esos ojos verdes que tan loca le volvían. Ella también sonreía y lloraba.
Como si de dos imanes se trataran, sus cuerpos se atrajeron y se fundieron en un largo, necesario y bonito abrazo.
Cuatro meses muy duros que concluían allí. Sobre Madrid y juntos.
Al separarse, sus miradas volvieron a conectar. Sus ojos brillaban cual estrellas.
- Lo siento - susurró ella.
Con una mano, el chico acarició su mejilla y con la otra colocó bien un mechón de su pelo.
Ella se aferró a su camiseta intentando que sus cuerpos se separaran lo más mínimo.
Ninguno perdía la sonrisa.
- No tienes nada que sentir.
- Te quiero mucho, Hugo - confesó ella bajito.
- Y yo te quiero más, Eva.
Y como si toda sus vidas les hubieran estado conduciendo a ese preciso momento, sus labios se fundieron en un beso que perdonaba todos esos días que no habían podido verse.
Un beso que demostraba la falta que se hacían, lo mucho que se querían y lo que se habían echado de menos.
Un beso lento, lleno de amor y que hacía promesas en silencio de pasar toda la vida juntos, aunque el destino intentara separarles.
Un beso que demostraba, prometía y les unía, de la misma forma en que lo hacía la luna, ese satélite que les había mantenido viva, estos meses, la ilusión de volverse a ver.
Misma luna que en ese instante se dejaba ver para alumbrar en aquel atardecer a la pareja que no cesaba en el beso. Porque, qué más daría el oxígeno cuando, tras tantas semanas, volvían a tenerse.
Inconmensurable: Que es muy difícil o imposible de medir o valorar.
Así era su amor. Inconmensurable.
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¡Hola!Aquí la conclusión de la historia. ¡Ojo, subiré más tarde un Epílogo!
Espero que os haya gustado. Mil gracias por haber leído, comentado y votado.
En dicho Epílogo estaré respondiendo vuestros mensajes.
Gracias🤍
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Inconmensurable
FanfictionUna efímera relación inefable. Dos almas etéreas que acabaron dañadas. Un destino sempiterno.