Lejos

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Se adentró en la casa y tras recoger la manta que había usado en el jardín se dispuso a subir las escaleras para ir a su habitación.

Justo cuando pisó el primer escalón, oyó un ruido desde la parte superior de la escalera y cuando alzó la vista pudo ver en la penumbra la silueta de una chica que para su desgracia conocía de sobra.

La gallega pareció verlo también pues se llevó una mano al pecho acompañando el gesto con un suspiro.

A Hugo le hizo gracia pero rápidamente borró la sonrisa de su cara cuando observó que la chica seguía bajando las escaleras.

- ¿Dónde vas tan tarde? - se atrevió a preguntarle en un susurro para no despertar a nadie.

La morena si oyó las palabras del chico las ignoró y siguió su camino sin siquiera mirarle.

Hugo, sorprendido, dejó salir un suspiro y pensó en pasar por alto la actitud de la chica e ignorarla también.

Pero no pudo.

No podía ignorarla a ella, incluso cuando se enfadaban cuando aún se llevaban bien jamás salió de él ignorarla y no iba a cambiar ahora.

Cambió el rumbo de sus pasos y la buscó por la planta baja de la casa con cuidado de no hacer mucho ruido.

Pensó en encontrarla en la cocina haciendo cualquier cosa pero, caprichoso el destino, se fijó en la puerta del patio que estaba abierta y a través de esta se podía ver a la chica en la misma posición en la que estaba él hace unos momentos.

¿Por qué seguían siendo tan iguales?

Se acercó un poco y se sorprendió por innumerable vez en el día cuando la encontró fumando.

Llegó a su altura y sin importarle lo que pudiera ella decir o de lo que pudiera quejarse, cogió una manta y ocupó el trozo de banco que quedaba libre a sus pies.

La chica le miró, no dijo nada y siguió fumando.

Él miraba a ningún lugar en silencio.

Su mente viajó cinco años atrás y se vio junto a ella en la terraza de la academia, cuando antes de dormir él salía a fumar y ella con una manta se abrazaba a su cuerpo y los tapaba a los dos.

Curioso que los papeles ahora estuvieran cambiados y la situación era bastante diferente.

Ahora ambos estaban arropados por dos mantas distintas, era ella quién fumaba y apenas se tocaban.

La chica acabó su cigarro y lo apagó en el cenicero que había en una mesita donde los cigarros de los fumadores de la casa se agrupaban.

Hugo pensó que se marcharía entonces pero una vez más se sorprendió cuando notó a la chica acomodarse de nuevo en la misma posición en la que estaba.

Ambos suspiraron a la vez.

Se miraron tras esta coincidencia y como si nada hubiera pasado ambos echaron a reír sin explicación.

Recuperaron la respiración minutos después y ahora se miraban directamente con una sonrisa.

Hugo pudo observar que la cara de la chica era más fina fruto del adelgazamiento que había sufrido estos cuatro años sin verla.

Eva pudo observar también que el pelo del cordobés volvía a ser de un tono rubio oscuro como años atrás.

Lo que ninguno notó es que los ojos de ambos seguían emitiendo el mismo brillo que cuando se conocieron al mirarse.

Esos escasos minutos en silencio, en la madrugada, mirándose, hicieron que Hugo volviera a tener miedo.

Miedo a recaer en la chica, miedo a pasarlo igual de mal que durante su ruptura, miedo a tropezar con la misma piedra y un nuevo miedo que era volver a enamorarse sabiendo de la existencia del novio de ella.

Sus ojos dejaron de brillar, su sonrisa desapareció y apartó bruscamente la mirada de la gallega.

Recogió la manta y se levantó dispuesto a marcharse, esta vez sí, a su habitación.

Esta media hora que habían estado en silencio, juntos, mirándose y riéndose había sido simplemente una breve tregua en la fría relación que ahora tenían, y por el bien de la salud mental del chico no debía volver a pasar.

- Hugo.

El cordobés paró en seco en la puerta cuando escuchó, si sus oídos no le engañaban, a la chica reclamar su nombre.

La maldijo a ella de tres mil maneras distintas por provocar con solo decir su nombre tantas cosas en él a pesar de los años y se maldijo a sí mismo también por no ser capaz de cumplir la promesa que se acababa de hacer de no volver a jugar al ritmo de la chica.

Volvió la cabeza buscando de nuevo la mirada de ella y la observó incorporada, con la manta hasta arriba, mirándole desde la distancia.

No le hizo falta decir nada para que ella entendiera que podía hablar.

- Felicidades - fue lo único que se atrevió a decir.

El cordobés asintió y esta vez, definitivamente, anduvo rápido hasta su habitación por miedo a que ella volviera a llamarle y él no pudiera volver a resistirse.

Tumbado en su cama, sin poder dormir y mirando al techo con ambas manos entrelazadas sobre la manta y sobre su barriga comenzó a llorar sin consuelo.

No entendía como esa mujer era capaz de seguir haciéndole sentir siete mil millones de cosas por el cuerpo a pesar de los años que llevaban sin verse.
No entendía como no era capaz de controlar sus sentimientos y entender de una vez que ya no había nada que hacer.

Él seguía perdido por ella pero ella bebía los vientos por otros.

Y como tantas veces desde hacía cuatro años, esa noche la sintió lejos, muy lejos, pero a diferencia de otras ocasiones, esta vez la sentía lejos teniéndola cerca.

Y dolía.

Cómo dolía.

Inconmensurable Donde viven las historias. Descúbrelo ahora