Tú.

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El camino hacia el reservado del hotel que tenía Hugo lo hicieron en silencio. Compartieron alguna que otra mirada acompañada de una sonrisa, pero el ambiente solo se veía interrumpido por la música que salía de la radio.

Eva estaba expectante y Hugo nervioso.

El chico aparcó frente al enorme y elegante edificio en el que pasarían la noche si todo le salía bien y apagó el motor del coche.

La castaña le miró algo desconcertada.

- ¿Un hotel? - preguntó casi en un susurro.

- ¿Confías en mí? - contestó el rubio con una sonrisa.

Imitando este gesto, la gallega asintió.

- Pues vamos.

Caminaron hasta el recibidor de la construcción.

Hugo llevaba las manos en los bolsillos e iba unos pasos más adelantado que la chica; por su parte, ella, caminaba observando detenidamente todo su alrededor.

Era un precioso hotel a las afueras del centro de la capital, los pocos negocios que le rodeaban estaban cerrando ya y a decir verdad, poca gente quedaba entre aquellas calles. Verdaderamente, Hugo se había tomado una gran molestia al preparar todo aquello y ella lo sabía.

Desvío su mirada hacia el chico que iba por delante, sonrió sabiendo que no la miraba y aligeró un poco su paso para ponerse a su altura y enganchar su mano al brazo de él que la miró sonriendo y depósito un suave beso en su cabeza.

Entraron así al edificio, cual pareja normal, como si no fueran grandes estrellas de la música y simplemente dos jóvenes cualquiera. En parte eso es lo que intentaba de aquella noche Hugo, que dejaran de ser Hugo Cobo y Eva B para ser simplemente ellos, al menos unas horas.

- Buenas noches, tengo una reserva a nombre de Hugo, Hugo Cobo - sonrió el cordobés a la chica de recepción.

La mujer buscó algo en el ordenador que tenía por delante y se giró a por una llave.

- Habitación 245, pasen buena noche - sonrió tendiéndole dichas llaves al chico.

La morena seguía sin articular palabra sin saber realmente que hacían allí. Su desconcierto fue mayor cuando al llegar a la habitación encontró en ella la guitarra del chico y un par de pijamas que, si saberlo ella, él había llevado hasta allí horas antes.

Observó la habitación. Una enorme y preciosa cama de matrimonio presidía la estancia; un baño bastante amplio a la derecha, junto a la puerta de entrada; y al final, una terraza con una mesa repleta de platos.

- Ven - sonrió Hugo empujándola suavemente de la cintura para que anduviera hacia esta terraza.

Al llegar, la chica divisó sobre la mesa circular varios entrantes, platos principales y algunos picoteos.

- ¿Qué es todo esto? - preguntó tomando asiento en una de las sillas.

- La cena - contestó indiferente el chico sin borrar la sonrisa.

La miró entonces a los ojos. Esos ojos azules que allí, al brillo de la luna, eran capaces de cautivar a cualquiera. Y él no iba a ser la excepción.

- Estás preciosa - sonrió sacándole los colores a la chica que jamás se acostumbraría a aquellos piropos.

- Calla anda - rió algo nerviosa comenzando a comer.

La tensión causada por el nerviosismo de ambos, que parecían dos adolescentes en su primera cita, se dispersó cuando comenzaron a salir temas intrascendentes de conversación de los que trataron toda la velada.

A eso de las once y media, llenos de comida, cansados de reír y con la luna alcanzando el punto más alto de su paso por el firmamento esa noche, Hugo pensó que era buen momento para sacar la guitarra y deleitar a la chica con ese nuevo tema que había compuesto recientemente y del que ella era la musa.

La gallega observó en silencio los movimientos del chico hacia el interior de la habitación y no perdió la vista de él cuando volvió a sentarse en el lugar que ocupaba frente a ella en la mesa y comenzaba a tocar acordes en su instrumento.

- Esto es para ti - sonrió segundos antes de empezar a cantar.

La canción hablaba de ellos y no había que ser muy listos para entenderlo. En ella, Hugo contaba su mala experiencia psicológica en el momento en el que todo lo que habían construido juntos se desvaneció por culpa de los miedos, y cómo, como si de dos imanes se trataran, habían vuelto a coincidir más adultos, más maduros y menos asustados, para volver a recomponer los escombros de aquello que un día tiraron sin querer. Básicamente contaba más que cantaba, que aquella chica a la que la luna alumbraba frente a él aquella noche, haciéndola más guapa de lo que ya de por sí era, era su salvación.

Terminó de enseñarle el tema mirándola directamente a los ojos, fijándose en que ese mar azul que ella llevaba en la cara amenazaba con descargar lágrimas de emoción en cualquier momento.

Se levantó entonces el andaluz para envolver en sus brazos a la morena que rodeó fuertemente la cintura del chico con sus manos y escondió su cabeza en el hueco de su cuello impregnándose así del maravilloso olor del chico, y sintiéndose inmensamente afortunada de tenerle en su vida.

Se separaron y conectaron sus miradas para más tardes unir sus labios en un beso lleno de amor y verdad.
No lo profundizaron ni lo hicieron eterno, simplemente se besaron el tiempo que debió durar y para cuando se despegaron el uno del otro, Hugo comenzó a hablar.

- Sé que acordamos que íbamos a ir lento, que seríamos sin más, y sin etiquetas. Sé, que aunque ahora seamos más adultos, los miedos siempre van a estar ahí, aunque ahora sepamos controlarlos. Pero yo no sé si voy a poder seguir fingiendo mucho más frente a nuestros amigos, y frente al mundo, que solo tenemos una amistad, porque tú y yo nunca hemos sido amigos y eso no va a cambiar.

El chico acarició delicadamente la mejilla de la castaña que le escuchaba atentamente sonriendo agarrada a su cintura.

- Con esto te vengo a decir que no veo el momento en el que podamos salir de la mano a la calle, que me apetezca darte un beso y te lo dé sin esconderme. Que quiero gritarle al mundo que te quiero, y que nunca he dejado de hacerlo, y reflejarlo en mis canciones, esas de las que siempre has sido inspiración. Que quiero serlo todo contigo, no ser sin más. ¿Entiendes lo que te quiero decir?

La chica soltó una carcajada y dijo:

- Cállate ya - para acto seguido volver a atacar a sus labios.

Esta vez el beso llegó a más y ambos acabaron agradeciendo a Laura el detalle de dejar un regalo en el bolso de su amiga.

La madrugada les sorprendió envueltos en las sábanas blancas de aquella enorme cama que había sido testigo minutos antes de la pasión y el cariño que ambos desprendían.

Con la respiración aún agitada, Eva se recostó en el pecho desnudo de Hugo y elevó su cara a la misma vez que él la bajaba para poder mirarla.

- ¿Esto significa que quieres ser mi novia? - bromeó el cordobés para luego dejar un suave beso en la frente de la gallega.

- ¿Te acuerdas lo que te escribí cuando sacastes 'Doleré'? - le preguntó ella acariciando su barbilla.

El chico negó mintiendo y ambos lo sabían. Hugo recordaba aquel texto que le había encogido el corazón años antes, pero necesitaba escuchar aquellas palabras de la boca de Eva, quién sabiendo sus intenciones, sonrió para confesar:

- Que eres tú, y que claro que siempre vas a ser tú.

Inconmensurable Donde viven las historias. Descúbrelo ahora