Capítulo 25: El reencuentro

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Paulina

—Eros, te quiero matar —colgué—. Bueno, señor es algo seguro, sólo quiero un espacio de diez minutos como mucho —le sonreí al señor frente a mí.

El hombre intercaló su mirada entre Andy y yo, era el encargado del restaurante, tenía un pequeño escenario para cualquier artista, cuando venimos a cenar había una chica con un violín, esperaba que aceptara a mi amiga y su guitarra.

Eros me había pedido ayuda para que cuando la viera fuera especial y Mariand días antes me había dicho que quería "cantarle" la canción que había preparado. Bueno, este era un muy buen momento.

Eres muy lista, Pau, muy lista.

—Le pagaremos —ofreció Andy al ver su indecisión—. Pero por favor diga que sí.

Sí, a ella también Eros la había fastidiado con ayudarle.

El pequeño hombrecillo de bigote nos sonrió fingidamente, estaba comenzando a preparar mis argumentos para convencerlo, sin embargo, no fue necesario.

—Tengo un espacio a las ocho —dijo—. Nombre de la señorita.

—Mariand Alejandra Contreras —pronuncie con una sonrisa.

Lo habíamos logrado. Fue tan sencillo.



Mariand

Evitaba no moverme demasiado para no estropearle su trabajo a Andrea, era la primera vez que me maquillaba, también en la que teníamos un contacto físico muy directo. La tensión sobre Eros no estaba, sin embargo, aquello había hecho que la confianza con ella no fuera tanta como la que tenía con Pau.

El celular de mi amiga sonó con la llegada de un mensaje, lo revisó y vi una pequeña expresión de sorpresa que de inmediato borró, estaba tan sonriente que parecía estaba en una revisión con el dentista de lo mucho que mostraba los dientes.

—¿Está todo bien? —pregunté.

—Sí, son solo chismes de la farándula —hizo un ademán con su mano restándole importancia—. Ya sabes como soy, me encanta el chisme.

—Creo que ya es hora —mencionó Andrea, pasando su dedo por mi cara para difuminar el rubor.

Las chicas me habían dicho que iríamos a cenar y que me habían conseguido un espacio para cantar. Quise abalanzarme sobre Paulina cuando me lo dijo, pero me convenció diciéndome que de esa forma superaría un miedo y que si me arrepentía no pasaba nada.

Pablo nos recogió y me sonrió ampliamente. No sabía que él estaría con nosotras y lo que más me intimidaba era que estuviera tan alegre conmigo, en sí, las miradas cómplices que compartía con mi amiga me hacían temer hasta de mi propia vida. Andrea por otro lado estaba pensativa, como últimamente era su costumbre, estaba presente de cuerpo, pero su mente se iba a un lugar muy privado.

La fachada del restaurante nos recibió, los amplios ventanales dejaban ver hacia dentro, agradecí que la iluminación fuera muy tenue, así no tendría problema con mis nervios.

Mamá no me había dado permiso cuando se lo dije, sin embargo, papá intervino y una discusión entre ellos se desató, me fui a mi habitación, no soportaba estar en ese círculo de gritos y reclamos. Minutos después mi papá subió y me dijo que fuera, cuando le pregunté por mi madre me respondió que hablaría con ella.

Tenía sentimientos encontrados respecto a él. Por momentos lo tenía en un pedestal y de la nada el mismo se encargaba de destruir esa imagen. A mí no me trataba mal, pero odiaba que en sus momentos de furia golpeara a mi madre en un intento de desahogo. Evocar los ecos de su puño contra su cara cuando era una niña era horrible.

Tornado ©   [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora