Capítulo 8: Un escándalo perseverante

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Eros

Todos juzgamos a las personas antes de conocerlas realmente como son, podrán ser las personas más rebeldes y alegres, pero al final te demuestran que su grado de madurez es mayor al que creías, en otros casos, hay quienes aparentan ser personas calmadas, con una vida donde los problemas hacen aparición de vez en cuando, pero tampoco es así. En todo lugar con luz siempre hay un poco de oscuridad.

Mariand lucía como una chica tranquila y alegre, se notaba que era sociable con casi cualquier persona, la veías riendo junto con su amiga, en pocas palabras, actuaba como una chica de su edad. No me esperaba algo así de ella; no podía juzgarla, no conocía su pasado, ni ella el mío. Entonces comprendí que la vida era extraña, te mostraba montones de versiones y personas que debías armar por tu cuenta y aun así ninguna coincidía.

—¡Eros! —entró Vanessa a la cocina, interrumpiendo mis pensamientos.

—Buenos días —dije sin ánimo.

—¿Nos vamos?

Respiré lentamente, con sólo verla mi paciencia se agotaba.

—Con una condición —me miró expectante—. Vas a desaparecer de mi vida y dejarás tu estúpido plan en el olvido.

—¿Disculpa? —abrió la boca indignada—. Eros, antes no eras este ser frívolo y sin sentimientos, estoy seguro de que algo pasó. No puede ser que de un día para otro te alejarás y olvidarás lo que...

—Lo que teníamos, nuestra relación, terminó hace mucho. Me dejó de interesar —interrumpí.

Los recuerdos habían quedado frescos en mi memoria de ese día. Hasta que llegó Andy con su peculiar personalidad, Pablo con su buena cara a la vida, y terminé por dejar ir esos recuerdos como ligeras hojas llevadas por el aire. Mis mejores amigos, que prácticamente eran mi familia, habían sido un apoyo enorme.

—No te creo. Se notaba que tu amor era sincero. Un día antes todo era miel sobre hojuelas y al siguiente llegaste diciendo maldiciones.

—No eran maldiciones, fueron verdades, ¿qué no entiendes?

—No me engañas. Ambos sabemos que lo que dijiste era mentira.

Me levanté de la silla y caminé a la salida de la cocina, no me gustaba recordar ese fatídico día en donde más de un corazón se rompió.

—¿En serio, Eros? ¿Tú? ¿Infiel?

Entorné los ojos. Aunque alguna vez existió la posibilidad, pensé que llegaría a agradarme Vanessa, sin embargo, hoy comprobaba que, aunque pasaran años ella sería una maldita plaga.

—Sólo olvídalo, Vanessa —la miré de reojo antes de salir—. Tu plan de que volvamos a estar juntos no va a funcionar —finalmente salí de ahí, pero me topé con Mariand.

Los ojos verdes de la chica me miraban con una mezcla de sorpresa y decepción, era obvio que algo había escuchado, sin embargo, no entendía el por qué esa expresión hacia mí.

—Por favor, Eros. Te pido sólo una oportunidad. —Vanessa salió detrás de mí.

La atención de Mariand se fue a Vanessa y después a mí, no pronunció palabra, tampoco una última mirada, traté de detenerla, me esquivó y se fue directo a la salida con su mochila colgando de su hombro. Quise seguirla y preguntarle qué le pasaba, pero la voz de una chica me detuvo. 

—¡Oh! Hola, gruñón —me saludó su amiga bajando las escaleras, se venía sobando la cabeza.

—¿Ya se van? —pregunté.

—Sí. Mariand y yo tenemos que llegar al trabajo —gruñó.

El aspecto de la chica no era el mejor, se le notaba cansada, su cabello era un desastre, y se venía tapando la boca con la mano sin apartarla ni un momento, supuse que en cualquier instante llegaría a vomitar. El chico que venía con ellas bajó, y al igual que ella, salió con una cara de vómito asquerosa.

Tornado ©   [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora