Capítulo 20: Sorpresas

461 49 134
                                    

Tiempo atrás

El hombre mayor estaba parado en la orilla, las arrugas en su cara, el abundante cabello blanco, sus ojos achicándose cada que sonreía y ese tatuaje de una nota musical en su muñeca; apreciaba el atardecer que se presentaba imponente ante él.

—Hola, Mari —saludó a la niña que se acercaba.

—¿Qué haces abuelo? —preguntó la pequeña.

Sonrió al verla tan alegre. Así era como anhelaba verla siempre, con esa aura de paz en su corazón, sin preocupaciones por culpa de sus padres. Ser sólo lo que era, una niña de catorce años con una vida esplendida por delante.

—Ese chico te besó, ¿cierto? —la miró con picardía.

Sus mejillas comenzaron a arder. Mariand constantemente se avergonzaba por casi todo.

—¿Cómo? —rio nerviosa. 

—No te avergüences, hija. A tu edad es normal empezar a tener la inquietud por experimentar ese tipo de sentimientos, sólo ten cuidado, cariño, la gente joven cree que todo es para siempre, y no es así —sonrió con dulzura.

A ella le incomodaba ese tema, culpaba a su mejor amiga de que su abuelo hubiera empezado a hablarle sobre relaciones de pareja, alguna vez el anciano las encontró embobadas hablando de que tan guapos estaban los actores que salían en una película. Todo empeoró cuando Matías, primo de su amiga, le había besado de improvisto.

—Mariand, Mariand, Mariand. —Su nombre salió de sus labios como si de una canción se tratara—. Te has puesto muy linda, no lo culpo de haberse enamorado de ti.

—Matías está enamorado de todo el mundo —masculló molesta.

Su abuelo rio, le causaba gracia que el chico siendo menor que ella tuviera la iniciativa de acercarse a Mariand.

Palmeó su espalda con dulzura.

—Cuando dos personas están destinadas no importa cuánto tiempo se conozcan o no, ambos sabrán que se pertenecen. —Su vista fue al atardecer, para después posarla en ella—. Así me pasó con tu abuela. Esa mujer me hacía enfadar de una manera que no te imaginas —rio—. Tenía su carácter y yo también el mío, ambos nos sobrellevamos, fue un matrimonio muy lindo —suspiró, bajó la mirada y sonrió levemente por la nostalgia que lo había embargado de repente—. Por desgracia, uno de los dos siempre tiene que marchar. Es una de las leyes de la vida.

Mariand se pegó a él rodeando su cintura con sus brazos. No le gustaba ver a su abuelo triste, ella sabía lo mucho que había amado a su abuela y también cuanto había sufrido su pérdida.

El hombre pasó saliva. Le dolía saber el tipo de vida que su única nieta llevaba, sus padres recién habían discutido y él con tal de mantenerla al margen de todo eso se la había llevado a unas cortas vacaciones. Si hubiera sabido que su hijo golpeaba a su nuera habría dejado a un lado su idea de no intervenir en su matrimonio. 

—Has venido al mundo por una razón —mencionó.

La niña hizo una mueca. Ella creía que no tenía ninguna razón su existencia, a no ser que sufrir contara como una, luego de lo que había vivido hace tres años lo creía con mayor fuerza.

—Tu madre cree que siempre podrá ocultarte la verdad —musitó. 

—¿Qué verdad?

—Algún día lo sabrás, pequeña.

************************


Eros

Tornado ©   [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora