Capítulo 2: La invitación

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Mariand

El destino a veces parece ser tan cruel, pero en realidad está siendo benevolente, eso lo supe en cuanto me volví a encontrar con él; la primera impresión siempre es clave al momento de conocer a una persona, pues aún de mi cabeza no salía su mal humor en el cine, sin embargo, ahora lucía más tranquilo, pero volvió a arruinarlo cuando abrió la boca.

—¿Conejos? ¿En serio? —Su tono fue sarcástico.

Sus ojos avellana nos miraban con diversión. Sostenía mi pantufla como si fuera un objeto extraño y peligroso, también podría decir que algo enternecido.

—¡El lindo gruñón! —exclamó detrás de mi Pau.

—¿Cómo? —sonrió ampliamente.

¡Genial! Ahora empezaría a desbordar ego por todos lados como todos los chicos de su tipo.

—Cállate —le susurré a Pau—. ¿Me la devuelves? —Volví mi atención al gruñón.

—¿Ni siquiera un "por favor"? —preguntó con fingida indignación.

—Tú no dijiste gracias en el cine, ¿o sí? —contraatacó mi amiga.

Su sonrisa se amplió más. ¡Pero qué dientes tan blancos tenía este hombre!

—Sí lo hice, me educaron con modales, es tu problema si no escuchaste —se encogió de hombros.

—¿Disculpa? —habló Pau con molestia.

—No voy a discutir algo que ya pasó —zanjó—. Eso debiste reclamarme cuando estabas trabajando.

—Bueno pues ahora no estoy trabajando, así que...

—¡Pau! —le interrumpí antes de que comenzara una pelea—. Sólo dame mi pantufla —le pedí al castaño.

—Ten —la arrojó al suelo con suavidad cerca de mi pie.

Podía sentir su mirada sobre mí. Tener la atención de un chico nunca había sido un tema fácil para mí, sobre todo cuando destacaban por ser lindos sin exagerar.

—Linda pijama —comentó él con burla.

—Lindas botas —respondí con el mismo tono por instinto. Eran las botas de hule más horribles que había visto.

—En mí se ven bien —dijo como si nada, su sonrisa lo hacía ver inocente.

—Egocéntrico —pronunciamos al mismo tiempo mi amiga y yo.

El gruñón soltó una risa corta. Se veía más relajado, también era consciente de cómo sus ojos me estudiaban fijamente por breves segundos para después buscar otra distracción y repetir la acción.

—Como sea. Vámonos —Pau me tomó del brazo.

—¡Eros! —Apareció un chico casi de la misma altura que el gruñón—. ¿Qué haces? Se hace tarde.

Su cabello era tan oscuro que podía jurar que se lo tiñó, sus labios eran delgados, pero seguía viéndose bien, no era el prototipo de galán con el que todas sueñan, y aun así supe que tenía algo especial, cuando mi amiga se quedó embobada con la imagen de él.

—Ya iba para allá —contestó el gruñón—, pero ocurrió un incidente —puso su mirada sobre nosotras, o sobre mí.

El chico nos miró con curiosidad, desprendía una energía positiva, sobre todo para mi amiga.

—Hola —saludó, amigable—. ¿Se conocen? —intercaló su mirada entre los tres.

El que se hacía llamar Eros lo miró con los ojos entrecerrados.

Tornado ©   [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora