-VII-

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Griselda tocó a la puerta de Saint cuando aún era de noche.

Este no había pegado ojo en toda la noche pues durante un largo tiempo había dormido en unos sucios y raídos trozos de tela en la bodega del barco pero había tenido la esperanza de huir pero en esa casona, no sabía que le dispararía el futuro.

Creía que Dios lo seguía castigando severamente pues no contento, luego de arrebatarle a sus padres y a hermanas, por disfrutar de privilegios y mirar a otros hombres, el supremo al parecer, aún no había terminado con él.

El monje levantó y lavó su rostro en agua helada, entonces volvió a poner su túnica y salió a ayudar a Griselda con los quehaceres.

Juntos prepararon el desayuno y luego sirvió a las mujeres de la familia en silencio pues el joven capitán aún dormía.

...—Oye muchacho, ¿Por sigues vestido con esas horribles ropas?...Son un insulto a nuestros Dioses— habló Anne haciendo una mueca—...Quitatelas.

Saint la miró con cara de susto

—No mi señora, no me despoje de mi ropas— suplicó este.

Pam lo empujó.

—Obedece, mi madre te ha dado una orden.

La matriarca tocó la campanilla y otra doncella apareció.

—Dile a Griselda que coja ropa que ya no me valga de mi hijo y que se la dé a este joven monje para que se cambie.

Saint las miró con odio pues lo creía  muy injusto, ya que estaba cumpliendo con todo lo que se le ordenaba y sus ropa no importunaban para el trabajo.

Zee entró en el comedor y lo miró con extrañeza pues este tenía lágrimas corriendo por sus rojas mejillas y entonces se sintió extraño.

—¿Qué ocurre aquí?—preguntó sentándose a la mesa.

—Madre ha ordenado que el monje se vista con ropas y no con ese horrible hábito.

El capitán asintió conforme y entonces volvió a mirar a Saint.

—Haz lo que te han dicho, tu túnica apesta y debe ser lavada.

Saint soltó un sonoro bufido y acto seguido hecho a correr fuera de allí.

Cuando este volvió para recoger los platos del desayuno, ya estaba cambiado con las ropas que Griselda había escogido para él y aunque el capitán ya no estaba, las mujeres lo felicitaron y le dijeron que ahora si se veía muy bien.

Saint se sentía horrible pues él no quería verse bien, quería sus hábitos, lo había llevado durante dos años y sin ellos se sentía desnudo.

Mas tarde, Griselda le encontró más ropas que podían servirle, éstas eran de cuando Zee era más joven y menudo pues ahora este era todo un hombre fuerte, a diferencia de él que tenía cuerpo muy femenino

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Mas tarde, Griselda le encontró más ropas que podían servirle, éstas eran de cuando Zee era más joven y menudo pues ahora este era todo un hombre fuerte, a diferencia de él que tenía cuerpo muy femenino.

De hecho, cuando el joven capitán regresó a casa, ya al oscurecer, con unos tragos de más, luego de haber ido a la barbería de pueblo y acompañado de sus fieles amigos AA, Tay y New, esos vieron a Saint de espaldas y lo confundieron con una mujer.

—Hey ¿quie-quién es esa nue-va sir-sirvienta?— preguntó el más alto, señalando a este que frotaba de espaldas y rodillas, el piso con un paño y un cubo.

—No, no... no hay nue-va sirv-enta— balbuceó Zee mirando a dónde su amigo señalaba.

—¿Entonces...

El capitán abrió sus ojos pues el redondo y bonito trasero del monje se movía hipnóticamente, mientras frotaba el piso, ya que los pantalones que llevaba puestos dejaba visible la delineación de sus caderas y sus muslos, los cuales antes habían permanecido ocultos en la amplia túnica de monje.

—¿Sa-Saint?... le-levántate y dé-dejame verte— le ordenó este desde una de las sillas en las que se había sentado pues la borrachera lo tenía tambaleándose.

El castaño resopló pero obedeció, entonces se levantó y tras girarse, caminó hacia el Capitán y sus amigos.

La verdad es que este lucía muy tierno así vestido, con su pelo ahora bien peinado y con esas ropas que dejaban ver las pronunciadas curvas de su delicado cuerpo, por lo que no parecía que este fuese monje, ni que supiese lo que era eso.

La verdad es que este lucía muy tierno así vestido, con su pelo ahora bien peinado y con esas ropas que dejaban ver las pronunciadas curvas de su delicado cuerpo, por lo que no parecía que este fuese monje, ni que supiese lo que era eso

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Zee no sabía si era por los tragos que llevaba encima pero no podía sacarle los ojos de encima a su sirviente pues le parecía jodidamente hermoso y muy follable.

Después de examinarlo hasta casi sentir su sangre hervir, este lo dejó irse a su aposento pues los muchachos se estaban alborotando mucho también, por lo que todos fueron al salón, donde prosiguieron con los tragos, hasta caer dormidos y desperdigados por toda la estancia.

......

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16. Mi ardiente capitán -Zaintsee - TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora