Capítulo 36

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Escuela deportiva
Agente Walker
24 horas antes del incendio.

Era la tercera vez que Anderson caía al suelo, luego de ser cubierto por alguien del equipo contrario. Estaba distraído, lo noté desde que salieron de casa de su madre. Por más que le pregunté que le ocurría, aseguró que nada.

Verlo allí, jugando de esa manera, me era obvio que sí, le ocurría algo.

—Vamos campeón, tu puedes —le grito al ver atajar la pelota se va con ella hacia el campo rival.

Sonrío con orgullo, me parece extraño su comportamiento, Anderson es un buen deportista, algo que no heredó de mí, ya que siempre fui malo para los deportes. Podría decir con suficiencia que mi hijo era capaz de sobresalir en cualquier deporte que quisiera.

—¿Es su hijo? —pregunta un padre de familia con marcado acento extranjero y que tiene la camiseta del equipo rival.

Esta sentado a mi lado, pocas veces lo he visto animar a alguien e imagino que es solo un espectador.

—El rubio que lleva en este instante el balón. —le digo señalando a mi hijo y el hombre sonríe al notar a mi hijo correr con el balón en sus pies y evadir a tres chicos en el proceso —Chuck Walker —me presento extendiendo la mano, una que el sostiene, pero que no me da su nombre, tampoco muero por saberlo —¿Tiene hijos aquí? —le pregunto y el hombre busca en el campo.

—Sí, aquel con rostro más rojo, no está acostumbrado a los deportes, pero su hijo le ha animado a hacerlo —señala a un pequeño más chico que el resto de los jugadores, pero con la misma energía.

—¿Dexter? —pregunto y el hombre asiente sonriente —su hijo no hace más que hablar de él.

Justo en ese instante Anderson anota el único gol del partido. El alboroto que siguió fue motivo de felicidad de parte de los padres, los pequeños festejaron el gol hasta del equipo rival. Los profesores ríen viendo a los niños saltar ante el gol.

Eran de la misma escuela deportiva, los sábados se hacían grupos para jugar entre ellos. Al final de la jornada, no había ganadores o perdedores, al final todos disfrutaban de refrescos y hamburguesas, brindadas por cualquiera de nosotros.

—Es bueno, aunque estuvo todo el juego distraído —me aclara. —¿Divorcio?

—Sí, en buenos términos —confieso —no pensé que a Anderson le afectara.

Mi mirada viaja a la cancha al escuchar el silbato, Anderson está en el suelo y se retuerce llevando una mano en su tobillo izquierdo. Son sus hermanas las primeras que corren hacia la cancha, ellas decidieron ubicarse en las bancas primeras. Están en una edad en donde, ir acompañadas de su padre, es sinónimo de vergüenza. Suelto una maldición y corro escaleras abajo, rumbo a ver a mi hijo.

—No es grave, pero sí de cuidado —habla rápidamente el profesor al verme llegar ante él.

Lo hago a un lado ignorando lo que me acaba de decir, porque el que me interesa que me diga cómo se siente es mi hijo. Me arrodilló ante él, que llora desconsolado tomándose el pie en el proceso.

—¿Te encuentras bien? —pregunto.

—Me duele mucho papá. —se queja.

—Vas a estar bien, te llevaremos a un hospital.

Les doy las llaves del auto a las niñas que corren, sabiendo lo que deben hacer. Me excuso con los profesores, alumnos y padres de familia, abriéndome campo con mi hijo en brazos y llorando.

—Soy doctor, permítame revisarlo. —me intercepta el padre de familia con el que hablaba durante el juego —siempre tengo en el baúl el maletín de emergencias.

CONFUSIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora