Capítulo 4

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Shark Dewand

Diez años, ese es el tiempo que he esperado por cumplir mi venganza, sus voces aún me persiguen en sueños y en mi despertar está el recuerdo de ese audio que no puedo olvidar.

Si tan solo ustedes lo escucharán.

Entenderían mi contrariedad, mi agonía y mi deseo que sus gritos cesen...

Este día cumpliríamos Ágata y yo 18 años de casados, de estar ella viva y mis hijas 16 y 20 años. Cuando todo ocurrió teníamos seis de casados, nos conocimos desde pequeños, crecimos juntos, pues sus padres eran los dueños de las tierras de al lado. Teníamos la misma edad, con una diferencia de dos meses. Todo fue perfecto, nuestros padres aceptaron el matrimonio, no pusieron trabas por ser menores de edad, ambos 17 años y nos apoyaron en todo momento. Mis hijas (8 y 4 años) eran muy pequeñas, cuando toda esta pesadilla inició, las tuvimos demasiado joven, pero siempre fui un hombre responsable, por lo que jamás le di la espalda.

¿Cómo hacerlo? Si ellas eran mi adoración.

Mientras me visto observo la hora en mi reloj, David, era un hombre de costumbres fijas. Por lo que a esa hora estaría ya en su templo y hace una hora lo recogieron del aeropuerto, sonrío por esto último y le doy una mirada a mi PC, en él, veo las imágenes de los tres hombres y de pronto, mi humor cambia.

Pensando en mi venganza, sus voces cesan, es como si ellas me dieran ese lapso de paz, me ayudaran a planear las cosas, saben que con su silencio pienso mejor. La alerta en mi computadora me dice que acaba de entrar a mi chat y camino hacia allí, le doy aceptar y la enlazo con el sitio chat que he pagado, sé que eso lo mantendrá ocupado. Es el video, en vivo de una stripper, pero la chica va más allá, se masturba ante la cámara con diferentes objetos, para luego tener sexo con tres hombres.

En conclusión...

Es todo lo que una mente tan perturbada como la de ese hombre amaría ver y lo mantendría tan ocupado, que no vería lo que sucedía a su alrededor. Me calzo los zapatos, observo mi imagen en el espejo una última vez, me gusta lo que se ve y salgo a los pasillos. Rumbo a la calle, algunas personas se cruzan en mi camino y saludo a cada una de ellos sin recibir respuesta y solo bajan el rostro o giran en otra dirección, todos empezaban su jornada laboral.

—Sham —la voz de la pequeña me hace girar. —Sham, ven...

Es una nena de cuatro años, cabello rubio y ojos de un hermoso color violeta, su pequeño cuerpo redondo camina hacia mí con la muñeca que le he regalado, es mi vecina de al lado y vive con su madre. Se le dificulta decir mi nombre, por lo que para ella soy Sham, ese apodo me gusta y la niña me recuerda a Abbie, mi hija menor, esa que, de vivir, hoy tendría 16 años. Sacudo mis pensamientos y los guardo en el cajón de los recuerdos, para alzar en brazos a mi pequeña amiga, que camina hacia mí sonriente.

—April —la voz aterrorizada de su madre, me hizo girar y avanzar hacia el apartamento que April y su madre, Jade, compartían. —Gracias a Dios—me dice aliviada al verme con la niña en brazos. 

Está pegada a mi cuello y me sonríe mientras su madre intenta que regrese con ella. Sé que apenas me escucha despierto, llora a su madre para que le abra la puerta, pues quiere saludarme, en algunas ocasiones lo logra. Suelo jugar con ella constantemente y es quizás esa atención o ser la representación de una figura paterna, la que la ha apegado a mí.

Solo existe un problema...

Su madre me teme, rara vez me da la cara y cuando lo hace sus ojos, tan parecidos a los de su hija, lucen aterrados. Tiene problemas de dinero porque he escuchado muchas veces como el casero le cobra la renta, trabaja en una cafetería medio tiempo, una en donde suelo ir a tomar un café, de vez en cuando. Lo que gana escasamente alcanza para pagar la renta o comer, por lo que, siempre se caía en lo primero, es decir, se atrasaba en la renta.

CONFUSIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora