XXXIII

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Después de esa pequeña cabezadita, la cual duró más de lo esperado, Dilan se sentía mucho mejor.

Aunque aún no encontraba una explicación para la forma en la que actuó su animal interno, al menos había conseguido relajarse, ya no se sentía cansado ni saturado. Podía organizar sus ideas sin sentir que su cabeza iba a estallar en cualquier momento.

Poco a poco el joven abre sus ojos y se levanta de la cama, si no fuera porque su vejiga decidió que ya no podía retener más líquidos, el joven ni siquiera se hubiera movido.

Dilan estaba cansado, no quería hacer nada, solo deseaba permanecer en su cama y no pensar en nada. Necesitaba esa tranquilidad, pero como siempre pasaba, cuando más a gusto y tranquilo se siente uno, es cuando el universo decide actuar para sacarte de tú zona de confort. En su caso fue tener que levantarse de su cómoda y calentita cama para ir a orinar, así que, con paso cansado y adormilado, Dilan camina hacia el baño del pasillo.

Mientras anda los ojos de Dilan se cierran y se abren con parsimonia.

Una de esas veces, en las que los ojos de Dilan vuelven a cerrarse el pequeño minino deja salir un bostezo cansado.

Ufff, sí que necesitaba esa siesta. Piensa el minino.

No tardó mucho en llegar al baño, pero para el joven fue la caminata más larga de su vida.

Al terminar, el joven se lava las manos y decide echarse agua en la cara, necesita despejarse un poco.

Cuando se está secando la cara con una toalla del baño, es cuando el joven se da cuenta del silencio que reina en la casa.

Extrañado, sale del baño y baja las escaleras de la casa. No hay nadie ni en la sala, ni tampoco en la cocina. El joven mira las dos habitaciones intentando entender que es lo que pasa, y cuando por fin su cerebro deja de actuar en piloto automático, es cuando Dilan se da cuenta de que está solo en casa.

Este nuevo escenario hace que el joven tenga una importante lucha interna. La cosa está sola y en silencio, lo que lo convierte en el escenario perfecto para volver a la habitación, echarse nuevamente en la cama y retomar el sueño, pero Dilan sabe que si lo hace eso acabará desperdiciando toda la tarde.

Necesita moverse un poco y despejarse, lleva prácticamente casi todo el día metido en la casa. Si omitimos la caminata de la mañana y las veces que había acompañado a sus abuelos, Dilan realmente no había estado haciendo nada de ejercicio físicos. Es decir, necesitaba entrenar.

Desde el día que había pisado la casa de sus abuelos, Dilan no había entrenado ni un solo día, vale, paseaba y caminaba todos los días, pero eso no servía de nada. Él tenía que moverse, ejercitar sus músculos y gastar toda la energía de su cuerpo.

Las caminatas solo ayudaban a no pensar en nada, y si viene sabía que podía ir a entrenar con los lobos de esta manada, no quería exponerse de esa manera, les había prometido a sus abuelos que sería prudente, y sabía, que si iba a los campos de entrenamientos se iba a encontrar a más de un lobo que quería dárselas de lobo alfa.

Y aunque Dilan tenía fe en sus capacidades, sabía también que sería mucho más seguro y tranquilo, si evitaba ese lugar. Así que nada, solo le quedaba una opción.

Un nuevo bostezo sale de la boca de Dilan mientras estira los músculos de sus brazos y sube las escaleras.

Al llegar a su habitación, coge los zapatos de deporte que empacó, los cuales se encontraban excesivamente limpios, demostrando que efectivamente, no ha estado manteniendo su forma física.

Avergonzado por este hecho Dilan se cambia de ropa, se coloca una camiseta de manga corta y un pantalón de chándal cómodo y fresquito, ata los zapatos de deporte y baja nuevamente las escaleras.

UN GATO ENTRE LOBOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora