XIII

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A la mañana siguiente todo fue mucho más tranquilo.

Sam estaba mucho más serena, ya no se sentía nerviosa mientras acompañaba a Dilan a la escuela, ella ya había visto con sus propios ojos que todo había salido bien.

Ayer Sam había visto que Dilan había salido de la escuela sonriendo, lo había visto hablado con desconocidos e incluso tuvo la oportunidad de verlo jugando con una de sus compañeras de clase.

Gracias a esto Sam por fin comprendió que nada malo le pasaría a su hijo.

Daba igual las veces que ella se repitiera que no estaban en su antigua manada, daba igual las veces que escuchara que todo iba a estar bien, daba igual las veces que ella misma se asegurase que no se repetiría otra vez lo mismo, los temores e inseguridades que Sam tenía no se iban, seguían ahí, esperando para atacarla cuando menos lo esperaba.

Pero gracias a lo que vio y vivió en la tarde del día anterior se dio cuenta de que realmente todo estaba bien. La manada a la que se habían mudado no era la misma que la del alfa Samuel, esta manada no miraba mal a Dilan, no lo despreciaba y mucho menos lo juzgaba.

Por fin era capaz de creer las palabras que tanto se repetía para seguir luchando, por fin comprendía que esas palabras eran verdad, esta nueva manada era su nuevo comienzo, y por fin era capaz asimilarlo.

Gracias a eso Sam ya no llevaba ese peso encima, el haber asimilado la verdad de sus palabras la hicieron sentir mucho más ligera. Ahora su nueva meta era conseguir el trabajo como centinela y reunir dinero para poder mudarse a una casa para ella y para Dilan. Porque si Sam conseguía el trabajo ellos se mudarían a los dormitorios de los centinelas, pero Sam sabía que esa acción sería incómoda para todos.

Vivir en un lugar lleno de hombres con la testosterona por las nubes no es lo mejor para ellos, Sam no temía lo que pudiera pasarle, sabia defenderse y si alguien intentaba propasarse con ella era muy probable que acabara en el hospital.

No, ese no era lo que le preocupaba, lo que le preocupaba era lo que podía escuchar Dilan mientras vivieran allí, su hijo seguía siendo muy tierno e ingenuo, y si podía quería que continuara siéndolo por mucho tiempo.

Mientras Sam pensaba en todo esto acabó llegando a la entrada de los dormitorios.

El sitio era tal y como se lo imagino, una casa grande de varias plantas, muy similar a la mansión del alfa Samuel, aunque esta, al contrario de la otra poseía mucha más vida y color.

Desde una de las ventanas del segundo piso Sam podía escuchar perfectamente como algunos de sus futuros compañeros hablaban sobre el nuevo centinela que se mudaba a los dormitorios, ventajas de tener un oído tan fino.

- ¿Entonces tenemos un nuevo compañero? – preguntó uno de los jóvenes entusiasmado.

Sam se sintió un poco incomoda después de escuchar esto, ellos esperaban a un nuevo "compañero", ¿Cuál sería su reacción cuando descubrieran que lo que tendrían era a una nueva compañera, la cual encima traía equipaje?

La inseguridad la golpeo por unos segundos, Sam ya había pasado por esto mismo en su antigua manada, había tenido que ganarse el respeto de sus antiguos compañeros. No fue sencillo, tuvo que enfrentarse a los más fuertes y experimentados, tuvo que pasar por muchas mierdas ya que muchos de sus antiguos compañeros no creían que una mujer pudiera hacer esa clase de trabajos.

Intentaron molestarla en todo lo que pudieron, le dieron los peores horarios de trabajo y la llevaron a su límite, pero gracias a ese trato tan discriminatorio se había convertido en la mejor.

Le asustaba tener que pasar otra vez por lo mismo, pero esta vez no iba a dejar que la historia se repitiera, pelearía por lo que quería, además, tener a Dilan presumiendo de ella le generaba cierto orgullo.

UN GATO ENTRE LOBOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora