VIII

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- No quiero – se queja Dilan, llorando sobre la colcha de su cama – no quiero – vuelve a repetir el pequeño mientras más lagrimas caen por sus mejillas.

Después de oír la noticia, Dilan no quiso seguir escuchando a su madre, salió de la sala y se encerró en su habitación.

Ya está, le habían dicho que se iban de la manada y Dilan había reaccionado tal y como ellos se lo esperaban.

Aunque ahora mismo el pequeño estaba llorando, Dilan no podía negar que cuando escuchó la noticia estuvo muy contento. Se iban de la manada, ya no tendría que sufrir más, ya no sería molestado por Samuel, Marcos, Sofía o por cualquier otro niño de la manada, nunca más vería nuevos golpes o cortes sobre su piel, y ya no tendría que esconder los golpes de su madre o de sus abuelos. Podría ir con la ropa que quisiera sin temor a que algún golpe fuera revelado, por fin tendría la vida tranquila que siempre quiso, por fin tendría su final feliz, tendría el final que aparecía en los libros de aventuras que tanto le gustaba leer junto con su abuelo.

Dilan estaba contento por la noticia, irse de la manada era la mejor noticia que podía haber recibido, pero al mismo tiempo estaba preocupado. ¿Qué pasaba si la historia volvía a repetirse? ¿Y si volvían a meterse con él? ¿Y si pasaba otra vez lo mismo? ¿Y si volvía a ser el centro de las burlas y de los golpes? ¿Tendrían que mudarse otra vez de manada? ¿Y si en su nuevo hogar pasaba otra vez lo mismo?

Esas eran las preguntas que lo carcomían al pequeño, quería irse, pero tenía miedo. Temía que la historia se repitiera otra vez, temía que las cosas nunca cambiaran y que su vida no mejorase, temía no poder ser feliz.

Aunque, por lo menos su familia siempre estaría con él, eso era lo único que consolaba a Dilan, pero, cuando su madre le dijo que solo ellos se iban todo su mundo cayo.

Sus abuelos no se iban con ellos, sus abuelos se quedan en la manada, solo se iban él y su mama ...

El futuro que Dilan ya había imaginado desaparecía delante de él, un nuevo hogar junto con sus abuelos, un lugar donde ser feliz junto con su familia ...

Al ver como todo se caía, Dilan hizo lo único que podía hacer un niño de su edad, salió corriendo, corrió porque era incapaz de acertar lo que su madre le decía. Él quería irse, pero no pensaba irse sin sus abuelos, y si sus abuelos no se iban, él se quedaría.

Después de que el pequeño saliera, Mateo y Teresa consolaron a su hija, todos en la sala entendía porque Dilan había actuado así, pero, aun así, ellos tenían la esperanza de que Dilan les dejara explicarse.

Cuando Sam estuvo un poco más tranquila, Mateo subió las escaleras y fue a la habitación de su nieto. Iba a llamar a la puerta de la habitación, pero la voz llorosa de su nieto hizo que se parara en seco.

Mateo sabía que la charla no iba a ser sencilla, sabía que Dilan no iba a reaccionar bien ante la noticia, pero escuchar a su nieto llorando hacía que su determinación se tambalease.

Él entendía la actitud del pequeño, ninguno de ellos podía culparlo, lo conocían, sabían cuál iba a ser el panorama después de que Sam soltara la bomba y su reacción fue lo que ellos esperaban, pero aun así ...

Mateo siguió parado frente a la puerta de Dilan, escuchandolo llorar mientras se quejaba, al final acabo suspirando y se decidió a llamar a la puerta. Golpeó suavemente la puerta de la habitación y esperó a que Dilan abriera, pero no pasó nada, volvió a golpear la puerta y espero a que por lo menos el pequeño dijera algo, al no recibir una respuesta llamó a Dilan en múltiples ocasiones, pero daba igual cuantas veces lo llamara, Dilan no hacía caso.

Al ver que nada pasaba, Mateo acabó suspirando y se alejó de la puerta, ando hasta la escalera, apoyó la mano en el pasa mano y miró a la puerta de la habitación de su nieto.

UN GATO ENTRE LOBOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora