39-Equipo canino

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Después de entregarle a Ortro a la manada, los tres se abstuvieron de luchar física y elementalmente para recuperar algo de energía. Avanzaron manteniéndose rodeados por espíritus caninos para que solo tuvieran que estar pendientes de su espacio aéreo o de enemigos increíblemente grandes. La escolta se mantenía en su forma inferior, los protegidos en las humanas. Los tres se valían solo de sus ballestas y punterías para atacar a sus oponentes, que eran en su mayoría esbirros con habilidades físicas y reflejos inferiores a los de sus alfas. Si un enemigo se les acercaba más de la cuenta, Escila soplaba su silbato para solicitar la ayuda del Cinocéfalo o cualquier otro tipo de cruzado que estuviera a su alcance para pedirle que le cubriera la espalda por un rato.

De todos los descansos que se habían tomado para recuperar fuerzas, ese fue el más extenso y a la vez dinámico. Luego de varias horas de luchar desde la distancia, y ante la inevitable escasez de proyectiles, finalmente sintieron que podían seguir usando sus formas espirituales. Todavía se movían con algo de lentitud y no se encontraban en condiciones de invertir su energía vital en orbes elementales, aunque sabían que la fuerza bruta de sus facetas sobrenaturales era más que suficiente para salir de la mayoría de las situaciones de riesgo medio-bajo. Y si más adelante se veían físicamente superados, ellos iban a atacar en equipo para prevalecer.

Ese fue el plan en un principio. Después vieron a lo lejos a más de una docena de Licaónides atacando a sus esbirros aliados. Los Lobos también se percataron de sus presencias, y fueron a atacarlos apenas hubieron acabado los con falsos avatares.

Los peregrinos y una buena fracción de la manada encararon a los traidores caninos. El bando de Zeus se dio cuenta de que quienes encabezaban el grupo de Lobos no eran otros que Licaón, Perro-Dorado y el Cinocéfalo Alfa.

—Si ellos no entienden a razones, entonces sométanlos ustedes, por favor —le susurró un Cinocéfalo Esbirro a los peregrinos—. Así habrá menor probabilidad de que la manada se mantenga separada. No queremos que nuestros doce líderes sigan atacándose entre ellos.

—De acuerdo —dijo Quimera.

Cerbero y los otros tres líderes que decidieron seguirle se pararon delante de los insurgentes para decirles que aún estaban a tiempo para volver a la manada siempre y cuando se rindieran. Sus ahora enemigos no se lo tomaron de buena manera y corrieron hacia el Perro Tricéfalo, que se había transformado en Serpiente con la intensión de detener a sus tres atacantes al mismo tiempo.

Los peregrinos le evitaron esa batalla interponiéndose en el camino de los tres traidores. Quimera fue hacia Licaón, Escila con el Cinocéfalo Alfa y Orión le bloqueó el paso al Perro-Dorado. Una parte de Cerbero suspiró, agradecida de no tener que enfrentarse a sus hermanos en credo. Otra razón para agradecer fue su falta de energía. No habría podido vencer a los tres cánidos (especialmente al Autómata) en su forma superior antes de que se le agotara en tiempo.

Lo primero que los enviados de Keseb notaron fue que su desempeño físico seguía dejando mucho que desear, y eso iba desde la fuerza, pasaba por la resistencia y terminaba en la velocidad. Un factor positivo era que una parte de la manada estaba apoyándoles manteniendo lejos a los Licaónides y Cinocéfalos Esbirros enemigos, garantizándoles que no tendrían que preocuparse por encarar a más de un enemigo a la vez.

Los rasguños de Licaón eran más efectivos en la cara de Quimera, el Cinocéfalo Alfa podía dar larguísimos saltos para esquivar los tentáculos de Escila y el Perro-Dorado eludía sin problemas las acometidas de Orión inmediatamente después de dañar sus piernas con sus dientes y garras metálicos. Los tres cánidos enemigos también se dieron cuenta de la cansina voluntad de sus oponentes y el hecho de que no intentaban tirarles orbes elementales para paralizarlos o frenar zarpazos y mordidas.

El descanso de varias horas de los peregrinos no había sido suficiente. Conforme avanzaba la pelea, los tres tenían que realizar un cada vez mayor esfuerzo por moverse y mantenerse vivos. La situación era comparable a la de enormes pero lentas tortugas siendo atacadas por aves rapaces tan pequeñas como rápidas y sanguinarias.

Licaón pasó a una de sus dos formas inferiores. Esta era una humanoide Promedio con cabeza, garras y cola de Lobo, lo que le asemejaba mucho a un Cinocéfalo. Su agilidad seguía siendo superior a la de cualquier otro tipo de cuerpo espiritual humanoide. El único precio que tuvo que pagar fue el de disminuir la profundidad de sus zarpazos. El Hombre-Lobo aprovechó además la flexibilidad y velocidad de su nuevo cuerpo para aumentar el número de heridas en el cuerpo del León.

Los emisarios necesitaban una estrategia urgentemente. Quimera empezó a invertir más fuerzas en las fintas que en las acometidas. Atacaba solo para mantener ocupado al Primer Licántropo y no darle el tiempo de percatase de que lo estaba acercando cada vez más a Escila. Uno de los tentáculos de la Ninfa notó las intenciones de Quimera gracias a su cola de Serpiente, que señala al Cinocéfalo Alfa y después al torso del felino repetidamente. La Ninfa también se inclinó por centrar todavía más la atención del Hombre-Perro en sí misma para no darle la oportunidad de adivinar el plan del León.

Llegado el momento, Quimera fingió que sus patas temblaban de cansancio y que estaba a punto de deslomarse. Licaón entró en posición y se lanzó hacia la espalda del León para degollar a la cabeza de Cabra. Uno de los tentáculos de Escila bajó del cielo de forma inesperada para interrumpirle el salto mordiéndole en el costado e inmovilizarlo. Quimera corrió rápidamente, rodeando el cuerpo de Escila para después saltar sobre el Cinocéfalo Alfa. Todos sus atributos físicos todavía superaban con creces a los del Hombre-Perro y a su cabeza de Serpiente aún le quedaba algo de veneno. Y para mejorar un poco más las cosas, el Cinocéfalo había gastado más energía que Licaón para luchar contra el extenso cuerpo de su oponente marino, haciendo que su muerte fuera tan rápida como injusta.

Quimera no se detuvo. Dejó que el cuerpo del Hombre-Perro regresara a su desvanecida forma humana y se posicionó delante del Perro-Dorado. Sabía que el reducido cuerpo metálico del Autómata era más fuerte y pesado que el suyo y que solo tendría una oportunidad contra él en su forma superior. No la necesitaba porque era más que consciente de que su imponente figura felina bastaba para fijar la atención del Perro-Dorado en él durante un breve pero valioso lapso de tiempo. Los dos intercambiaron zarpazos y mordida hasta que Quimera retrocedió a causa del dolor de sus más recientes heridas, que eran mucho peores que las infligidas por Licaón.

El Perro-Dorado saltó hacia adelante y derribó a Quimera con un fuerte arañazo a la cara. Orión también dio un salto muy largo con su lanza apuntando hacia abajo. Pasó por encima de Quimera y, al momento de aterrizar, empaló al cánido metálico atravesando su torso. El Perro-Dorado no pudo hacer más que rotar. Escila llegó arrastrándose y dañó al Autómata con su florete hasta destruir su núcleo.

—Necesitamos descansar más —afirmó Quimera—. Porque a este paso nos derrotaran en cuanto logren separarnos.

Derrotado el grupo de cánidos traidores, los peregrinos prosiguieron con la misión de la manda de encontrar y reducir a los demás insurgentes de su clan. 

Quimera: Segundo Libro de Las Guerras de TabulaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora