31-Estos grecios y sus tocayos: Parte 3

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Al recuperar una buena parte de sus fuerzas, los tres prosiguieron con su avance en el cada vez más devastado terreno de piedra, madera y cemento. Entraron en el campo visual de un trío que solo prometía complicarles las cosas: un humanoide Promedio con un arpón de cristal azul y dos Gigantes, siendo el primero un Hecatónquiro y el segundo un Anguípedo con armas de elemento agua.

—No eres el Hecatónquiro que luchaba en el equipo de Alcioneo, y el que acompañaba a Porfirión murió en combate —exclamó Quimera—. ¿Cómo es posible que exista un Cuarto Hecatónquiro?

—Es más que posible si tomas en cuenta que muchos asumen que Briareo y yo somos la misma persona —replicó el Gigante de Cien Brazos y Cincuenta Cabezas—. Soy Egeón.

—Yo también soy Egeón —exclamó el Gigas.

—Y yo también soy Egeón —exclamó el humanoide Promedio.

—Ahora es mi turno de decir <<No me hace gracia>> —afirmó Orión.

—Uno es un Centimano, el segundo un Gigas —dijo Quimera—. Pero ¿y el tercero?

—El Dios del Mar Egeo y sus Tormentas Marinas —respondió el Egeón más pequeño—. Pueden llamarme D.E. —Lo pronunció erróneamente como <<Dii>>, como si las dos letras iniciales formaran una sola sílaba incluso estando separadas por un punto, cuando una forma más acertada sería <<Di-Í>>.

—A mí me pueden llamar C.E —dijo el Hecatónquiro, pronunciándolo como <<Cii>> e incurriendo el mismo error que el Egeón anterior.

—Y a me pueden decir G.E. —dijo el Anguípedo, también cometiendo el mismo error que sus dos compañeros al pronunciar su apodo como <<Yii>>.

—Estoy comenzando a hartarme de los tocayos y sus apodos —le dijo Escila a sus compañeros—. ¿Y ustedes?

—También —respondieron Quimera y Orión al unísono mientras asentían muy lentamente.

—Kim, ve por el Dios —indicó Escila.

—¿No quieres que me encargue del Hecatónquiro? —cuestionó el León.

—No dejaré que te sigas cansando por usar tu forma superior —afirmó la Ninfa—. Yo acabaré con el Hecatónquiro. Orión...

—Ya sé, ya sé —dijo el Cazador—. Solo llámame a un esbirro y terminemos con esto.

Escila sopló su silbato. Una Autómata femenina de diez pies de alto y hecha completamente de oro llegó dando saltos mucho más largos que los que un espíritu orgánico de su mismo tamaño podría dar.

—¡Lista para la acción! —exclamó la mujer metálica.

—¿Qué eres? —preguntó Orión, tan extrañado como sorprendido de ver a una esbirro nativa de Grecia, puesto que se había acostumbrado a tratar únicamente con los de Ferus.

—Una Doncella-Dorada (o Kourai-Khryseai) del Dios Hefesto —respondió la Mujer de Oro—. Como ya se debe estar imaginando, mi cuerpo es mucho más eficiente que cualquier arma blanca creada por los humanos, de modo que puedo prescindir de ellas.

—Esto va a ser divertido —dijo Orión, tronándose el cuello.

Quimera corrió hacia el Dios, Escila se deslizó hasta el Hecatónquiro y Orión y la Doncella-Dorada saltaron en dirección al Anguípedo. Esta vez el Cazador no se molestó el preguntarle al Gigas por la elección de su elemento porque supuso que estaba relacionado con los desastres naturales acuosos como los maremotos, o bien, referenciando al Dios del Mar con el que compartía nombre. La Doncella-Dorada habló en serio cuando dijo que no necesitaba armas blancas (tampoco usó los orbes de metal) para servirle a Orión la victoria en bandeja de oro. Ella lograba dejar heridas profundas con tan solo una bofetada metálica. Sus golpes eran casi tan eficaces como los zarpazos de Medusa. Si sus brazos podían causar semejante daño sin mucho esfuerzo, entonces sus patadas eran muchísimo más devastadoras.

Cuando Quimera atacaba al D.E. desde lejos, lo hacía exponiendo uno de sus flancos a fin de que sus tres cabezas dispararan orbes de fuego simultáneamente y con facilidad. Si el Dios del Mar Egeo llegaba a dispararle orbes de agua, estos tenían una chance muy alta de ser reventados y superados dos a uno (a veces cero) por los del León. Aun cuando las esferas rojas le hacían poco daño al Dios del Mar, Quimera estaba más empeñado en usarlas para inmovilizar a su oponente por un rato que para reducir su fuerza vital.

La orgullosa Escila era la que más problemas tenía con su oponente. El Hecatónquiro, uno de los Gigantes de las Tormentas, podía arrojar una lluvia de ciento cincuenta orbes de aire. Eso lo cansaba más rápido, pero también reducía de sobremanera la fuerza vital y velocidad de deslizamiento de Escila. La Halíade abusó de su habilidad de característica en esta oportunidad más que en cualquier otra, aunque sabía muy bien que solo era cuestión de tiempo para que dejara atrás la avalancha de burbujas rosas y sometiera a su respectivo Egeón con varias mordidas venenosas. Se negaba a aceptar que ella podía caer primero. Tenía la esperanza de acabar con su oponente apenas entrara en contacto con él. Sus cien brazos solo serían una molestia más, nada de lo que preocuparse.

Como ya se estaba volviendo una costumbre, Orión fue el primero en terminar su pelea, y no solo por contar con la ayuda de un esbirro para condenar al Anguípedo a un destino funesto. De todos los Gigantes Mayores con los que había luchado, ese Egeón era el menos habilidoso entre ellos en cuanto a técnica. Pero de que era bueno, lo era. Si la Doncella-Dorada no hubiera salvado al Cazador en más de una oportunidad rompiéndole algún hueso pequeño a ese Egeón con un puñetazo o una patada, Orión habría terminado esa batalla con una que otra herida de considerable gravedad. El Anguípedo murió más por las hemorragias internas que por las externas.

El dúo se separó. Orión fue ayudar a Escila y la Doncella a Quimera. Al juzgar por lo que veían, la Ninfa tenía más dificultades que el León. El Cazador bloqueó decenas de orbes de aire con su escudo circular, dándole la oportunidad a la Chica-Calamar de resbalar hasta el Hecatónquiro. En tanto, la Autómata y el Dios forcejeaban para ver quién se quedaba con el arpón de cristal azul. La Doncella se sorprendió al ver que la divinidad orgánica tuviera una fuerza física semejante a la de ella. Quimera se posicionó detrás del Dios-Egeón y saltó sobre él con las fauces abiertas y las garras extendidas.

La Doncella-Dorada se despidió de los peregrinos al ver morir al último Egeón y regresó con su equipo dando saltos muy largos. Quimera y Orión cuidaron de Escila durante el tiempo ella descansó y reunió las fuerzas para la próxima confrontación.

Quimera: Segundo Libro de Las Guerras de TabulaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora