29-Sorteando la trifulca de Gigantes Primigenios

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Escila y Orión descansaron un poco más sobre el lomo de Quimera, cuyo caminar ahora era más lento para recuperar y ahorrar más energía. Estaban cerca de una lucha entre tres equipos de Gigantes, cada uno con un ejemplar de las tres especies nacidas de Gea y Urano.

Los Anguípedos eran Eurimedonte, Alcioneo y Porfirión. El primero estaba acompañado por un Esparto, el segundo por un Neade-Velociraptor de ocho pies de alto por veintisiete de largo (Escila estaba tan maravillada como desilusionada) y el tercero por una Górgade. Había más cuerpos de esbirros, desvanecidos y muertos, en el área. Era de suponer que perecieron sirviendo a sus Reyes Gigantes.

Los Cíclopes-Mayores eran Arges (bando de Zeus), Brontes (Ofión) y Estéropes (Tifeo). Los tres disparaban orbes amarillos de elemento rayo.

Los Hecatónquiros o <<Centimanos>> (Gigantes de Cincuenta Cabezas y Cien Brazos, viéndose todos más caóticos que el mismo Alpo) eran Briareo (Keseb), Coto (Yanshuf) y Giges (Nahash). Los tres podían arrojar ciento cincuenta orbes rosas de aire por vez.

El desastre causado por la lucha de los nueve Gigantes Primigenios obligaba a los soldados de menor tamaño a mantener su distancia, fueren de la facción que fueran. Quimera aprovechó este hecho para caminar cuidadosamente cerca de ellos y descansar en esa zona pseudo-segura y pseudo-despejada.

Cuando algún Gigante se le aproximaba, Quimera retrocedía unos cuantos metros. Sabía que ninguno de ellos le estaba prestando atención y que podrían aplastarle sin que se dieran cuenta.

—Puedo acabar con los esbirros de Yanshuf y Nahash desde aquí —avisó Orión—. Pero mi rifle no es la mejor opción. Voy a necesitar una ballesta.

—Toma la mía —le dijo Escila, ofreciéndole su arma—. Estaba pensando en hacer lo mismo que tú acabas de sugerir, por eso la cargué... Recuerda no rematar a mi Velociraptor.

—Ni a la Górgade de Hiperbóreade —agregó Quimera—. Me pregunto cómo se sentirá esa pobre tipa, estando toda cubierta de pelo a pesar de no contar ni como bestia ni como híbrida.

—Acércate un poco más sin que te vean —le indicó el Cazador al León.

Quimera se apartó del campo visual de los esbirros. Orión apuntó al Neade y le dio en el cerebro, justo detrás de los ojos. Cargó otra flecha y disparó a la Górgade en la parte posterior de la cabeza. Los cuerpos de los dos esbirros salvajes fueron aplastados por los Gigantes que les rodeaban (como había pasado con los demás esbirros que habían perecido en ese enfrentamiento). No hubo una regresión a sus formas humanas gracias a las flechas sólidas, que seguían atravesando sus cráneos.

Escila sopló su silbato y un peludo Troglodita llegó. Sopló una segunda vez y esperó a que otro esbirro respondiera a su llamado, siendo este un lampiño Artabatita.

—Ayuden a Arges y Briareo a ganar esta batalla —les pidió la Ninfa.

Los dos primates esbirros asintieron, se golpearon el pecho varias veces como gorilas y corrieron a tres patas con sus pesadas armas de contacto en alto.

—¿Nos vamos, o esperamos a ver cómo termina esto? —preguntó Quimera.

—Descansemos un poco más —respondió Escila—. Roguemos para que las flechas se queden en las cabezas del Neade y la Górgade hasta el final de esta guerra.

Quimera siguió esquivando los pies de los Gigantes cuando estos se le acercaban peligrosamente. Ocasionalmente corría un poco o daba largos y desesperados saltos para no terminar siendo pisoteado por muy poco. Eurimedonte, Arges y Brontes fueron ganando terreno paulatinamente con ayuda de sus esbirros, lo que terminó preocupando a los dos equipos enemigos.

Alcioneo le ordenó la retirada a sus compañeros y Porfirión y los suyos eligieron quedarse a luchar hasta el final en nombre de sus Dioses.

Los tres Gigantes Primigenios de Zeus remataron a sus oponentes y regresaron a sus formas humanas para cerrar sus heridas. Agradecieron a los esbirros que les acompañaron durante esa batalla; aunque los dos más nuevos señalaron al grupo de jóvenes que les observaba desde la distancia. Los dos tríos de avatares asintieron, uno diciendo <<Gracias>>, el otro <<No hay de qué>>.

Eurimedonte, Arges y Briareo volvieron a sus formas espirituales y reanudaron la marcha por el campo de batalla. Quimera les siguió la pista un rato más, pues los tamaños imponentes de los Gigantes seguían obligando a aliados y enemigos a guardar distancia. Los peregrinos podían seguir descansando sin preocuparse por ser atacados hasta que estuvieran en condiciones de seguir con la contienda.

Quimera: Segundo Libro de Las Guerras de TabulaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora