5-Unas cuantas mejoras

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No estaban de humor para tomarse su tiempo y recorrer algunos de los muchos pueblos pequeños de Ferus después del potencial rechazo de Hécate. Querían seguir con la misión sin ningún tipo de contratiempo. Lo que no sabían era que alguien les tenía una sorpresa preparada para cuando empezaran a caminar en sus formas humanas luego de una larga jornada de correr, volar y deslizarse en las espirituales.

Delante de ellos apareció lo que parecía ser una especie de ataúd o sarcófago muy grueso y bien sellado. Estaba diseñado para alguien de más de dos metros de alto. Quimera y Escila sintieron que ya lo habían visto antes en otro lugar, pero no tan en detalle como ahora. Los jóvenes se miraron los unos a los otros antes de tomar la decisión más lógica desde que empezaron su peregrinaje: pasar de largo. No tenían la disposición de enfrentarse una vez más a lo desconocido ni de verse involucrados en un posible zaqueo de tumbas.

Un rato más tarde pudieron ver otro ataúd hermético, exactamente igual al anterior, atravesándose en medio del sendero. Miraron hacia atrás y se dieron cuenta de que el primer sarcófago personalizado había desaparecido, tal vez al poco tiempo de ser ignorado. Supusieron que alguien había transportado el contenedor de forma imperceptible, quizás con magia. Una vez más, pasaron al lado del ataúd en completo silencio y no hablaron hasta que dejaron al sólido cajón muy atrás.

—No vi ningún portal aparecer antes que este ataúd, lo que me lleva a pensar que este proceso tan particular fue obra del llamado Hache —dedujo Escila.

—¿Quién? —preguntó Orión.

—El humano mágico que no tiene forma espiritual y creó a la Mantis-Canguro que enterramos en las arenas movedizas —respondió Quimera—. Ahora que lo pienso, creo que vi ese ataúd tirado en un rincón de la cueva del Horror. En su momento creí que era una especie de cofre o almacén para alimentos o ropa. Nadie se esperaría encontrar un sarcófago en una vivienda primitiva ubicada en medio de lo salvaje.

—Ese Hache quiere que caigamos en otra trampa —afirmó Escila—, y de seguro lo hace porque Nahash se está desesperando por la cantidad de pueblos que podrían unirse a nuestra causa más adelante.

—¿Volamos? —sugirió Quimera—. Ya casi se me pasa el cansancio psicosomático.

—Me parece una buena idea —asintió Escila—. Deberíamos seguir desplazándonos en nuestras formas espirituales para no darle a ese Hache la oportunidad de atraparnos.

—¿Y si espera que hagamos eso? —preguntó Orión—. Primero nos agota de forma física y/o mental, luego nos suelta otro Horror en la cara.

—Tendremos que correr el riesgo —afirmó Escila—. Honestamente, pienso que dejará de acosarnos cuando lleguemos a la próxima aldea, porque si suelta a un Horror en un territorio neutral, podría hacer que sus habitantes decidan aliarse con nosotros para luchar contra él y toda su facción como represalia.

Quimera pasó a su forma espiritual regular, esperó que sus compañeros subieron a su lomo y después pasó a la superior para alzar el vuelo. Durante el camino miraron varias veces al suelo, atestiguando que el ataúd seguía reapareciendo unos cuantos metros más delante de ellos poco después de ser dejado atrás.

Los tres volaron, corrieron y se deslizaron varias veces más hasta quedar al borde del colapso. Por suerte, el ataúd había dejado de insistir en aparecérseles unas horas antes del atardecer. Eso les hizo pensar que no sería necesario seguir movilizándose ininterrumpidamente hasta llegar al siguiente pueblo. Buscaron una zona muy bien escondida dentro de un fragmento de bosque con la intensión de levantar el campamento y dormir hasta la mañana siguiente.

Pero una serie de jadeos los despertó a mitad de la noche.

Quimera abrió los ojos, maldijo por lo bajo y salió al exterior con su hacha materializada. Orión y Escila hicieron lo mismo. El lugar fue parcialmente iluminado con el brillo sobrenatural de sus armas indestructibles. En el lugar en el que una fogata había sido encendida y posteriormente apagada estaba el sarcófago personalizado en posición vertical. Los jadeos provenían de su interior. Orión señaló el ataúd y después alzó y dobló los brazos como lo haría una mantis en posición defensiva. Quimera y Escila asintieron. La escolta señaló las tiendas y después se llevó un dedo a los labios. Desarmarían el campamento y abandonarían el lugar en completo silencio.

Un chasquido de dedos proveniente de ningún lugar accesible hizo que la tapa se desprendiera del resto de la caja, dejando salir al Horror en su interior. Era el mismo que habían encontrado en la cueva, pero ahora era un poquito más alto debido a que sus piernas habían sido modificadas para asemejarse a las patas traseras de los felinos. Le habían agregado una cola muy parecida a las de los renacuajos que parecía haber sido <<soldada>> de alguna forma a su espalda baja.

El Horror gritó al ver a los peregrinos y corrió hacia ellos con sus manos-guadañas en alto. Orión le arrojó su lanza transparente a la cabeza, Quimera y Escila le cortaron un brazo y una pierna. Estando el Horror en el suelo, los avatares se agacharon para cercenarle los miembros restantes. Pero para su sorpresa, la rápida cola de la criatura los golpeó en las piernas y los torsos con una fuerza muy superior a la de un látigo, derribándoles en un instante.

El Horror dio un gran salto con la pierna que le quedaba e intentó clavarle su cuchilla ósea a Escila. La chica a duras penas pudo bloquear la guadaña con su finísimo florete azul y tuvo que inclinar mucho la cabeza hacia el lado para no ser golpeada con el extremo sin filo de la lanza que el Monstruo todavía tenía clavada en el cerebro.

Orión azotó la cabeza de la criatura con su escudo, tumbándola con cierta facilidad gracias a la ausencia de las otras extremidades que necesitaba para sostenerse adecuadamente, después Quimera la decapitó con su hacha roja. El Horror dejó de moverse.

Al ver el cuerpo mutilado, los peregrinos supieron que ese no sería el fin. Las heridas en el torso de la criatura se cerraron de un segundo al otro. Pequeñísimos muñones emergieron de las cicatrices y aumentaron su tamaño muy lentamente.

—¿Desarrollará otra cabeza? —preguntó Quimera.

—No podemos descartar esa posibilidad —respondió Escila.

Orión retiró la cabeza del Horror con su lanza. Ya no jadeaba, más seguía consciente. Seguía a los peregrinos con su vacía mirada.

—Enterrémoslo —sugirió el Gigante—. Hagamos un agujero de varios metros y ahoguémoslo con toneladas de tierra húmeda.

—Hasta que dijiste algo útil —secundó Quimera.

—Pero que sea un agujero muy profundo —dijo Escila.

—Habrá que seguir mutilándolo durante la excavación para retrasar su proceso de regeneración —avisó Quimera, mirando a su escolta.

Escila se encargó de amputar todos los miembros que crecían del torso del Horror durante el período en que Orión y la forma superior de Quimera cavaron como perros. Las dos entidades de tamaño descomunal profundizaron durante varios minutos hasta que sus formas espirituales terminaron completamente agotadas, aunque el Dragón llegó a su límite mucho antes que el Gigante debido al constante consumo de energía que significaba el uso de su faceta más poderosa.

Cuando el pozo les pareció lo suficientemente profundo, tiraron todos los miembros del nauseabundo Horror y llenaron el hoyo con gran parte de la tierra previamente extraída.

No se confiaron por esa nueva victoria. De todos modos desmontaron el campamento por seguridad y continuaron viajando hasta mucho después de que hubo amanecido. El cansancio volvió a hacerse presente, impidiéndoles continuar avanzando hasta la zona segura más cercana. Se detuvieron en una arboleda sombría y durmieron hasta la hora del almuerzo no sin antes rezarle a la Mónada para que Nahash o Hache no les enviasen otro Horror en ese lapso de vulnerabilidad.

Quimera: Segundo Libro de Las Guerras de TabulaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora