1-Cuando los cerdos vuelen

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Su humor cambió drásticamente después de la Batalla Real. Ya no era el joven entusiasta que había sido desde que se había inmortalizado como avatar. Ahora se la pasaba la mayor parte del tiempo malhumorado y con el ceño fruncido. Solo salía de su cuarto cuando era absolutamente necesario, puesto que todo aquel que lo reconocía por la calle lo señalaba con el dedo y susurraba/exclamaba su más reciente apodo a otra/s persona/s. Por esta y muchísimas razones más decidió cortarse el pelo y usar una gorra para que las personas ajenas a su asilo para avatares no pudieran identificarle con facilidad, algo que funcionaba muy pocas veces en una ciudad donde, más temprano que tarde, todos acababan por conocerse. Y cuando lo reconocían con mala intención, él se encargaba de cerrarles la boca con violencia, por eso siempre tenía su empuñadura de cristal rojo guardada en su bolsillo.

Todavía no podía creer que se hubiera vuelto la burla de toda Axis incluso siendo uno de los finalistas de la Batalla Real. Ni siquiera aquellos que fueron los primeros en ser eliminados recibían la misma atención que él. Pero era consciente de que su derrota fue la más destacada de esa jornada. No todos los días se veía a alguien morir inmediatamente después de acceder a la forma que podía servirle la victoria en bandeja de plata. Semejante fracaso solo era comparable a la de un deportista olímpico que se ponía a celebrar prematuramente estando a pocos metros de la línea de meta solo para al final ser sobrepasado por un competidor más vivaz. <<Descuida, todos lo olvidarán antes de la próxima Batalla Real>>, le decían las pocas personas de buena voluntad que lo veían por la calle en un vano intento por consolarlo, y es que era más que posible que o lo olvidaran solo al tricentésimo sexagésimo cuarto día de la Batalla Real; o bien, nunca.

Pero de todas formas su estado de ánimo iba cada vez más en picada. Ya no sentía emoción por nada, ni siquiera cuando Keseb lo contactó para informarle que se acercaba la fecha de su primer peregrinaje por el supercontinente de Tabula por motivos diplomáticos, estratégicos y bélicos. Quimera solo respondió <<Bien>> y asintió cada vez que el Hijo Menor de la Mónada le daba los detalles de su misión, aunque la voluntad apenas le alcanzaba para prestarle atención.

Llegado el día en que su viaje comenzaría, se levantó cuando quiso y a paso de tortuga equipó todo lo necesario en su mochila de viaje. Se tomó su tiempo para caminar a través de la ciudad (repitiendo una vez más su más reciente costumbre de mirar ceñudo a todos los transeúntes que pasaban a su lado, manteniendo agarrada su empuñadura roja dentro de su bolsillo) para llegar a una de las puertas del muro que rodeaba la ciudad.

Dos personas llevaban horas esperándole delante de la puerta de acceso. La primera era Keseb, la segunda era una chica casi tan alta como él, con el cabello rojo y rizado, los ojos verdes y la cara pecosa.

—Tú eres al que llaman Triple-Headshot, ¿no? —preguntó la chica sin ningún ápice de compasión.

—Gracias por no gritarlo como un comentarista deportivo —dijo Quimera, en parte sarcástico y en parte honesto.

—Te llamaré Kim —decidió la chica—. Soy Escila, tu escolta. Mucho gusto.

La pelirroja le tendió la mano con gesto amigable. El castaño dudó por un momento en aceptarla o no. Se había vuelto muy receloso con la gente durante las últimas semanas. Al final optó por cumplir con la etiqueta y saludarla de buena gana.

Luego de que el azulado alcalde le entregara un maletín blanco lleno de documentos importantes a Quimera, los dos avatares se despidieron del fragmentario y aventuraron por la región de Ferus, la extensa zona salvaje del mundo, hogar de la flora y fauna que había sido aislada de la civilización.

Quimera: Segundo Libro de Las Guerras de TabulaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora