ღ Capítulo 17 ღ

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La escasez de dinero no le impediría a Horacio organizar una cita espectacular. Quería devolverle a Volkov algo de toda la alegría que éste le había entregado desde que le conoció, y, por supuesto, deseaba pasar tiempo a su lado.

La tarde anterior, en su recurrente llamada post-trabajo, el de cresta se armó de valor y le pidió una cita al comisario, quien del otro lado del teléfono se encontraba tanto nervioso como fulgurando de felicidad, por supuesto aceptando dicha invitación. Ninguno de los dos trabajaba aquel día. Era sábado, aún de madrugada, y ambos se encontraban ya totalmente despiertos cual niños ansiosos que no lograban conciliar el sueño desde la noche anterior.

Se encontraron en la estación de trenes a las ocho de la mañana por petición de Horacio. A Viktor le había parecido tanto curioso como fascinante, pese a lo temprano, si se trataba de estar junto a aquel moreno no podía negarse jamás. El joven profesor corrió en dirección a Volkov, quien le miraba con ternura desde su posición. Pese a que habían llegado casi al mismo tiempo, no se encontraron antes puesto que Horacio se dirigió hacia la boletería para obtener los tickets para ambos y así dar inicio a su aventura. Una vez estuvieron de pie frente a frente, ambos nerviosos dudaron cómo saludarse pese a todo lo que ya había ocurrido entre ellos.

Con su rostro completamente rojo, el peligris posó su mano en la mejilla del contrario, dejando un casto y tierno beso en su frente, seguido de uno en la punta de su nariz, para finalizar, entre sonrisas con un suave beso en sus labios. El sonido que producía en los rieles el tren llegando sumado a las alegóricas campanas que hicieron sonar en la estación, les despertó de su ensoñación, trayendo consigo una sensación de bienestar en ambos. Abordaron el tren de inmediato y se ubicaron en sus asientos. El sol ya comenzaba a salir junto al movimiento de aquel tren. Viktor disfrutaba de aquella sensación de paz que le transmitía la situación:

Estaban en un hermoso tren con rumbo desconocido para él. Tenía a Horacio sentado al frente suyo, con los primeros rayos del sol posándose suavemente directo en su terso rostro, marcando las dulces pecas que se esparcían en éste. Deseaba besar cada una de ellas. Aquella era una cálida postal que derretía aún más, de ser posible, todo en su interior, hipnotizado ante la imagen de aquel hombre que de improvisto había llegado a su vida a revolver todo en ella, y llenarle de luz. Horacio le hizo el gesto de invitarle a sentarse a su lado para tenerle cerca, y así transcurrió el viaje, mientras observaban el paisaje que ya lucía todo verde y natural, dando paso a pequeños y pintorescos pueblos, siendo uno de éstos el destino escogido por el de cresta. Estaban maravillados los dos, arquitectónicamente el pueblo lucía antiguo y complejo, como si los años jamás hubiesen transcurrido en él. Estaba todo rodeado de campos y granjas fuera de éste. El olor de la naturaleza les llenó de inmediato.

-Esto es precioso, Horacio- soltó de forma auténtica el peligris. -¿Cómo sabías de este pueblito?-Aquella pregunta le trajo innumerables recuerdos tanto buenos como no tan buenos al joven profesor.

-Pues...nunca había tenido un amigo real desde que...desde que llegué a esta ciudad, por lo que adquirí la costumbre de viajar solo, sin rumbo fijo, descubriendo lugares. Y éste es uno de mis favoritos- dijo entrañable.Aquello había sido algo triste de oír para Volkov, quien recordando su primer encuentro. Oyó en su mente las palabras dichas por el contrario respecto a ser el primero en escucharle, como un amigo. Sin embargo, sintió el calor en su interior al darse cuenta que le estaba compartiendo algo tan íntimo como su confesión, y algo tan importante para él como ese pueblito. Le rodeó con sus brazos sin pensarlo, en momentos así no encontraba fácilmente las palabras, pero quería que aquel hombre supiera que contaba con él. Y Horacio así lo sintió, disfrutando de aquel abrazo que le brindaba compañía y hacía brincar a su pobre corazón.

-Bien! Señor- dijo el peliazul fingiendo no conocerle -Este día seré su guía por la zona, tenemos un itinerario que seguir. Las actividades son pocas, pero podemos rellenar el tiempo que nos sobre con besos si usted gusta-El tono serio y "profesional" que usó el joven profesor para decir eso, le sacó una carcajada a Volkov, quien imitando su tono de desconocidos respondió -Pues a mí me parece perfecto-Así, bajo el cálido sol que se posaba sobre sus siluetas, dieron inicio a su aventura. Con todo el día por delante para disfrutar del lugar y de la dulce compañía del otro.

Iniciaron con un desayuno rupestre, en una cafetería ubicada a un extremo del pequeño pueblito. Era una casona antigua y preciosamente decorada, atendida por una dulce anciana que se deleitó con la compañía de ambos. La vista desde el balcón de aquel lugar era encantadora. Todo verde, prados infinitos siendo acariciados por el suave toque de los rayos del sol. Pequeñas colinas se asomaban también, con árboles y coloridas flores. El sonido de las aves cantando era el toque final y mágico.

Salieron de allí con el corazón rebosante de calidez, yendo en dirección a un enorme museo que se erigía en el centro del pueblo. El edificio era antiguo también, perfectamente cuidado y magnífico a la vista. Volkov veía cómo Horacio revoloteaba emocionado por las salas del museo, sus ojos brillaban como si fuera la primera vez que veía todo aquello. Quedó impresionado ante la gran cantidad de cosas que sabía el moreno, con sencillas palabras le estaba enseñando datos que el ruso desconocía por completo. Le miraba embelesado mientras el de cresta paraba en cada aparador del museo y como si de cuentos para niños se tratasen, le impartía interesantes y profundos conocimientos. Se sentía pequeño ante la grandeza y sapiencia que desenvolvía ante sus ojos un apasionado Horacio. Cada día le admiraba más, al ver que tras su sencillez escondía tanta riqueza interna.

Allí pasaron volando un par de horas, estaban envueltos en un aura de alegría y calidez. Volvieron a aquella casona donde desayunaron, esta vez, para almorzar. Sólo querían unos sándwiches para llenarse y poder continuar su recorrido. Pasearon por todo el pueblito, riendo, jugando, regocijándose en la compañía del otro. Hasta que quedaban unas horas de luz aún, cuando Horacio indicó que su última parada sería en uno de los prados floreados que se veían a lo lejos. Caminaron tranquilos, hasta aquel hermoso paraje. Rodeados de naturaleza, se instalaron sobre una manta que llevaba Horacio en su bolso. Del cual, una vez ambos estuvieron sentados, sacó hojas en blanco, pinceles y colores.

Viktor le miraba curioso, con una sonrisa en su rostro. Aquello le causó ternura y pudo sentir la reacción de su corazón, completamente embobado por el hombre a su lado. Vió como los ojos del de cresta brillaban de entusiasmo esperando alguna respuesta por parte del peligris. La cual fue una dulce caricia en su cabello, derritiéndole por dentro. Y así pasaron la tarde, reían ante los dibujos que trataban de hacer, no era una competencia, sólo querían disfrutar. Volkov adoraba el suave y agradable ambiente que lograba crear el joven profesor, y podría pasar horas oyendo aquella risa junto a sus graciosas ocurrencias.

Terminaron ambos recostados mirando al cielo en estado de parsimonia absoluta.

-¿Sabes? Hace mucho no disfrutaba de estar rodeado de naturaleza- Horacio volteó su rostro ante las palabras del comisario, escuchándole atento. -Estar así, recostado sobre el césped en día tan hermoso me recuerda a mi infancia-El de cresta sorprendido preguntó -¿Vivías en un lugar así?-

-Muy parecido! Era una granja, un lugar sencillo y humilde. Mis padres se esforzaron mucho por mí y mis hermanos. Pero los recuerdos más vívidos son aquellos en los que disfrutábamos en familia y trabajábamos todos juntos- la nostalgia se hizo presente. Y continuó -Es mi deseo volver allí pronto a visitarles, aunque queda, ya sabes, un poco lejos de aquí- aquello hizo reír al peliazul al entender que aquel lugar estaba en Rusia.

Inesperadamente, Viktor acomodó su cabeza en el pecho de Horacio, en busca de afecto. Sabía que entre los brazos de aquel joven profesor lo encontraría, y podría disipar aquella soledad que le había perseguido a lo largo de su vida. Las caricias del de cresta en su cabello le obligaron a cerrar sus ojos, sonriendo, envuelto en su perfume. -Te quiero, Horacio-

Volkacio AU - Teach me how to loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora