Capítulo 29

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Capítulo 29

Me puse a juguetear con un hilo suelto de mi suéter, mientras esperaba sentada en uno de los sillones de la sala de descanso a Mercedes, quien había ido a buscar a Tina. Escuché el ruido sordo de las conversaciones, que se desarrollaban en el ala principal, cuando la puerta que daba al pasillo se abrió, y como se acallaron al cerrarse la misma, escuché las voces de las chicas acercarse y un segundo más tarde ya estaban en donde yo me encontraba.

—Brittany, gracias por venir, ¡me salvas la vida! —exclamó la asiática en cuanto me vio.

Le sonreí ampliamente levantándome para saludarla con un beso en la mejilla.

—No hay problema, Tina, llegué lo más rápido que pude —dije de pronto al verla con su vestimenta de camarera, recordé que por las prisas yo no había llevado el mío—. Ahora que lo pienso, no traje uniforme.

—No te preocupes por eso, seguramente habrá alguno por aquí —contestó la muchacha y agregó—: mientras lo busco, ¿puedes ir a la bodega a traer papas a la francesa congeladas?

—Claro —contesté.

—Te acompaño —comentó Mercedes.

Salimos de la sala de descanso puesto que, justo enfrente cruzando el pasillo, estaba la bodega de suministros, abrí la puerta y estaba a punto de entrar, cuando sentí que Mercedes me empujaba por la espalda al interior de la habitación, escuché la cerradura accionarse desde afuera, forcejee desesperada con la perilla para intentar abrirla, sin éxito.

—¿Qué está pasando? ¿Mercedes? ¿Qué rayos estás haciendo? —pregunté comenzando a golpear la puerta desde adentro.

—No va a funcionar, solo se puede abrir por fuera —dijo una voz a mis espaldas.

Por un momento me quedé helada, reconocería esa voz donde fuera, su tono ronco y sensual, me giré para encontrarme a Santana, quien me miraba ceñuda desde su posición, estaba recargada sobre un gran congelador blanco que le llegaba a la altura de la cintura. Tragué saliva, estaba muy nerviosa por estar a solas con ella, no sabía ni como comenzar a disculparme.

—¿Tú planeaste esto? —preguntó de mala manera, cruzando los brazos a la altura del pecho. Se veía realmente molesta.

—Claro que no, ¿Por qué iba encerrarme a mí misma en un maldito almacén? —repliqué contagiada por su mal humor.

Santana resopló, pero no dijo nada más. Al parecer estaba dispuesta a seguir castigándome con su fría indiferencia, como lo había estado haciendo durante los últimos tres días.

—¿Tina te llamó? —pregunté, dispuesta a seguir hablando con ella.

—¿Y qué si así fue? ¿Vas a prohibirme hablar con ella también? —replicó sarcásticamente.

Me pasé las manos por el cabello, totalmente frustrada por la actitud de la morena. Me estaba complicando el poder ser cortés con ella.

—Santana ¿podrías dejar de ser una idiota por un minuto y hablar conmigo? —dije exaltada.

Ella soltó una carcajada llena de ironía.

—¿Soy yo la que se comporta como una idiota? Mírate en un jodido espejo, Pierce —respondió Lopez. Odie la manera en la que pronunció mi apellido, lo escupió como si fuera una grosería.

—Si hubieras contestado mis llamadas, leído mis mensajes o si me hubieras dado una oportunidad para charlar contigo...

—¿Qué? ¿Qué hubieras hecho? —interrumpió enojada.

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