018.

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Martina.

Revisé la pantalla del auto una vez más. 28 de agosto, 23:59. Suspiré mirando la casa que tenía frente a mis ojos, aquella que tan bien conocía y a la que tantas veces había venido, pero que ahora mismo sentía como extraña y hasta me daba cierto pavor tocar el timbre.

Mi alarma sonó indicando que ya eran las doce en punto del 29 de agosto, así que con todas mis fuerzas me bajé del auto con la caja en mano.

El camino hasta la puerta fue súper tortuoso, fueron menos de cinco segundos que se sintieron como millones de años, durante ese tiempo en mi cabeza me debatía sobre si debía darle la caja en persona o si recurría al plan B, que era tocar el timbre, dejar la caja en el suelo, subir rápido al auto y salir de ahí echando puta.

- Dale, sos una piba grande, actuá como tal - me dije a mí misma antes de presionar el timbre.

Sentí un cosquilleo para nada agradable recorrer todo mi cuerpo, desde la punta de mi dedo hasta mi hombro y desde ahí hasta el resto de mi anatomía. Suspiré y miré hacia los costados, era tarde y la calle estaba súper vacía, no pasaban vehículos ni peatones.

No sé cuánto tiempo pasó pero, aún más indecisa, volví a tocar el timbre. Por un momento pensé en que quizá los chicos le habían planeado algo y él no estaba en casa, o su familia; pero según Mauro había decidido terminar su cumple con un festejo, no empezarlo.

La puerta se abrió y ahí lo vi de pie. Estaba en pijama y ni se abrigó, por lo poco que veo desde detrás de las rejas tiene los ojos achinaditos, señal de que estaba durmiendo.

Ahora solo falta que te odie por despertarlo, bien ahí, loca.

- ¿Martina? - preguntó bien confundido. Sentí un escalofrío recorrerme al escuchar su voz ronca. Contesté que sí era yo y entonces caminó hasta llegar al portón de rejas y abrirlo. Ahí pude comprobar que lo había despertado porque además de los ojos achinados tenía las marcas de las sábanas en la cara. Quise sonreír ante lo tierno que me pareció eso pero por suerte pude contenerme, no estaba para eso.

- Hola - murmuré.

- ¿Qué haces acá? - me preguntó. Sonó tan dura su voz que fue como un golpe en mi corazón, y por un momento me arrepentí de no haber recurrido al plan B.

Bajé la mirada porque me sentía incapaz de mirarlo a los ojos o a su semblante, tan duro e inexpresivo a la vez, sin largarme a llorar.

- Yo... - aclaré mi garganta. - Te quería traer este regalo, lo planeé y lo tengo listo desde hace meses así que no quería perder la oportunidad de dártelo.

Le extendí la caja y ahí me di cuenta de que estaba temblando un poco, y era lógico ante los nervios que sentía.

Y me dolía tanto sentirme nerviosa con él cuando siempre me transmitió mucha confianza y paz. Pero la había cagado enormemente y lo sabía.

Gonzalo bajó la mirada hasta la caja que estaba forrada con papel de diario avejentado y un moño negro. Se quedó así durante unos segundos y yo entré en pánico pensando en que me mandaría a volar a mí junto al regalo.

- Gracias - murmuró mientras lo agarraba y yo sentí cierto alivio apoderarse de mí.

Sonreí ligeramente. - No hay de qué, gracias a vos por aceptarlo. Y... nada, felices 21 años, Jul... Gonza.

Sentí mis ojos picando así que rápidamente me abracé a mi misma y me giré sobre mis talones para volver al auto.

- Martina, pará - me quedé estática al sentir su mano envolviendo mi antebrazo y me giré llena de esperanzas. ¿Será que me va a perdonar? -. Yo, eh... - murmuró. Al toque soltó su agarre y negó con su cabeza. - No, no, nada, olvidate - esperanzas out. -. Gracias por el regalo, posta.

Asentí y no dije más nada para girarme rápido en dirección al auto. Quería llegar y encerrarme ya para poder llorar tranquila, ya había una lágrima cayendo por mi cara y no quería que me vea así.

- ¡Holaaaaaaaa! - me giré asustada en dirección al grito y pude ver a un flaco alto y otro flaco bajito corriendo hasta acá, con muchos globos de colores, uno plateado con un 2 y otro, también plateado, con un 1.

Bhavi y Mauro.

- ¿Ya se -? - Bhavi se interrumpió solo, supongo que al ver mi cara que seguramente estaba roja por las ganas aguantadas de llorar. Noté cómo tragó y se acercó a mí. - ¡Mi Marinada! - exclamó como si fuese un saludo y se acercó a darme un abrazo. Sonreí al escuchar el apodo que me había puesto cuando nos conocimos unos años atrás, y también por su gesto, ya que el abrazo que me dió no era a modo de saludo sino porque me vio mal, pero quiso disimularlo.

¿Ya ven porque todos amamos a Bhavi?

- Vales oro, wacha, ya se va a dar cuenta y te va a escuchar, vas a ver - susurró. Él sabía todo porque le tenía una confianza increíble. ¿Vieron esas personas a las que no ves muy seguido, tampoco hablan todos los días por redes sociales pero aún así les confían todo? Bueno, ese era Bhavi en mi vida.

Sorbí por la nariz y aproveché a secar las lágrimas que habían caído durante el abrazo antes de separarnos. - Hola, Indraulico.

Sí, éramos los peores para los apodos.

Mauro me saludó con una sonrisa apenada desde el portón, obviamente se había dado cuenta de todo. No me atreví a mirar a Gonzalo porque sabía que lloraría mucho más, así que simplemente dije un chau general y al fin pude subir a mi auto. Lo encendí y arranqué para volver a mi departamento, porque sí, al fin me había ido del hotel.

Durante el camino tuve que ir despacio porque gracias a las lágrimas veía muy borroso.

Me dolía el corazón, muchísimo. Pero me odiaba un poco más. Había perdido a mi mejor amigo por mi estupidez, y no me daba la cara para decirle todo lo que sentía y pensaba, tampoco la valentía porque él me miraba con esos ojos fríos y el semblante serio y yo me sentía una nena pequeña recibiendo el peor de los regaños.

Era esa nena pequeña asustada porque sabía que tenía la culpa de lo que pasó y que ahora tenía que sufrir las consecuencias.

BLURRED LINES • BizarrapDonde viven las historias. Descúbrelo ahora