18 | Un vaivén en el aire

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Contuvo el aire y su mano, la que sujetaba el quinqué, tembló. La luz pareció bailar un vaivén mientras alumbraba la figura de Darion que le daba la espalda a ella. Rowena apretó el agarre de la luz e inspiró hondo. ¿Qué hacía Darion ahí? ¿Acaso planeaba volver a cruzar?

Sus ojos se sentían hinchados, cansados y llorosos. Sus párpados querían cerrarse y llevarla al mundo de los sueños, pero Rowena no se dejaba vencer. Por más que lo quisiese, no podía dormir.

Darion no dijo nada, ni un solo ruido. Estaba pétreo en su sitio, totalmente inmóvil. Rowena no sabía qué hacer, se tensó y dudó en retroceder, pero cuando el pensamiento cruzó por su mente, Darion se dio la vuelta.

Su semblante era duro, frío y desconcertante. Rowena por el susto volvió a contener la respiración, el aire se atoró en su garganta y un picor se expandió. Darion la observaba fijamente, como solía hacerlo siempre.

Había algo en sus ojos, un brillo. Algo que rápidamente captó la atención de Rowena, no sus dientes extraños cuando abría ligeramente la boca o las heridas que se extendían en su rostro, sino ese brillo extraño que se desprendía de su pupila.

Sus ojos como el mar no podían apreciarse por la penumbra, pero Rowena era increíble imaginando y rápidamente pensó en ellos, la primera vez que estuvo tan cerca de él y pudo ver hasta la brisa del océano en ellos.

—Da-Darion —murmuró con temor, retrocediendo un paso.

No sabía qué ocurría, pero su cuerpo se había puesto en alerta. La mirada dura de Darion seguía reposada sobre ella y eso generaba cierto temor, incertidumbre e inseguridad.

Rowena deseó desaparecer, no estar en ese lugar.

El viento sopló, meneó su cabello y sintió una oleada fría donde sus mejillas se tiñeron al rojo vivo. Sujetó con fuerza el quinqué.

Darion guardó silencio y dio un paso hacia Rowena, quien volvió a retroceder con miedo. Contuvo el aliento y sintió sus ojos volver a cristalizarse. Estaba confundida, no comprendía lo que estaba pasando.

—¿Lloraste? —preguntó el chico con una voz pesada, densa e irreconocible.

Era una voz ajena que tenía un coro extraño, como si mil voces se coordinaran para hablar después de él.

Rowena apretó sus labios y asintió lentamente con la cabeza.

—¿Por qué, princesa? —inquirió Darion con la misma voz.

El fulgor de sus ojos se agrandó, rebotó en su pupila y perdió intensidad, seguía brillando levemente. La mano de Rowena, la que sostenía el quinqué, volvió a temblar y la luz se meneó.

Darion seguía observándola, como si quisiera devorarla.

Rowena sintió miedo.

—¿Q-qué te ocurre? —vaciló, retrocedió una vez más.

Sus pies descalzos tocaron la tierra de Mazefrek y pisó una pequeña piedra que se le encajó en el tobillo. El dolor se expandió e hizo una mueca de dolor, sus ojos volvieron a cristalizarse, pero no ahogó un grito o lamento.

Darion avanzó otro poco.

—¿De qué hablas, Rowena?

Escuchar su nombre de esa voz tan ajena la hizo temblar. Mordió su labio una vez más.

—¿Por qué no me respondes? Con lo que te gusta hablar.

Rowena apretó sus ojos, no quiso ver ni oír nada. Yen estaba escondida tras de ella con la cola entre las patas, observando a Darion con el mismo miedo.

En las fauces del lobo | PRÓXIMAMENTE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora