12 | La muerte viste con tierra

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Cuando un ser querido parte, lo que queda es recordarlo, brindarle homenaje y siempre llevarlo en el corazón, por más que duela que ese ser ya no esté en el plano terrenal sabes que estará contigo en el plano espiritual, en un más allá y dentro de...

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Cuando un ser querido parte, lo que queda es recordarlo, brindarle homenaje y siempre llevarlo en el corazón, por más que duela que ese ser ya no esté en el plano terrenal sabes que estará contigo en el plano espiritual, en un más allá y dentro de los recuerdos que comparten.

Mientras sigas añorando, entonces perdurará en la existencia.

Así funciona. Si olvidamos, entonces el ser deja de existir.

El tercer día dentro del Bosque Maldito, Rowena estaba desesperada. Se preguntaba por cuánto tiempo más debía estar en aquel lugar, lejos de todo lo que conocía y lejos de lo que más amaba: su padre.

Cuando Darion la dejó con la comida de la cesta, volvió a sentarse en el suelo, abrazó sus piernas y observó a la cesta, tan parecida a la que ella solía usar y llenar de flores silvestres que hallaba en la Orilla del Cuerno, creyendo que eran regalos de su madre.

Cuando los ojos hambrientos y sedientes de Yen le imploraron con más fuerza, Rowena deslizó su mano hasta la canasta y retiró la gruesa tela blanca, en el interior había pan cualquiera, frío y un poco duro. Una botella de agua y leche, algunos arándanos y frutos. Ambas comieron en silencio, contemplando el bosque que se alzaba ante sí.

—Me gustaría mucho volver a casa —murmuró hacia Yen—, extraño a mi padre.

Yen la observó y alzó su oreja.

—¿Todavía querrán acabar con mi vida? —se preguntó Rowena— Quizá pueda regresar ahora al pueblo y tener una vida normal, no tiene por qué matarme... —susurró con cierta tristeza y acarició una de las hojas a sus pies.

Yen ladró y la siguió observando.

—Quizá deba hacer caso a Darion, ¿eh? —dijo casi desesperanzada— Ese chico es muy aburrido, como si todo aquello que fuese divertido le diera alergia, ¿no crees, Yen Dhü?

Rowena observó a su amiga canina, quien volvió a alzar su oreja.

—Pero no quiero quedarme aquí por más tiempo, es cansino. Extraño mis rutinas y las charlas con mi padre, sentarnos en la entrada, beber leche y contemplar el pueblo antes de que caiga el ocaso.

Rowena cada vez más se sentía triste y sola. Le hacía tanta falta la compañía de su padre.

Cuando ya no tuvieron hambre, guardaron los restos en la cesta y Rowena la tomó. Era hora de empezar a caminar, pero ¿hacia dónde? Y ¿para qué?

—No me siento con el ánimo suficiente como para caminar —le dijo a yen, quien la observó— ¿Te parece si hoy nos sentamos?

Yen rápidamente se sentó y, abriendo sus focas como una sonrisa, observó a Rowena. Ella rio y tomó asiento junto a ella para acariciar su cabeza.

—Tengo una idea —sonrió la chica— Ambas estamos cansadas de estar entre árboles y más árboles, rodeadas de criaturas y cosas cada vez más extrañas, ¿no es así? —inquirió la rubia— ¿Qué te parece si esperamos una señal? El destino es el que me dirá si puedo o no volver.

En las fauces del lobo | PRÓXIMAMENTE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora