16.1 | Hoyo Negro te pisa los talones

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Rowena siempre evitaba decir la palabra «adiós», temía que fuese lo suficientemente fuerte como para volverla real

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Rowena siempre evitaba decir la palabra «adiós», temía que fuese lo suficientemente fuerte como para volverla real. Para ella, esa palabra era el sinónimo del olvido. Alejarse definitivamente de lo que se despide, omitirlo de su vida.

Por lo que jamás la volvería a decir, mucho menos a su padre, a quien siempre quería tener a su lado.

—¿Tu madre es una reina? —murmuró Darion, con lo ojos extremadamente abiertos.

—Bueno —rio Rowena, abochornada—, en realidad son mis fantasías. Madre me abandonó cuando nací... no sé por qué ni adónde fue, pero me gusta creer que en realidad es una reina benevolente.

Darion soltó un suspiro y regresó a su semblante indiferente de siempre.

—Ah, lo lamento —murmuró, luego continuó caminando.

Rowena frunció el ceño en dirección a la tierra. ¿Qué había sido eso? ¿Qué le pasó a Darion? Tantas preguntas volvían a taladrar dentro de su cabeza. Apretó sus manos sobre la tela del vestido e inhaló todo el aire que pudo.

Cuando se sintió un poco más recompuesta y con la energía suficiente para continuar, alcanzó a Darion. Ambos caminaron en silencio en dirección a una pequeña farmacia que no les quedaba ya tan lejos.

Rowena permaneció perdida en su mente, intentando imaginar algo extraordinario y perderse en sus fantasías como siempre, pero en ese momento se sentía tan devastada que nada podía sacarla.

«¿Lo razonable es fingir que todo está bien?» se preguntó Rowena, juntando sus manos por detrás de su vestido.

Soltó un suspiro y llamó la atención de Darion, quien la observó con la ceja alzada.

—¿Te sucede algo?

Rowena lo observó de regreso e intentó esbozar una sonrisa.

—No... nada —mintió, Darion suspiró e hizo una mueca— es que estoy muy asustada —dijo por fin la chica de cabello dorado.

Darion apretó sus labios sin saber qué hacer o añadir. Se podía imaginar lo que Rowena sentía, pero no lo había vivido tal cual entonces no podía saberlo con certeza. ¿Qué sería mejor hacer?

Pensó en hacerse el indiferente y avanzar lo poco que les quedaba para llegar al local, pero creyó que no sería una buena decisión en ese momento.

Rowena lo había dejado de observar, se había detenido y, una vez más, reparó su mirada sobre la tierra. Sus pies estaban sucios por el sendero del pueblo, pero estaban igual de blancos que siempre.

No quería observar más arriba, quería perderse en la suciedad del pueblo, en una realidad porque no podía escabullirse a una fantasía feliz. Sus ojos se habían vuelto a cristalizar y se recriminó mentalmente por llorar tanto.

En las fauces del lobo | PRÓXIMAMENTE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora