Longfic Harco.

Tercera Historia.

Pesadillas.

Se despertó de golpe, bañado en sudor en plena madrugada, su respiración estaba agitada y sus manos no dejaban de temblar, guío su vista hacia el lado derecho de donde estaba para notar que el cuerpo de su esposo no estaba allí.

Salió de la cama de un salto, vestido únicamente con unos boxers. El piso estaba frío, pero eso no le impidió buscar al rubio por todo Grimmauld Place, con pasos apresurados y el corazón en la garganta.

Lo encontró en la biblioteca, con una taza de té en la mesita y un libro en la mano izquierda, levanto su vista cuando notó la presencia del moreno, dejo de lado su té y su libro para acercarse a su esposo.

Draco envolvió sus brazos alrededor del cuello de Harry, mientras este último lo abrazaba de la cintura con fuerza sin dejar espacio entre ambos, con temor a que si lo soltaba, este se desvaneciera.

El rubio acariciaba con lentitud el cabello de su nuca y dejaba pequeños besos en su cabello y cuello, en un intento de tranquilizarlo, cosa que siempre habia funcionado, sólo cuando Harry aflogaba el agarre en su cintura, se separaban levemente, pero sin soltarse y respiraban tranquilamente.

ᅳsoñe que te volvía a perder ᅳsusurro contra el cuello de su esposo en un tono bajo, casi inaudible.

ᅳestoy aquí, Harry ᅳrespondió el rubio también en un susurro y el moreno por fin podía calmar su respiración.

Por que habían pasado por tanto después de la guerra, que las secuelas aún permanecían allí después de tantos años, pero la compañía del otro era lo único que lograba tranquilizarlo.

Se quedaron allí abrazados un rato más antes de que Harry se sentará en el sofá donde antes estaba el rubio arrastrando a su esposo con él, haciendo que este se sentará en su regazo mientras él lo abrazaba de la cintura, y rescostaba su cabeza en su hombro

Draco no hacia preguntas, sólo se acurrucaba por su esposo y tomaba el libro que antes había dejado y empezaba a leer suavemente, mientras Harry lo abrazaba, calentando su cuerpo.

Siempre que alguno tenía pesadillas sobre la guerra, terminaban abrazados y acurrucados en aquel sofá, leyendo, o simplemente haciéndose la compañía.

Siempre había sido así, y tal vez nunca cambiaría.

Por que lo único que tenían, era la compañía del otro.