Capítulo 20

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veinte.

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Hay cosas que no se pueden controlar.

Y una de esas, son los sentimientos.

Oh, y sobre todo la culpa.


Luv.

Estaba acostado en mi cama. Mirando el techo como si en él estuvieran inyectadas las estrellas. Imaginando los colores del cielo. Azul, con matices en blancos, algo de naranja por los rayos solares, amarillo, toques de rojo, quizás algo de dorado. Un rosa pálido. Violeta como acompañante. Un atardecer. Uno en donde se desplazaban las aves en línea, uno en donde el sol moría lentamente, uno en donde las nubes parecían borrones, como si hubiesen sido trazados con un pincel. Ese cielo, me lo imaginé diferente. Era la primera vez que pensaba en un atardecer. Era primera vez que mezclaba los colores del cielo en mi cabeza. La primera vez del día.

Me incorporé, suspirando. Localicé mi caballete, allí, reposaba un lienzo en blanco. Aguardando por mí. Cerré los ojos, idealizando los colores, matices, impregnándose el olor de los acrílicos por mis aposentos. Y aunque mis dedos querían plasmar una imagen, chorrearse de pintura, jugar, experimentar como un niño, mi corazón no. Me sentía vacío, un cuerpo sin alma.

Tocaron la puerta de mi habitación.

—Pasa —le di permiso.

Manu se encuentra en el umbral de la puerta.

—Los enfrentamientos son hoy. Levántate, los chicos esperan tus indicaciones.

Dirigí mi vista al lienzo y luego al reloj.

4:15am.

Es muy temprano.

—Tuve un sueño —Lo ignoré.

Él cerró la puerta. Se sentó a un costado de la cama.

—¿Qué viste esta vez? —preguntó calmado.

Yo tenía la vista perdida, ahora en la ventana.

—La vi en mis sueños, otra vez —confesé.

—¿Qué pasó?

—Lo de siempre —susurré—. Pero, había mariposas. Mariposas azules y amarillas. Porque a ella le gustaban.

Manu guardó silencio.

—Ella está en paz —me hace saber.

Lo miro.

—Entonces por qué aún la sueño —Sentí un ardor en el pecho.

Él palideció. Pero como siempre, tenía una respuesta.

—Porque todavía la sientes viva —Señaló mi pecho—. Aquí.

Era verdad. Siempre la tendré en mi corazón.

—Manu. No quiero asistir —admití—. No después de lo que pasó anoche.

Negó.

—Debes ir, Luv —propone—. Eres nuestro líder. Quién más iría si no eres tú.

—Hazlo tú —suplico. Casi en desespero—. No me siento bien. No me siento en control. Por favor.

Perfectamente Imperfecto © | Libro 1 [GES] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora