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—¿Me dejarás ir a visitarte o me volverás a dejar en la calle?
—Fue gracioso, admítelo.
—¡Uy, sí! Graciosísimo estar a las tres de la mañana en la calle en pleno noviembre —ironiza.
—Por muy tentador que suene volver a hacer eso, te prometo que si vienes te abriré la puerta del departamento. Pero por favor, avisa y no te presentes por sorpresa.
—¿Por si tienes un ligue paseándose en pelotas por el piso? —sonríe con burla.
—No.
—¡Oh, venga! Quiero un cuñado.
Mia ríe ante la declaración de su mellizo. Mientras ella terminaba de meter lo que le faltaba en la maleta, Max andaba dando brincos en la cama mientras jugueteaba con el gato.
—¿Para darle la paliza a él?
—¡Es que ya me he cansado de meterme con Lukas! Ya no tiene gracia —explica nombrando a su hermano mayor.
De nuevo las risas, Max no tenía solución. Tanto ella como su padre se habían acostumbrado a que Lukas y Max se pasaran veintidós horas del día discutiendo y picándose, aunque siempre dentro del cariño de hermanos.
—¡Bien! Creo que ya he metido todo.
—Todo, todo...no —responde el chico entre risas dirigiendo su mirada hacia la puerta.
—Yo a este lo mato —musita Mia viendo el panorama.
Ante ella se encontraba Lukas, vistiendo una falda de cuero, un top negro y unos zapatos de tacón. Mia quiso asesinarlo en aquel preciso instante.
—¡Me lo vas a dar de sí, capullo!
—¿A qué estoy divina?
—O te sacas esa ropa o Laura se puede olvidar de que seas el padre de sus hijos —amenaza la joven.
El chico se limita a dar una vuelta sobre si mismo antes de salir corriendo, entre tropezones, en dirección a la cocina. Allí, el padre de los jóvenes, se encontraba desayunando cuando Lukas lo interrumpió entre gritos de que Mia quería matarlo.
—No conocía yo esta faceta tuya, Lukrecia —bromea el padre.
—¿A qué estoy guapa? Mia no lo comprende.
—Mia tiene que terminar de hacer la maleta e irse ya si no quiere perder el avión —informa la susodicha acercándose amenazante al mayor—. Papá, dile algo.