11

52 5 2
                                    

-¿Por qué debería hacerlo? -pregunté, algo descolocada a decir verdad.

-Simplemente no puedes serlo -musitó.

Para ese entonces, me asomé a la ventana con el fin de verlo, podía distinguir su silueta en la penumbra, apoyada contra el muro que muchos años atrás había levantado mi abuelo, sus ojos fulguraban bajo la luz de la luna, se encontraban fijos en mí.

-¿Por qué lo dices? -inquirí, extrañada por la naturaleza de nuestra conversación.

-Porque simplemente no puedes serlo -replicó.

-¿Qué hay de malo en ser paciente de tu madre? -indagué, me sentía como una infante en la edad de los por qués.

-Bueno... los he visto pasar a lo largo de mi vida y no pude evitar observar que la mayoría de ellos posee una característica en común -mencionó.

-¿Sí? ¿Cuál es esa característica? -había apoyado mis codos en el alféizar mientras me inclinaba hacia adelante para observar mejor sus expresión, él se mantenía serio, sus ojos no me perdían de vista, extrañamente no me sentía incómoda con ello.

-La desesperanza, la vulnerabilidad, la tristeza -su manzana de Adán descendió a la vez que tragaba saliva- todos esos sentimientos negativos.

-Bueno, soy humana, en ocasiones está bien no estar bien -repliqué.

-No lo entiendes, Ann -su tono era lastimero, sus ojos no se apartaban de mí- tú estás llena de luz, de vida, de jovialidad, las personas a las que acostumbra a ayudar mi madre... cargan con una sombra oscura a sus espaldas que los va consumiendo por dentro.

-¿Qué eres? ¿Una especie de parapsicólogo? -no pude evitar mofarme a pesar de que sus palabras calaron en lo más profundo de mi ser, él puso los ojos en blanco pero una pequeña sonrisa se formó en sus labios- Está demás decir que no me conoces, Sean.

Algo en su mirada cambió en cuanto oyó mis palabras.

-No, pero podemos conocernos.

Lo observé incrédula mientras tomaba impulso y aterrizaba sentado en el muro justo al lado del alféizar de la ventana, a una distancia prudente, como si me temiera, y claro, estaba dispuesta a lanzarlo al otro lado si se le ocurría pasarse de la raya.

-Bonita pijama -mencionó, echándome un para nada discreto vistazo, entrecerré los ojos con disgusto mientras tomaba una almohada y me cubría con ella.

No era nada demasiado revelador, tenía puesto unos pantaloncillos cortos de algodón y una camiseta de los Caltech Beavers, a pesar de ello mi ritmo cardiaco fue incrementando, agradecía a todos los Dioses el llevar puesto el brasier, de otro modo me sentiría extremadamente incómoda.

-¿Por qué crees que quiero conocerte? -dije, fingiendo indiferencia y pasando por alto su comentario.

-¿Siempre eres así de fría? -contraatacó.

-¿Por qué respondes con preguntas?

-Tú también lo estás haciendo -sus labios formaron una bonita mueca, no pude evitar reír- Mis sospechas han sido ciertas -murmuró.

Lo miré completamente extrañada.

-¿Sospechas?

-Eres hermosa cuando sonríes.

No pude evitar sonrojarme, por lo que giré el rostro hacia otro lado mientras soltaba un resoplido.

-No seas idiota -lo reprendí, y es que el hecho de que el novio de Marcella me hiciera un cumplido me entretenía pero no era lo justo ni lo debido.

Corazones RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora