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Así que, sí, me encontraba siguiendo un régimen alimenticio.

Luego de días elaborando, junto a la doctora Collins, un plan terapéutico, dando a conocer los alimentos que no consumía debido a la propia patología y basándonos en mis hábitos, iniciamos con la fase experimental.

Según lo que Elena me había explicado, la fase experimental consistía en preparar estrategias para modificar el comportamiento frente a la comida y el peso, especificando la ingesta calórica diaria, la tasa de ganancia ponderal, un rango establecido de peso al alta y la limitación en la elección de alimentos.

Inicialmente serían tres comidas y un snack, que aportarían a mi organismo 1800 kilocalorías por día, para luego de evaluar mi adecuación nutricional, aumentar gradualmente hasta llegar a las 3000 kilocalorías por día.

Como sentía una gran aversión hacia la mantequilla, la nata y las frituras en general, la doctora Collins me prescribió suplementos nutricionales con alta densidad energética. Además, debía ir a revisión dos veces por semana.

Y nadie lo sabía.

Mis salidas furtivas de clases fueron suficientemente cautelosas para evitar llamar la atención, lo mismo con mi ausencia en casa. Elena insistía en que debía mencionárselo siquiera a una de mis amigas, pero había logrado burlar incluso el interrogatorio de Heather.

Lo estaba llevando bien por mi cuenta, todo estaría bajo control mientras siguiera las indicaciones de la madre de Sean al pie de la letra; tenía fe en que lograría recuperarme sin que mi familia se enterase.

Mis cavilaciones seguían el sinuoso rumbo de mi trastorno alimenticio mientras caminaba al lado de Isaac a través del campus; estaba atardeciendo, caminar hacia el sol poniente lograba apaciguar todas mis angustias, y la compañía de Isaac no hacía más que darle un mimo a mi alma.

-A veces me gustaría saber en qué piensas -rompió el silencio, alcé la mirada a su rostro, había dulzura en sus ojos color esmeralda.

-Pienso en muchas cosas -musité tras soltar un suspiro.

-¿Estás segura de que todo anda bien? -su rostro iba siendo nublado por la auténtica zozobra.

En un intento por hacerle entender que entre nosotros las cosas iban bien, estiré mi mano hasta la suya y enlacé nuestros dedos, sonreí.

-Todo está bien.

Sus ojos se dirigieron a nuestras manos, una pequeña sonrisa tiró de la comisura de sus labios, formando en su rostro una ligera mueca mientras sus pómulos se elevaban y sus ojos se entrecerraban.

Seguimos el resto del camino en silencio, no nos dirigíamos a ningún sitio en específico, solo eramos él y yo, disfrutando de un momento a solas.

Isaac no volvió a mencionar lo ocurrido en la tarde de películas, simplemente se dedicó a preguntar si todo se encontraba en orden, y omitiendo mencionar mi diagnóstico me dirigí explícitamente a la parte en la que se desarrolló el inconveniente con Courtis. Para mi sorpresa e incomodidad, el moreno hizo lo mismo con Isaac, al parecer lo estaba hostigando de diversas maneras.

Me sentía abrumada, no tenía idea de lo que Courtis tramaba, pero deseaba disfrutar del pequeño momento de tranquilidad que nuestras actividades académicas nos permitían compartir una vez a la semana.

Los últimos rayos del sol se filtraban entre las copas de los altos árboles que flanqueaban el campus, la luz rojiza hacía resplandecer las hebras rubias del cabello de Isaac, y él me brindaba esa pequeña sonrisa que me aseguraba que todo estaría bien.

Todo era tan irreal, la momentánea tranquilidad que me embargaba era propia de un sueño, pero el calor de la mano de mi acompañante entre la mía me recordaba que todo lo que nos rodeaba era real. A pesar de las personas pasando a nuestro lado, daba la sensación de que solo éramos nosotros dos. Suspiré complacida.

Corazones RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora