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Empezó cuando tan sólo teníamos 8 inocentes años en este estúpido pero maravilloso mundo.

Con la separación de nuestros padres, vinieron muchos cambios, y con ellos, los problemas.

*13 años atrás*

Mamá se encontraba sentada entre las cajas, con los codos apoyados en las rodillas y el rostro escondido entre las manos; sabíamos que la ponía triste tener que mudarnos a la antigua casa del abuelo, en California.

-Mami, ¿esto es por nuestras travesuras?- la voz de Sky la sobresaltó.

Al levantar el rostro, pudimos ver el reflejo de la tristeza en sus ojos rojos e hinchados.

-Ya no lo volveremos a hacer- susurré con los ojos llenos de lágrimas acumulándose.

Mamá nos dedicó una débil sonrisa y nos abrió los brazos, ambas corrimos y nos acurrucamos entre ellos.

-Ustedes no tienen nada que ver en esto, niñas- dijo apartándonos para poder mirarnos mejor- son problemas de adultos.

-Los adultos son horribles- dijo Sky, con los puños apretados y la mirada clavada en el piso.

Yo sólo pude volver a los brazos de mamá e intentar, inútilmente, contener el llanto.

Un aspecto que siempre admiré de Sky, es la forma en la que contiene sus sentimientos y encuentra la forma de transformarlas en simples expresiones neutras.

El viaje duró un día completo, en un silencio interrumpido por la radio que en la mayoría del tiempo se mantuvo estática.

Mamá guiaba al camión de mudanzas, y Sky y yo sólo podíamos ver lo que fue nuestro hogar, convirtiéndose en una mancha lejana, tal vez guardada en lo más recóndito de nuestras memorias.

Partimos con la salida del sol, y llegamos con la caída de la noche, todos nos encontrábamos agotados, incluso los de la compañía de mudanzas, así que decidimos poner en orden las cosas a primera hora de la mañana.

Mamá nos arropó en la antigua cama de los abuelos, no sin antes sacudirla un poco, claro; mientras que ella logró acomodarse en el antiguo sillón de la abuela, y poco a poco, se fue quedando dormida.

Nuestros ojos curiosos viajaban por toda la habitación, analizando nuestra nueva situación, éste sería, desde hoy, nuestro nuevo hogar.

Nuestras miradas se dirigieron en compás a la mujer que yacía inmóvil en el sillón, y los ojos pardos de Sky me indicaron que debíamos ser fuertes por ella.

Bastaba solo una mirada, para transmitir todos nuestros sentimientos, la una a la otra.

Y con un débil apretón de manos, que significaba tantas cosas, dimos por cerrado el caso y nos dispusimos a dormir.

A la mañana siguiente, el movimiento invadió el hogar, mamá se veía radiante y con energía, como siempre lo hacía, y eso nos motivó a ayudar con las cajas.

Mientras los de la compañía de mudanza cargaban los muebles y mamá los dirigía, yo me encargaba de sacar las cajas pequeñas del vehículo y llevarlas hasta la puerta, donde Sky las tomaba y las ponía en orden.

El sector de casas en donde se encontraba la casa del abuelo era tranquilo, sin perder ese pequeño toque de alegría, la casa del abuelo era como las demás, se diferenciaba de las otras gracias al imponente muro que se erguía alrededor de todo el terreno.

Con la muerte de la abuela, el abuelo se había vuelto frío y cerrado, ensimismado en su propio mundo, y para perder la esencia y el contacto con el mundo exterior, decidió construir una muralla que lo mantuviera solo y alejado de las personas.

-¡Ann! ¡Apúrate! ¡Ya me dio hambre! -gritó Sky desde el interior de la casa.

-¡Ya voy! -contesté, a penas cargando con el peso de una caja de gran tamaño.

La caja ocupaba gran parte de mi campo de visión, así que no podía ver por donde iba ni lo que se atravesaba en mi camino.

Luego de dar varios pasos, algo viscoso en la planta de mi pie izquierdo me advirtió que algo no andaba bien. El clima en California era bastante caluroso como para que andar sin zapatos se sintiera reconfortante. Pero aquella sensación era repugnante.

Oprimí los labios para que ningún grito saliera en libertad y miré al frente, del otro lado de la puerta, se encontraba Sky, con una mirada de asco que me alteró aún más.

Giré la cabeza hacia mi derecha y divisé a un niño en la acera, conteniendo la risa.

Lo que sea que se encontraba bajo mi pie se sacudió y logró causarme más repugnancia aún.

Hice acopio te todo el valor que tenía y lentamente fui bajando la caja hacia un costado. Sky me observaba congelada en su lugar, mientras podía oír las carcajadas del niño.

Antes de bajar la vista, le dediqué una mirada llena de odio al niño que se doblaba de la risa y dirigí mis ojos al piso.

Era un verde, viscoso, asqueroso, y feo, sapo; moldeado bajo mis pies.

Un grito atronador surgió de mi garganta y mamá apareció corriendo.

Me lancé a sus brazos mientras se encargaba de alejarme de aquel bicho asqueroso; alguien la detuvo, estirándola de la blusa.

Mamá se volteó y pude ver que, quien la detuvo, fue ese espantoso niño que hace algunos segundos se estaba retorciendo de la risa.

-¿Qué necesitas cariño? -preguntó amablemente mamá, haciendo que me enfurezca por tratar bien al enemigo, eso era para mí, un enemigo, estaba segura de que él colocó al sapo en mi camino.

-Lamento que René haya asustado a su hija- dijo mirándose las manos.

-¡Tonto!- le grité furiosa.

-¡Ann! No seas así con tu nuevo amigo y dale la mano.

Mamá me dejó en el suelo, mientras el niño me tendía la mano, podía notar una pizca de picardía en su expresión.

-¡Púyete!- le di la espalda y caminé lo más rápido que pude dentro de la casa, mientras oía los lejanos gritos de mamá.

Algo había quedado claro, ese niño no sería mi amigo, ni aunque mi vida dependiera de ello.

Corazones RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora