Capítulo 7. Interferencias.

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Punto de vista de Luisita Gómez

La cena continuó lentamente, en una clase de tortura psicológica para mí. Sebastián conversaba amablemente con Miguel, quien fumaba su cigarro Irlandés, dejando salir las bocanadas de humo por sus gruesos labios, en medio de sonrisas forzadas y falsas.

Las reuniones de negocios eran siempre así, uno queriendo tragarse al otro, hacer algo mejor, tener la mejor oferta, pero al final siempre llegaban a un acuerdo. La falta de paciencia esa noche me hizo quedarme callada durante la cena entera, salvo por breves intercambios de palabras con mi marido, quien por cierto parecía haber notado mi irritación. Sebastián me observó por breves segundos, y descansó su mano en mi muslo, acariciándome ligeramente. Ni siquiera me moví, continué saboreando el vino rojo que llenaba mi copa de fino cristal.

-Este restaurante es muy bueno, Fernández. – Miguel habló de bueno humor.

-A mi también me encanta. Fue aquí donde le pedí a mi esposa que se casase conmigo, ¿cierto cariño?

Dejé salir una sonrisa irónica, y ligeramente quité la mano de Sebastián de mi muslo, poniéndola en la mesa. El tragó con fuerza, mirándome con los ojos entrecerrados.

-Si. Buenos recuerdos de aquí. – Me permití decir.

-Lo imagino.

Quizás esa fue una de mis pocas interacciones en esa cena. Estaba de mal humor, molesta, furiosa para ser exacta. Antes de salir de la Empresa Fernández, Sebastián tuvo la "maravillosa" idea de prescindir de los servicios de Amelia. Ordenándole que se fuese en mi auto, y que llevase a la secretaria a casa antes de regresar el vehículo a nuestro garaje. ¿Debía decir cuánto me irritó eso? Ver la sonrisa de la agente mientras guiaba a la miserable secretaría a la salida, me causó una repentina explosión de enojo. Pero conocía mis límites muy bien, y hasta donde podía llegar.

En el camino de vuelta a casa me quedé callada, justo como durante la cena. Nuestro chofer conducía el vehículo a alta velocidad, de acuerdo a mis órdenes. Junto a mí, Sebastián se mantenía callado mientras fumaba uno de sus cigarros.

Observaba a los edificios de fuera, con una mirada distraída, casi perdida. Cuando tomó una respiración profunda y se giró a mí.

- ¿Puedo saber la razón por la que estás así?

Aparté mi mirada de la imagen de fuera del vehículo para enfocar mi mirada en un Sebastián confundido. Me observaba con un par de ojos oscuros intensos, con los ojos entrecerrados.

- ¿Es por el auto? ¿Por qué dejé que Amelia lo usase?

Deseaba que fuese por eso. Imaginando a esa secretaría besándose con Amelia en mi auto me causaba ira.

- ¡Obviamente! ¿Por qué más sería?

El hombre rodó los ojos impacientemente, llevó su cigarro a sus labios tomando una última calada antes de dejarlo en el cenicero en la derecha. Sacudió su cabeza lentamente y me miró.

- ¿Cuál es el problema? ¿Te llevó a la empresa, verdad?

- ¡Sí! ¿Y por eso le ofreces mi auto para que lleve a tu pequeña secretaria a casa? – Dije, enfatizando en las palabras "mi auto" y "pequeña secretaría".

Sebastián sonrió, aún con sus ojos fijos en mí. Le puse mala cara, tomada por la confusión de ese momento. ¿Por qué demonios se estaba riendo?

- ¿Así que es eso? – Preguntó en medio de una risa fuerte.

- ¿Qué? – Mi voz revelaba lo molesta que estaba.

- ¿Estás celosa de mi con Cristina? ¿Estás actuando así porque pedí que la llevasen a casa?

Jaque MateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora