1805. Elinor Rosse
Caminaba desalineada tras almorzar rápidamente lo que mis ascos puieran soportar, entre los pasillos polvorientos y cubiertos de pequeñas partículas de diamantes, los ventanales presentaban una ligera capa ocre en sus esquinas contra los gruesos muros y sus texturizados bordes moldeados en flores. Por ahí estaban Olivia y Bill en uno de los enormes sofás más cercanos a la entrada, desde donde corrió con la prisa de recostarlo antes que llevarlo a alguna cama. Yo llevaba un montón de cosas en una bandeja poco lustrada, pero podía ver mi reflejo confundido y ondeante entre los filamentos de la plata, debajo de las tazas de porcelana llenas de pociones y medicamentos, había algo en mi nerviosismo que me impedía hacer las cosas comúnmente, volviendo cualquier acción en una pausa minuciosa con una vagancia sobre la perfección; así que puse un poco de ramitas curativas y hojas de albacar en las esquinas, perfumando el camino con sus aceites y apaciguando el olor a óxido del palacio. Mason estaba apenas puesto en un asiento incómodo para cualquiera, incluso estando desmayado. Le insistí a Olivia traerlo hasta acá con la excusa de que debíamos saber que quería, cosa que fue difícil al no poder verla más a los ojos, ni siquiera por encima de sus hombros. No me había creído cuando le dije que en realidad debía haber estado hipnotizado. Sus ojos nunca fueron verdes. No la culpo por ello, no creo que lo vuelva a hacer en mucho tiempo, apenas puedo preguntarme como me iré ahora, o siquiera si podré irme. No podía tranquilizar mi respiración cuando dejé las cosas que me pidió lado suyo en una de las mesas, sin embargo, ella parecía ignorar la situación por completo frente a él. Miraba lo que estaba ocurriendo con Bill por debajo de su mentón, quién seguía cubriendo el resto de su brazo izquierdo con recelo, logré notar un brillo marrón sobre la madera y un montón de vendas que unían su nueva mano de madera lustrada y oscura con su brazo, tenía manchas escarlata nadando entre marrón que disminuían el efecto de palidez entre la gasa y su piel. Me senté a un lado de Mason al otro lado del gran salón, entre el sonido del agua entintada chorrear, pues ella limpiaba con un trapo tibio las heridas de su hijo que poco a poco cerraban, yo hacia lo mismo con Mason, quien tenía moretones cobalto y vino sobre su cuello y muñecas. Había repuesto el jarabe hace unos minutos y lo utilicé para rociarlo y curar algunos trozos de carne que parecían haber sido arrancados, ¿qué había hecho Bill? Aunque no parece tanto al lado del brazo cercenado. Era la primera vez que vi la magia funcionar así, reformando nuevamente cada tejido hasta curarse lo más que pudo, dejando un espacio menos abierto entre sus huesos y músculos, más como una quemadura, imitando de forma rápida la curación natural de un hiakai o un vampiro que se incineró con el Sol, aunque la piel de aquellos no volvía a ser la misma. Sin embargo era incapaz de admirar realmente este trabajo al confundirme con el rostro manchado de Mason. Estaba consternada.
- Es suficiente por ahora - pronunció la dama pelinegra para después aplicar un hechizo sobre la madera, enrollando la estructura entre sombras blanquecinas que se unían desde su hombro hasta la punta de su extensión. Haría que Bill pudiera mover la escultura como si fuera su mano real, temblaba, sabía que era lo mismo que pasaba con todo su cuerpo que aún seguía herido. Movía sus dedos en busca de tacto, de humanidad, pero percibía como se decepcionaba y las lagrimas querían volver a salir. Yo pretendía bajar la mirada, ahora bien, seguro que mi expresión era la de divisar una masacre - Es temporal, sin demora encontraré un material que pueda absorber el resto del encantamiento y lo traeré pronto, por mientras, ponte el anillo en la otra mano - se levantó delicadamente y le colocó la sortija, dejó un beso en su frente. Nunca había visto a Bill tan mimado y a la vez tan agónico. El hombre que caminaba ensimismado sobre las calles permanecía dormido.
- Debemos... llamar a su padre, debe estar aquí en la ciudad - he dicho indecisa bajo su sombra que se movía inhumanamente. Le conté que lo conocía hace años, al menos sabia que no había llegado aquí solo y al parecer su padre se había instalado como distribuidor de la fabrica de textiles cuando Mason llegó como brujo. Me lo topé un par de veces al salir, nunca me dirigí a él pese a que no estaba segura de si se trataba de aquél viejo amigo de papá, se veía mucho mas viejo naturalmente.
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𝙴́𝚃𝙴𝚁
FantasíaLas puertas grisáceas se abren y las sombras en las alfombras carmesí te atan a un destino que no conoces. Donde el tiempo tarda en ajustarse a lo conocido pero ordena todo lo qué pasa, dentro y fuera del paralelo. Un mundo en el que el pasado es la...