1829
Después de que Stephan sugirió proteger sus heridas con las finas enredaderas en vez de arrancar un trozo de tela de su camisa para vendarse, como lo había hecho la contraparte, Ethan anotaba impaciente el mágico efecto sanador que el verde poseía. Stephan comprendía muchos datos como aquellos gracias a su madre adoptiva, quien solía hacer mezclas con extrañas plantas y tés que curaban a los enfermos que llegaban al pueblo en busca de su ayuda. Ahora bien, no era nada mágico, tan solo era medicina mezclada con generosidad y desinterés. Este tipo de acciones hicieron que la mujer se convirtiera rápidamente en curandera, provocando los lamentos del pueblo con su deceso. Stephan no se sentía capaz de seguir sus pasos como ella lo sugería, en cambio reconocía que Natalia era la indicada, quién compartía sus dones; sin embargo, cierto día llegó un viajero a sacarlo de su normalidad y decidió poner en práctica sus valores y enseñanzas que inconscientemente aprendió.
Ethan terminaba de tejer los nudos con las fibras secas de las ramas que caían desde la cima una vez que la espada se le fue otorgada a Stephan. Hacía una funda temporal para la gran arma, que si se descuidaban, podría convertirse en su adversario por un descuido. Habían pasado minutos desde que terminaron de preparase, Stephan era mitad hierba mitad humano antes de retirarse las vendas curativas de sus brazos. Ethan tenía un montón de asuntos pendientes rondando por su cabeza; ni hablar de su compañero, pues se ahogaba en las miles de dudas e historias ficticias increíbles que se creaba al imaginar el origen de su nueva compañera especial. Casi tantas como las hojas del laberinto que se atascaba con el futuro indeciso del joven brujo en busca del titulo de makutu. Se preguntaba cuando comenzarían a llamarlo así, si tendría que tener una larga barba o tan solo ser un nombre suficientemente reconocido, ¿Qué tantas catástrofes más lo harían de hablar? seguro que lo esperaban con gratitud.
No estaban comiendo costillas a las hierbas finas, de todas formas, los hongos que Ethan confirmó como comestibles fueron suficientes para reabastecerse de energía mientras pensaban en un plan de escape, parecía que en su mayoría, la flora de ahí abajo era amigable sin discutir especies. Se apoyaban en un tronco mientras cuidaban de no manchar el mapa que extendían sobre las astillas. Algo hizo sospechar a ambos que el terreno en el que se encontraban era parte de la selva, enterrada cientos de metros bajo tierra, ¿Pero cómo? sin olvidar la escena mística que cubría los abastecimientos acuáticos de aguas curativas. Era un ecosistema que se escondió para florecer debajo de los ojos de la sanguinaria humanidad. Pensaban arduamente y era hora de buscar una salida, no era momento de usar el espejo, puesto que lo guardaban para regresar una vez que obtuvieran el amuleto. Mientras Stephan movía con esfuerzo las piedras, pensaba en si es que Mara había logrado llegar a salvo. Ethan raspaba las paredes e inducía una especie de hechizo que le respondería con el eco de quien estuviera del otro lado, descubriendo con las ondas blanquecinas que se movían de sus manos hasta sus brazos, debajo suya aún había más espacio por recorrer. Ahora debían concentrarse en subir nuevamente, aunque todo había cambiado por completo ahí arriba, debían rodear.
- Deberíamos llevar algo del estanque con nosotros - Ethan reunió una cantidad precisa en un par de recipientes que se veían poco fiables, eran viejos pero siempre imprescindibles, ya después encontraría tiempo para sustituirlos. Ahora que habían perdido su fina ruta era necesario encontrar una forma de rodear el desastre desde abajo y encima salir de nuevo al nivel una vez que la superficie sea limpia. Stephan probaba su nuevo presente al mismo tiempo que retaba el filo de su espada. Después de una buena sesión de búsqueda, un túnel que les permitiría caminar incómodamente, resaltaba luz en su final, una luz lechosa - ¿Qué más podrá ser? - dijo Ethan cuando terminaba de desenredar una especie de liana que se esforzaba por acomodarse en los huesos de su cuello, como si tuviera vida propia. Se dio cuenta que probablemente era así y comenzaron a enfadarlas. Todo ese suelo estaba vivo, incluso las partículas de polvo más pequeñas respiraban y recorrían sus interiores con venas de agua cristalina y curativa. Acertó cuando sugirió que lo que en realidad estaban buscando era el corazón de aquella interminable grieta. Ethan reconocía, como su regla principal, que cada hoja de un árbol o partícula en el aire tenía una identidad, misma que le hablaba y aconsejaba cada que movía un dedo, posiblemente era hora de escucharlo.
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𝙴́𝚃𝙴𝚁
FantasíaLas puertas grisáceas se abren y las sombras en las alfombras carmesí te atan a un destino que no conoces. Donde el tiempo tarda en ajustarse a lo conocido pero ordena todo lo qué pasa, dentro y fuera del paralelo. Un mundo en el que el pasado es la...