𝙰𝚅𝙴 𝙿𝙻𝙰𝚃𝙴𝙰𝙳𝙰

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1804. Elinor Rosse

Era un lugar especial para mi, era mi hogar, aquel por el que caminaba y correteaba sobre los jardines de mi padre, recuerdo verlo descansando sobre unas pequeñas violetas en el suelo que reflejaban la luz amarillenta del sol, haciéndolas ver algo rosadas, mientras el miraba consternado la naturaleza extraña de algún pardal peculiar y pintaba delicadamente sus alas en su cuaderno donde las estudiaba, él es el Sol de todas mis cosas. Tengo que despedirme de él para siempre. Hice un pequeño altar en nuestro patio la mañana siguiente del gris adiós. Su memoria y sus hermosos libros no serán olvidados por nadie, siempre atesoraré sus ingeniosas ideas y el arte que me dejó a mi, no permitiré que el olvido nos abata prontamente. Su despedida ha sido difícil, pero necesito cambiar todo esto, el dinero se acaba y necesito adquirir un trabajo. Viajaré a la ciudad más cercana y reuniré el dinero suficiente para vivir un mes más en mi casa y así me mantendré por ahora. Además, tengo asuntos pendientes con ese lugar, una deuda sin pagar. Tal vez sea difícil encontrar trabajo, soy muy joven aún, con suerte mi corta edad no será impedimento para que una buena alma calme a esta viajera.

Un viejo amigo de mi padre ofreció llevarme a la ciudad ya que estaba de paso. Subí al espeso carruaje y sentí mis pies livianos separarse del pasto que fue cortado por ultima vez hace mucho tiempo. El alto panorama que me dejan las granes ruedas de la carroza me permite ver la tarde en el cielo. Llevo conmigo las monedas de oro suficientes para sobrevivir los días necesarios antes de sustentarme. Las ruedas chocan con el pavimento rasgado y las rocas, levantando algo de polvo y sacudiendo mi peinado, mi apariencia reluciente fue algo arruinada, de tdas maneras creo ya no verme tan joven con mis mejillas rosadas y rizos castaños cobrizos. Mi pequeña estancia en aquel transporte se vio interrumpida con el ostentoso inicio de la ciudad. Un cementerio.

Definitivamente no era la entrada principal, en su lugar llevaba más rápido al centro de esta, lo bueno de aquel lugar era que era lo suficientemente silencioso y seguro, o eso creí antes de que sintiera una sensación inquietante de ser observada después de bajar y dejar ir el transporte, nunca tuve miedo a los cementerios, no lo suficiente para que mi única salida fuera esconderme entre las enormes tumbas decoradas con flores, flores secas, todo estaba lleno de polvo. Me hizo pensar en lo rápido en que las personas pudiesen ser olvidadas. Mi miedo se detuvo y estuve a punto de salir, aunque el cielo plateado con algo de rosado y celeste me dejó el anochecer en puertas abiertas... Debí haber partido en la mañana. Si continuaba caminando quedaría a merced de cualquier monstruo que acechara entre los pocos árboles debajo de las montañas que abrían paso a una joven pradera. Cuando pasamos por ahí logré notar algunas manchas de sangre y creo que un brazo solitario. Mi opción de quedarme cubierta debajo de una lápida y sus flores parecía mas segura, no podía negar que dormir sobre este lugar era inquietante, por otro lado ser despedazada por alguna criatura parecía peor, además, los muertos no se llevan mal conmigo, o al menos espero que esta noche no lo sea. Cubro mi cuerpo con mi pequeña maleta y empiezo a cerrar los ojos esperando que la noche pasara lo más rápido posible.

Siento una brisa como de un par de alas sacudiéndose sobre mi cabeza, una mujer adulta roció algo sobre mi. Una sentimiento de sueño profundo me abruma, solo pude dormir unos minutos. Ella misma cerró mis ojos y caigo de nuevo en un sueño abrumador. Parece no llevarme ella.  Alguien más me lleva en sus brazos por los aires, mis piernas cuelgan un poco y lo último que siento antes de caer es una mirada serena sobre mi rostro adormecido.

Una visión borrosa y grisácea es lo que percibo al abrir de nuevo mis ojos miel. Poco a poco comienzo a ver colores de nuevo, pese a que todo se ve con un tono cálido y amarillo. Eran cristales sobre bases que alumbraban el gran lugar desde sus cielos; se encendían y apagaban de forma curiosa al mandato de la mujer, poco a poco, desde el fondo se iban apagando con el tronar de sus dedos.

𝙴́𝚃𝙴𝚁Donde viven las historias. Descúbrelo ahora