𝙸𝙶𝙽𝙸𝙲𝙸𝙾́𝙽

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1805

El año nuevo no tuvo más variedad para Elinor más que las nuevas hojas saliendo tras un rudo invierno que azotó a finales de octubre, llevándose así uno de los cumpleaños más fríos de su vida, pues aún estaba encaminándose a conseguir un empleo estable, pero además de cualquier cosa monetaria que pudiera pasar por su cabeza, había estándose preguntando quién en toda la ciudad pudo haber tomado su lugar en casa de Olivia sanamente, o si quiera que habría ocurrido en aquellas alturas. Para finales de enero logró conseguir un trabajo en una de las fábricas de tela y confección que estaba en las afueras del pueblo. Una de las chicas que la vio pidiendo trabajo le mencionó que solían contratar mujeres jóvenes principalmente, la mayoría de las veces solteras; parecía que le había quedado como anillo al dedo, pero parecían habérsele caído los ojos al notar que las instalaciones eran terribles, un salario precario y condiciones de trabajo lamentables, apenas contaban con una pequeña cafetería que te invitaba a no comprar nada de dentro, sin ignorar el hecho de que los dueños solían pedirse comidas especiales que, en cambio, se veían mucho mejor a los insalubres platillos que servían como insultos a la mayoría de madres solteras que tenían que servirse para dejar su propia comida un poco más decente a sus propios hijos.

- ¡Otra vez se rompió mi aguja! - soltó una de las mujeres descontenta mientras sobaba sus dedos enrojecidos por el tacto del estambre, que aunque era suave, rozarlo por horas era muy doloroso.

- ¡Ten cuidado!, fíjate - respondió una joven tras el rezongar de la otra chica que había tirado varios trozos de tela al moverse impaciente. Detalles como éstos eran comunes, aunque hubieran sido casi nulos de no ser por una buena consideración en material y horarios r parte de los jefes, que tenían de nervios y de mal humor a la mayoría, sea que trapeara, hilara, o lustrara las mesas de los precarios comedores.

Justo cuando ella dio su primera jornada laboral, habría notado que algunas reformas en el edificio se estaban practicando, pero nadie presentaba un interés por cualquiera de los otros horribles aspectos, al final de todo, era la principal fuente de empleo de las jóvenes mujeres de a ciudad, si las quejas se presentaban oficialmente, en vez de arreglar algo simplemente cerrarían la empresa y en su lugar lo cambiaría por cualquier otro medio, dejando a cientos de personas desamparadas en un lugar donde no parecía haber otras oportunidades. A pesar de todo esto, decidió tomar el primer día como nueva cuenta y de forma positiva, pero no paraba de cortarse con las agujas que debían ser manejadas con extrema prisa entre todas las chicas de la sala, sin olvidar que algo siempre olía pésimo. Elinor no estuvo ni un solo día más dentro de ese lugar, decidió que trabajaría en otra ciudad aunque estuviera más lejos, pues hasta ahora sobrevivía de salarios que recibía de trabajos simples como limpieza entre las casas y pequeños negocios del centro, incluyendo el extraño rompecabezas de recinto de la señora Olivia y su hijo antinaturalmente simpático, fue como lo describía en su mente, al principio pensaba limitarse a nombrarlo como el hijo que su casi antigua jefa, pero al final no consideraba tener ningún compromiso con nadie de seguir el orden de las "circunstancias", pues hasta ahora, no los había vuelto a ver desde lo que resto del año pasado y los comienzos del presente, aunque recuerda haberse encontrado un par de veces a una silueta oscura asomarse en las ventanas poco oxigenadas de la fábrica.


1805. Elinor Rosse

Definitivamente no tomé en cuenta lo mucho que necesitaría la ayuda de alguien en estos momentos, dejé la escuela hace poco tiempo y las pocas personas que conocía apenas saben lo mismo que yo sobre este extraño mundo, muchos otros solo se distanciaron excusándose con que yo necesitaba espacio tras la muerte de mi padre, pero sé perfectamente que solo creen en sus pequeñas mentes manipulables por sus padres que llevarse con una "joven desencadenada que además tiene ideas sobre criaturas y pantalones" no era su mejor compañía. De todos modos, cada que piso de nuevo mi hogar después de haber estado en lugares que jamás conocí ni volveré a estar, me da una sensación de tranquilidad exquisita, aunque eso no impide que cada noche cierre con firme candado todas las puertas y ventanas. No porque le tenga miedo a las brujas de la noche que me secuestren en sus lujosas casas, creo que solo es por la misma razón por la que cargo una daga en mi sombrero y dos tijeras bien afiladas en un bolso innecesario a mis costados cada que salgo a ganarme el pan. La noche cae y al fin puedo deshacer mi recogido y dejar caer mi cabello hasta la cintura y ondularse libremente cuando me muevo, haciéndome sentir joven de nuevo con las suaves sedas que comienzan a abrazarme.

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