𝙲𝚄𝙱𝙸𝙻

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1778

En una tierra lóbrega, existía un pueblo viejo, sus llanuras estaban rodeadas de bosques montañosos, hojas grises y amarillentas que danzaban en medio de los muertos prados con un viento sepia y noches sin estrellas. Cubierto de intranquilidad y zozobra. Esa mañana se comenzaba la celebración más especial de todas, puesto que solo una vez cada año, en el séptimo día del mes de la Luna, todos serían obsequiados con un prestigioso espectáculo bajo los techos y el umbral del teatro. Este con suerte albergaba el espacio suficiente para todos a asistir, sin embargo, la parte más importante de aquél día era el festín, que incluía una sopa con ingredientes peculiares y sabores espléndidos, la cual se entregaba de puerta en puerta a todo aquél que residiera bajo las murallas de cristal de la monarca imperial.

Cinabrio era bien conocido por sus pintorescas obras, peculiares espectáculos y asombrosas puestas en escena. Las personas eran comúnmente atraídas por su propia embestidura que se retrataba como un fantasmal carnaval del cual con suerte se despedían. Por otro lado, las ruinas del Oscurantismo eran su principal desventaja por más relevantes que fueran sus disfrazados avances. Se contaba que Cinabrio había sido privado de la extensión propia de sí mismo por alguna maldición que los atascó a las antigüedades. Así era como un feudo ridículamente descomunal que jamás fue roto y se contuvo en un domo de promesas. De este modo, Cinabrio era sin negarse una atracción turística y el punto de reflexión de cientos de viajeros que buscaban perderse en el tiempo, sin embargo, era por sobre todo temido; puesto que se relató que las paredes de éste domo también contenían a los inocentes. 

Por debajo de lo que antiguamente fueron las catacumbas de una rota civilización embrujada y la fuente de mitos perdidos, la modesta llamarada de la antorchas se infiltraba entre los poros rasgados de la piedra y las partículas de tierra que caían del techo, sostenidos de pilares astillados. Con el paso de los años el bosque seguía perdiendo fuerzas, esto debido a que los espíritus lo habían abandonado hace siglos. El "inquisidor" como lo nombraron los vasallos, caminaba ensimismado entre las grutas, metros bajo las decisiones de sus superiores a los calabozos. Bajaba a cumplir sus tareas en aquella rota monarquía de la cual algún día aspiraría a gobernar. Sus botas rasgaban la superficie al desplazarse entre los largos túneles. Tenía como objetivo las últimas cuatro celdas, sus pasos removían con asfixia el ruidoso silencio bajo tierra. El príncipe llevaba una capa oscura que se curvaba al resto de sus pasos, dejando un céfiro helado a su sendero por debajo de sus hombros y sus nocturnos ojos. Una de sus muchas labores era recorrer las grutas para poder vigilar la estancia de los ingredientes y proporcionarles alimento y agua tanto como fuera necesario, él se aseguraba de que ninguno de ellos pasara hambre o sed. Múltiples veces se convocaron otros miembros de la corona bajo él con la encomienda de dicha tarea, no obstante, a él le encantaba tener público, aunque el único que tomaba en cuenta era el espejo.

Esta vez tuvo oportunidad de escoger el motivo de encarcelamiento de los prisioneros, cosa que el hiakai recibió contento como una gratificación a su continua cooperación y distinción en los últimos espectáculos, si bien, era su responsabilidad como el hijo de la cabeza del poblado; ella confiaba en él y ambos se asegurarían que esta tarde fuera perfecta, tan impecable como las demás.

A partir de media primavera, se presentaron varias traiciones de campesinos que utilizaban una clase alquimia maga sin la autorización de la corona, normalmente por motivos simples como la cura de una enfermedad o el conseguir alimento, pero si seguían permitiendo estos pequeños detalles, él aseguraba que pronto avanzarían en la escala y comenzarían a idear formas de traición más arraigadas; los brujos de la reina se mostraron en total acuerdo, así como la mayoría del pueblo que se rendía bajo sus decisiones y confiaba en sus palabras. De este modo y a voluntad del príncipe, quienes cometieran un delito en los criterios mencionados serían los presos elegidos, los demás rebeldes que cometieran robo, asesinato, o cualquier falta, estarán encerrados en las celdas comunes del otro lado del pueblo, con todos los demás, en cambio eran muy pocos quienes se atrevían a desafiar la autoridad del tiempo abismal.

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