Capitulo XXXIII

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PAIGE.

La tenue luz que entraba por la ventana rozó mis párpados provocando destellos. Entreabrí los ojos y pestañeé con rapidez, intentando acostumbrarme a la iluminación.

Sentí mi brazo adormecido y..., y una respiración sobre mi pecho, tranquila y caliente.

Mi corazón saltó y baje la vista. Mi aliento quedó encapsulado en mis pulmones cuando vi un cabello negro desordenado y la pálida piel brillante.

Seth.

Seth se encontraba acurrucado junto a mí, como un niño pequeño. Su cabeza estaba apoyada sobre mi pecho y el calor de su piel calentaba la mía, uno de sus brazos rodeaba mi cintura, apretándome a él y mis brazos lo rodeaban..., de inmediato, los recuerdos de la noche pasada me asaltaron de forma repentina.

Yo dormida. Él llorando. La confusión. La increíble tristeza y desolación reflejada en sus ojos aceitunados decorados de oscuridad..., se me hizo un nudo en la garganta; nunca lo había visto así.

Quizás la tristeza era constantemente reflejada en sus facciones, como si fuera parte de él..., pero en la noche, incluso bajo la oscuridad..., se había desarmado completamente frente a mí.

Y sin siquiera pensarlo, una pequeña sonrisa curveó mis labios. No porque hubiera disfrutado la situación, no, en definitiva, sino porque se había abierto de aquella forma que estaba segura de que nadie la había visto antes.

Mi pecho se comprimió al pensar en él y en lo que me mostró: imágenes borrosas, instantáneas de Diane y momentos fugaces con ella. Con su padre. Y el dolor teñía cada uno de esos recuerdos, manchándolos de un gris oscuro.

Hundí mis dedos en su espeso cabello, jalando con suavidad de él y disfrutando de la sensación. Apoye la mejilla sobre su cabeza y cerré los ojos, aspirando el olor de lavanda que desprendía su cabello, mezclado con nieve.

Abrí los ojos tan solo para fijarme en la hora..., era cerca de medio día. Pero importaba poco.

De una manera extraña, la sensación de su cuerpo pegado al mío, el calor y el roce, me hacia bien y me producía cierto grado de satisfacción.

Pero algo no encajaba. Como si faltara una pieza en el rompecabezas o mejor dicho, como si estuviera la pieza equivocada, intentado encajar.

Había un vacío, un hueco, no era doloroso, simplemente... vacío. De alguna manera, algo faltaba, pero no lograba descifrar que.

Y la sensación no solo estaba en mi pecho, también en mi cabeza, en cada parte de mi ser.

Era una sensación parecida a aquellas preguntas constantes como «¿cerré el grifo del lavabo?», «¿la puerta está cerrada?» o «¿le di de comer al perro?». Así. Pero peor, más intensa, sin embargo, por más que pasé buscando una pista, no encontré nada.

Mi cuerpo se sentía pesado y en algún punto, una oscuridad me sacudió entre la luz y me fundí en el sueño.

—¿Tienes miedo, Paige?

Una grave y áspera voz me acarició la nuca, un soplido caliente que me erizó la piel y los nervios se arremolinaron en mi estómago. Tragué en seco e intenté girar, pero algo me lo impedía. Volví a intentar, nada pasó.

—¿Tienes miedo, Paige?

Su aliento volvió a rozarme y cerré los ojos. Su voz parecía ser un viejo eco, un viejo recuerdo dentro de lo más vago de mi cabeza.

Mi cuerpo se paralizó de pies a cabeza cuando sentí unos cálidos dedos rozar mi cuello, apartando el cabello hacia un lado y sus dedos siguieron trazos desiguales sobre mi piel y el calor me caló en lo más profundo.

Luz de Luna [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora