Capitulo XXVII

621 58 2
                                    


—¿Quién eres?

Mi voz fue tajante, fría, porque de alguna manera, me molestaba que hubiera una intrusa desconocida merodeando en su lugar, en nuestro lugar.

La melena de la mujer se agitó y dio media vuelta. Tenía la piel morena, los ojos de un color amarillo, que resaltaba en su rostro y los labios parcialmente gruesos. Ella se encogió apenada y avergonzada.

—Lo siento— musitó en susurro con sus impresionantes ojos clavados sobre mí. La mano que aún tenía sobre la perilla de la puerta, se tensó y seguí manteniendo una expresión fría—. Soy Angela Morris— se presentó.

—¿Qué estás haciendo aquí?— pregunté entre dientes—. ¿Cómo entraste aquí?

Ella apretó los labios y se acercó unos pasos hacia mí, acortando la distancia que nos dividía.

—Soy de los Lythone— me informó segundos después y algo se conectó en mi cabeza—. De...

—De la manada del sur— la interrumpí, en susurro.

Ella asintió con los labios apretados y suspiró. Fruncí el ceño cuando vi como su mirada se tornaba con un aire triste.

—Lo siento, la puerta no tenía llave y yo..., no sé en qué pensaba— dijo con un tono afligido—. Theodore ayudó a nuestro líder y que Damián, que él... muriera, fue imprevisto.

Apreté los labios y tragué en seco, y no solo para ellos, también lo fue para nosotros. Habíamos perdido a tres de los nuestros y eso era doloroso. Solté la puerta y miré el piso para tratar de tragarme el nudo que se estaba formando en mi garganta. Inhalé y exhalé con fuerza. Alcé la cabeza cuando pude mantenerme en control.

—Lo siento.

Antes de que pudiera decir algo, ella salió corriendo del lugar y su hombro chocó con el mío, empujándome un poco. Parpadeé confundida y sin darle más vueltas a lo que acababa de ocurrir, cerré la puerta y me adentré en la bodega. Mis lágrimas volvieron a asaltar mis ojos y me repetí varias veces que no podía seguir llorando..., pero era imposible quitarme ese espeso dolor sobre mí. Cerré los ojos y me abracé a mi misma mientras avanzaba entre los muebles.

No sabía cuánto tiempo pasó, ni cuando fue que me acosté en su cama, abrazada a una almohada mientras soltaba sollozos y lloraba desconsoladamente. Cuando estuve más tranquila, me levanté y abrí el primer cajón del mueble junto a la cama, tomé varias camisetas y un par de sudaderas. Quería tener algo de él cerca de mí..., sentirlo cerca.

Suspiré y me alisté para salir de ahí, pero algo me detuvo. Sentí un amargo sabor en la boca, porque algo extraño se asentó en mí. Un mal presentimiento, un muy mal presentimiento.

Mis ojos inspeccionaron cada rincón de la pequeña bodega, todo estaba igual que la última vez..., pero había algo raro. Lo sentía. Y casi podía jurar que podía palparlo con mis manos, sin embargo, no sabía que era.

El aire a mi alrededor comenzó a volverse pesado y llevé por instinto mis manos hacia mi pecho, todo se volvió denso. Sentí una punzada en la cabeza, con tanta fuerza que caí sobre mis rodillas y solté la ropa. Tomé mi cabeza entre mis manos en un intento de aliviar el dolor, pero fue en vano. Apreté la mandíbula mientras el dolor crecía y se agudizaba.

Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos y no precisamente por el dolor emocional, sino por el dolor físico que estaba sintiendo en ese momento. Recargué mi espalda en el mueble de la cama y escondí mi cabeza entre mis piernas, tratando de concentrarme en mi respiración y calmar el dolor.

Minutos después, el dolor cesó, en un abrir y cerrar de ojos, el dolor desapareció. Abrí los ojos y no supe dónde estaba ni qué estaba haciendo ahí. Mi corazón se aceleró y me levanté con prisa, provocándome un mareo. Miré mi alrededor y arrugué las cejas. Era la bodega de Damián, pero ¿cómo...?

Luz de Luna [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora