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La primera mala decisión de Stephen fue aceptar el reto de ir a la fiesta del equipo local de futbol de su instituto. Por supuesto, era orgulloso y un poco testarudo en ocasiones, y seguramente muchas personas eran conscientes de que esos eran rasgos fáciles de provocar.

Así que, cuando aquella mañana, Bloom, su peor enemigo y uno de las pocos omegas de su escuela—igual que él—se acercó para preguntarle si planeaba asistir a la celebración del más reciente triunfo de los deportistas, Stephen estuvo a punto de reírse en su cara.

¿Él en una fiesta? ¿En una fiesta del equipo? Claro, porque eso era algo completamente común en ese plano de la existencia, y aunque no tuvo la valentía para mirarlo a la cara y decirle que su pregunta era estúpida, él simplemente rodó los ojos y le dedicó una sonrisa que carecía de amabilidad.

—No me gustan las fiestas —respondió escuetamente. Bloom lo miró a los ojos con malicia.

—Y estoy seguro de que a las fiestas no les gustas tú —respondió con una sonrisa. Bloom era una persona extraña y la mayoría del tiempo, difícil. Algunos le tenían miedo, y los que no, lo deseaban o querían ser sus amigos. Stephen no aspiraba a ninguna de ellas, Bloom se había encargado por años de que se arrepintiera de miles de cosas. Así que la mayoría del tiempo, lo evitaba. Se iba hacia otro lugar cuando se encontraban, y aunque a él le gustará hacer tantos chistes sobre omegas considerando que era uno de ellos, Stephen siempre lo ignoraba.

—¿Entonces por qué vienes a invitarme?

Bloom se colocó delante de él y le paso una mano por el pelo castaño. Sus pálidos dedos se enredaron en su desordenado fleco.

—Estoy siendo amable contigo. ¿Qué tiene de raro?

Stephen se apartó.

—Todo, Bloom, así que no creo que sea una buena idea.

Y allí fue cuando el asunto se puso interesante.

—¿Y si hacemos una apuesta tú y yo?

—No.

—¿Por qué no?

Esta vez hablaba en su usual tono amenazante, aquel tono al que Stephen le tenía verdadero terror. Y uno creería que los omegas no eran peligrosos, pero él sabía que Bloom tenía buenas maneras de hacer que las personas le tuvieran miedo. Su amenazante figura y aquellos ojos negros llenos de rencor. Con solo ver a Bloom, cualquiera sabía que estaba dispuesto a cobrarle a la vida por todos sus desencuentros.

—No quiero ir a esa fiesta, Bloom, discúlpame.

—Le diré al maestro Roland que fui yo quien se copió de tu trabajo de economía si vas.

Stephen se quedó quieto en su lugar. Debía admitir que esa era una buena manera de convencerlo. Tan solo días atrás, Bloom le había pedido, o bueno, exigido que le pasará un trabajo final de economía, y este, al no poder negarse porque la amenaza era dejarlo encerrado en un locker por el resto de una noche de escuela, le había entregado su trabajo sin chistar. Obviamente, el maestro Roland había notado de inmediato que ellos tenían el mismo trabajo, pero Bloom había llorado hasta que el maestro creyó que su trabajo era el original. Que dijera la verdad, si es que cumplía, lo salvaría de una mala calificación del 50% en ese semestre, lo cual era un premio bastante bueno por simplemente ir a una estúpida fiesta.

Stephen suspiró rendido, seguramente era una muy mala idea, pero lograr salvar economía podría significar una diferencia enorme en su aplicación para la universidad...así que ¿Por qué no?

—¿Dónde es la fiesta?

Bloom sonrió satisfecho.

—En la casa de Julian Barker.

—Julian Barker me odia —respondió Stephen, Julian era el capitán del equipo, y si no estaba equivocado, era el exnovio de Bloom.

—Julian te odia porque yo se lo enseñé, es un idiota, así que cuando vea que eres mi invitado seguro que te trata muy bien, es más, quien sabe si te invite a salir incluso.

Stephen arrugó la cara disgustado, Julian tenía una fama espantosa, además de que varias veces había estado metido en peleas y en asuntos turbios de los que él nunca se había querido enterar.

—Muy bien, iré, pero quiero que cumplas tu palabra antes —se atrevió a decirle al otro omega. Bloom lo miró de arriba abajo con desprecio, era alto, mucho más alto que Stephen y demasiado esbelto, con una figura llena de curvas.

—Bien, al final del día te va a llamar Roland, pero si no vas a la fiesta, enano, te voy a arrancar la cabeza ¿Estamos?

Stephen tragó saliva, nervioso.

—Trato.

—Trato.

Y en apenas un segundo, toda su vida se selló. Las puertas del destino se le abrieron en la cara y lo guiaron por un camino incierto hacia una luz brillante.

Era demasiado tarde para escapar.

Nuestro viaje a las estrellas ⌠Omegaverse⌡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora