II

752 122 27
                                    

Caz se encontraba metido en el vestidor. Nervioso como pocas veces en su vida se había sentido. Tenía un partido importante, el equipo contaba con él. Stephen había ido a verlo. Para esa hora, ya sé encontraba en las gradas, sentado junto a Amanda y las respectivas parejas de sus compañeros de equipo.

Tenía que ganar, tenía que impresionarlo. Tenía que dejar de pensar que no lo quería. El omega no se mostraba tan renuente a su contacto como antes, parecía que se acostumbraba lentamente a él y a sus muestras de cariño, pero Caz sabía que solo lo permitía porque era mentira. No se atrevía a preguntarle, no se sentía capaz de cruzar ninguna línea que pudiera asustarlo. Así que había decidido ganárselo lentamente. Le traía flores, le escribía cartas, intentaba comportarse como un caballero, aunque Stephen descontrolara todo su sistema. Lo quería con tanta intensidad que tenía miedo de que al verlo le fallarán las fuerzas. Se miró en el espejo del vestidor, ya vestido completamente. No puedes pensar que no mereces lo que quieres. Un hombre de verdad pelea por su familia. Soy apenas un niño, atrapado en un cuerpo enorme y torpe, ocupando espacio, encogiéndose para caber en todas partes. Pero con Stephen se sentía igual a su tamaño. Por Stephen quería tener la mente clara. Por Stephen dejaría de tener miedo si eso era lo necesario para conquistarlo.

De repente sintió que alguien más entraba en el vestidor. Julian Barker lo miró desde la entrada, apoyado en una columna. Tenía un arañazo en la cara.

—No estés tan nervioso, Derry. Tu noviecito está afuera con los demás.

Caz forzó una sonrisa.

—Es un encanto, ¿verdad?

Julian resopló.

—¿Que hace falta para amarrar a un muchacho como ese, Caz? ¿Un bebé?

Yo no quiero amarrarlo, quiero soltarlo de todas sus cadenas para que pueda correr de mi mano si así lo desea. Me consume el dolor al pensar que no va a elegirme. Que lo he obligado.

—Solo hay que ser un caballero —respondió irónicamente. —Pero tú has tenido un fin de semana ajetreado, ¿no, Barker?

Esta vez Julian sonrió. Se tocó la cara con cuidado.

—Ya sabes como es. Algunas cosas, hay que hacerlas por la fuerza.

Caz no quiso preguntar. Le aterraba la naturaleza de la relación de Julian con Bloom. Alguna vez, Julian había hecho una broma diciendo que cada vez que dormía con su omega guardaba una navaja en la almohada. Mientras todos reían, Caz permaneció en silencio. Sus padres se habían querido tanto, había crecido rodeado de tanto amor que aquellos actos violentos le aterraban. Se preguntó por un momento que pasaría si Julian terminara cruzándose con alguien como Stephen. Tan frágil, que pudiera quebrarlo al tronar los dedos.

¿Qué hacen los hombres como Julian Barker con un poder así?

Incendiar todo a su paso.

Y eso era lo que había estado haciendo con Bloom desde hacía meses. Caz no lo tenía claro, pero lo presentía. Aunque aparentemente ya no salían juntos. Pero Bloom no era nada parecido a Stephen. Bloom era casi inquebrantable.

Una fuerza imparable se encuentra con un objeto inamovible.

Ambos alfas salieron de los vestidores, tan solo bastaba mirarlos para darse cuenta que eran como el agua y el aceite. Cuando salieron al campo, las gradas estaban llenas y el equipo de porristas había comenzado su número de baile. Miró directamente hacia donde se encontraba Stephen. Estaba charlando con Amanda, vestía una simple camiseta de Scorpions. Caz recordó que le tenía un regalo. Sonrió ampliamente.

Nuestro viaje a las estrellas ⌠Omegaverse⌡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora