III

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Cuando su padre vivía, solía decirle a Caz que no debería sentirse mal por ser tan grande, que, si alguna vez no estaba, él estaría mas cerca al cielo que cualquier otra persona y eso también significaba estar más cerca de él. A veces lo extrañaba muchísimo.

Era el único hombre en una casa repleta de mujeres. Y aunque eso le había enseñado miles de virtudes respecto a como ser un hombre honorable, a veces hubiera querido preguntarle a su padre muchas más cosas.

Le miraría a los ojos y le preguntaría por su vida en Corea, por sus tradiciones, por esa cultura desconocida en parte para él.

Estaba encerrado en su habitación leyendo, y, sin embargo, no lograba concentrarse con nada. No dejaba de pensar en si Stephen James estaría bien después de que básicamente lo hubiese tacleado en clase de educación física. Si alguna vez tenía oportunidad, iba a disculparse, pero parecía un poco inapropiado que siempre que se cruzaba con Stephen tenía que pedirle perdón por algo.

Y Stephen, con aquellos ojos extraños, grandes, curiosos. Había sido la primera vez que estaba con un chico y la experiencia era mucho mas que memorable. Estar con Stephen se había sentido demasiado bien, adictivo, casi. Era extraño, porque todo el mundo creía que era un omega extraño, arisco. Pero la realidad era que Stephen era la criatura más suave que había conocido. Todo en él era armónico, melodioso casi. Su cuerpo y su manera de ser eran una canción. A veces triste, a veces en un lenguaje extraño, y en aquel único momento mientras estaba encima de Caz, se había sentido como una canción eterna. Hecha para quedarse en sus oídos hasta el día en que muriera.

No podía simplemente sacarse de la cabeza la imagen de Stephen desnudo.

Encima de él.

Daría cualquier cosa por poder tenerlo así en lugar de haberlo tacleado con un balón. ¿Qué no era acaso un ser demasiado torpe, demasiado grande?

Quizá en el fondo era un tumor. Un tumor que crecía y crecía solamente.

Unos golpes en la puerta lo sacaron de sus pensamientos, se enderezó y se concentró en respirar profundo, una, dos, tres veces.

Miró hacia abajo, hacia sus pantalones. Tenía una erección bastante visible.

Maldición.

Así que decidió que lo mejor que podía hacer era sentarse en su cama y colocarse una almohada encima. Maldito Stephen, como habría disfrutado de ahorcarlo en ese momento, o de besarlo. Lo que sucediera primero y fuera más efectivo. Ninguna de las dos cosas parecía demasiado buena idea, ambas harían que el calor en su cuerpo siguiera creciendo.

—Adelante —dijo con tranquilidad.

Su tía Bella entró de repente como un tornado en su habitación. Caz se permitió sonreír.

Vivía con su madre y sus dos mejores amigas de la infancia, y desde que el padre de Caz había fallecido, aquellas mujeres eran todo lo que él conocía por parientes. Por supuesto, tenía más familia en Corea y un par de tíos en fuera de Tacoma, pero su madre, sus tías, y su abuela que se pasaba de vez en cuando por temporadas largas eran lo único que concebía por familia.

Bella lo observó por un momento. Era una mujer curiosa. Tenía el cabello muy largo y lacio, rubio, casi dorado. Llevaba gafas y se vestía como una bibliotecaria a pesar de que era representante de varios artistas de galería. Era joven, al igual que su madre y su otra tía, Alexia. Todas eran betas.

—No sé porque me ha llegado el extraño presentimiento de que estabas consumiendo alguna droga —dijo, mirando a Caz fijamente.

El alfa entornó los ojos, confundido.

Nuestro viaje a las estrellas ⌠Omegaverse⌡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora