El sábado de esa misma semana, Stephen, Bloom, y Caz estaban sentados en el auto de camino a Oregón. Ninguno había dicho nada al principio, Bloom no se esforzó en ocultar los golpes que adornaban su cara, o los moretones que marchaban su piel blanca. Estaba ensimismado, metido en un libro, con los cascos puestos. Stephen lo dejo ser. Sentado en el asiento del copiloto con Caz a su lado, terminó por quedarse dormido más de la mitad del trayecto.
Eran las diez de la mañana cuando Stephen se despertó y vio la puerta enorme de la clínica en la que habían separado ya una cita a nombre de Bloom. En el asiento de atrás, el omega mantenía la cabeza metida en su libro. Evitaba mirar hacia aquel lugar. Y aunque no pareciera, Stephen sabía que estaba aterrado.
Había llegado a conocer a Bloom. He aprendido a comprender el silencio de mi enemigo porque su abismo se parece demasiado al mío. Creo que nos hemos encontrado en el fondo y ahora lloramos juntos de la mano.
—Creo que tu cita es a las 11, Bloom. —dijo Stephen con cuidado.
El omega sonrió con melancolía.
—Perfecto, ya casi es tiempo.
Salieron todos del coche y se acercaron a la recepción a registrarse. Obligaron a Caz a conversar con una trabajadora social para que dejara constancia de su aprobación con el procedimiento.
Stephen se sintió aterrado y disgustado. Caz no era el padre del bebé de Bloom, pero su opinión era la única que importaba. Nunca llamaron a Bloom a preguntarle su opinión, porque su cuerpo no era relevante para los historiales médicos.
Ellos querían saber si Caz estaba de acuerdo y si lo apoyaría. Pero si el alfa se negaba el omega se habría visto obligado a tener un bebé que no deseaba.
Porque, aunque tuvieran la capacidad de dar vida, no tenían derechos sobre sus cuerpos en lo más mínimo. Eran un recorte de periódico, una casilla sin llenar. Un espacio que sería resaltado luego con un espantoso marcador de color rosa.
Stephen y Bloom esperaron en la sala de estar sin decir nada. Una muchacha solo un poco más joven que ellos estaba sentada con dos bebes pequeños a cada lado. los miro como si lo supiera todo, y sonrió.
—No sé en qué lio se han metido, pero están haciendo lo correcto. —dijo al verlos.
Bloom trago saliva. De repente se veía como si le hubiesen pasado una barra de acero caliente por la garganta. Era extraño para Stephen descubrir lentamente que Bloom tenía emociones, que sentía cosas, que el dolor era real tanto en él como en Bloom.
—Solo un pequeño contratiempo —respondió Bloom.
La mujer volvió a sonreír.
—Parece que tenemos los mismos gustos en hombres.
—Ya lo veo.
Stephen habría pagado cualquier cosa para saber que pasaba por la mente de Bloom en ese momento. Estaba tan ausente, y al mismo tiempo, a Stephen nunca le había parecido más vivo que en aquel momento. Quizá su concepción de estar vivo era enfermiza y estaba relacionada con el dolor.
De repente se palpó el vientre. Pensó en su situación. Pensó en sí haber tenido las agallas suficientes al igual que Bloom habría sido una mejor decisión.
—Cualquier cosa es mejor que ser un mal padre, recuerda eso, cada vez que te arrepientas —dijo finalmente la mujer.
Bloom cerró los ojos y permaneció en silencio.
Stephen sintió de repente una pequeña contracción en el vientre. no voy a ser un mal padre. No soy una mala persona. No voy a cortar a mi hijo con los pedazos rotos que llevo por dentro. No daré vida a una mansa sanguinolenta que jamás me perdonara por la vida que le di.
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Nuestro viaje a las estrellas ⌠Omegaverse⌡
Roman pour AdolescentsStephen siempre ha tenido su vida planeada perfectamente. Lo único que necesita para estar bien es ser admitido en una universidad lejos de su familia, y desaparecer de su pueblo. Para su desgracia, cuando decide aceptar una apuesta para ir a una f...